domingo, 25 de octubre de 2015

LaLeyendaDelTiempo:ErecYEnide

De comenzar por algún sitio, es recomendable hacerlo por el principio. Y la libertad que otorga escribir es que el escribiente marca la pauta y la ficción. Aún así, excepcionalmente, lo haré respetando la cronología que marca el paso del tiempo.

Hablando con mi querido nihilista de apellido judío, allá cuando dicen que comienzan las semanas, obtuve la pauta metafórica periódica. No podía ser otra que el abstracto concepto del tiempo. Es cierto que él incluyó en la conversación otras pautas existenciales cercanas al espacio. Me habló el nihilista concretamente del contenido de las botellas, vacías o llenas, no sólo en referencia a cómo se las mira, sino a lo que ofrecemos cada uno según nuestras cualidades y, porqué no, nuestra edad, dentro de éstas Él decía que la esencia de mi botella anda gastada. Me enrabieté y negué la evidencia.


Reflexioné acerca de si la botella es el mejor recipiente para explicar el flujo de la vida. Dando alguna que otra vuelta, valoré que el continente más correcto podría ser la bañera. Por ejemplo, una de esas que hay en los hoteles sofisticados que desconozco, desintegradas del resto del mobiliario escatológico de los cuartos de baño. Una como las del lejano oeste, como las que le gustan a Clint, pero revestidas en blanco. Una bañera donde podríamos dormir, amar, u observar cómo fluye el tiempo. La metáfora comienza ahí, en el recorrido del agua en el que nos mojamos. Imagino que el fluido se va consumiendo a través del desagüe, a partir del momento en el que quitamos el tapón, con la esperanza de que te ubiquen en otro recipiente, u otras aguas, como el mar abierto. Posteriormente, con la edad te das cuenta que era una trampa. Sólo podemos estar en nuestra bañera. Entonces, persigues otro fin. Ya sólo deseas encontrar otro material que limite la pérdida del líquido y  te permita disfrutar de lo que tienes.

Durante la semana he ido observando a los que me rodean. Todavía no había citado aquí a El padre perfecto, aunque en muchas ocasiones ha entrado en los borradores de estos textos. Nuestra diferencia de edad justifica su presencia en esta metáfora, y sus cualidades y competencias seguro que le harán participar en otras. Él tiene abierto conscientemente el tapón de su imaginada bañera. Se nota. Está siempre pendiente de aprender y su presencia revitaliza su entorno, puede que precisamente del agua compartida. Y yo egoísta  me aprovecho de esta circunstancia, quizá porque en algún momento me comporté como él hace ahora.

Además, conocí a Erec y Enide, que no son otras, en la ficción que vivimos, que Noelia y Eurice, si es que ésta última se llama así. Ellas buscan empleo. También se nota que se bañan con júbilo en sus imaginadas bañeras. No saben todavía de la existencia de un tapón, ni les importa, y aprovechan para salpicar indiscriminadamente a quien tienen al lado. Como se entenderá la leyenda del tiempo es suya. Y su leyenda permite alimentar la nuestra y de paso a algunos, llenar el tiempo de metáforas. Si en estas circunstancias actuales trabajara con otras personas que, o bien tuvieran rasgada su bañera, o hubiera que explicarlas que puede taponar el desagüe, quizá hubiera tirado la toalla, o simplemente me habría escapado mentalmente tras una bomba de humo. A ellas, gracias.

Erec y Enide, a diferencia de sus homónimos artúricos, no son amantes. Son amigas, comparten su temprana maternidad y disfrutan de aventuras fabuladas como es la de buscar empleo. Su presencia en la cueva diseñada por un prestigioso arquitecto justifica nuestra actividad y la posible lucha por defender nuestros derechos, aunque sólo sea por mantener el desagüe obstruido.


Para concluir, en la leyenda del tiempo, es inevitable citar a mi respetada contrincante en las palabras, y en los silencios, Judith Polgar. Judía de origen como el nihilista, con ella me entretengo en un tablero desproporcionado, sin mesa, de momento. Judith se ubica en una bañera diferente, repleta del agua que ella ha ido guardando y de toda la que le ha ido salpicado de tantos otros, y otras, como Erec y Enide. 

sábado, 17 de octubre de 2015

LaMetáforaDeIvOElAnheloDelPlanB

Iv podía ser igualmente francés, dominicano o búlgaro, ¿quién sabe? Ante su origen imaginado lo realmente significativo es su consideración de habitante de un lugar llamado España. Tierra ésta a la que también pertenece la siguiente metáfora.

Iv inspira seguridad porque tiene claro que quiere ser rico. Tiene un plan que no comparte aunque aporta alguna señal por si en algún momento sus improvisados oyentes anhelan sus objetivos. Iv tendría varios libros en su mesilla de noche, si es que dispusiera de una. Todos están escritos por Robert Kiyosaky. De entre tantos, recomienda con entusiasmo “El cuadrante del flujo del dinero”, con el mismo afán que alguien rememora la primera lectura de “Sin noticias de Gurb”. Para gustos los colores.

Sin embargo a Iv, buscador inaugural en un nuevo centro de empleo, hay que explicarle que no es oro todo lo que reluce, que el dinero no llega del cielo. Y esto, evidentemente, en un lugar llamado España, quizá en este planeta al que conocemos como Mundo, es bastante complicado.

Para encontrar una solución que diera respuesta a mis inquietudes metafóricas, me puse en la piel del Capitán Alatriste, al servicio de causas imposibles, al igual que San Judas Tadeo.

Vestido de época visité a Clint al principio de semana. Juntos nos entretuvimos haciendo dianas ante latas vacías que albergaron su correspondiente conserva. Él con su Magnun 44, yo con mis fríos cuchillos toledanos. Me contó su plan de jubilación por el que dejará de pegar tiros para convertirse en director de cine, aunque esto último todavía no lo sabe. Hilando conversaciones, me quedé con una idea de interés. Reflexionamos sobre la necesidad de disponer de un plan alternativo, un plan B. Más allá de sus contenidos, destacamos su existencia para afrontar las situaciones en las que los acontecimientos no suceden como quisiéramos.

Otro día pude hacer la compra en un supermercado masificado con mi querido nihilista de apellido judío. Su virtud, en lugares imposibles como éste, es encontrar las viandas a la primera, en este caso un chorizo embuchado para su bocadillo de batalla. Además de esta destreza única, el nihilista de apellido judío goza de otras cualidades definidas. Es leal, cercano, ambiguo y muy divertido, aunque, en ocasiones pesimista. Así que pensé para mí que él necesitaba disponer de un plan B, por pequeño fuera, que le permitiera mantener la esperanza. De esto último, como contradictorio nihilista que es, seguro que esconde algo.

De vuelta a la cueva diseñada por un prestigioso arquitecto, escuché al Doctor empleo, libre pensador que comparte guarida conmigo desde hace poco tiempo. Repitió aquello del plan B y pensé de nuevo sobre sus virtudes, más allá de su definición. El potencial de esta estrategia no es tanto saber qué vas hacer, sino reconocer la posibilidad de utilizarlo cuando fracasa lo que teníamos previsto. Esto tiene que ver con nuestra capacidad de resolución, y cierto optimismo que nos haga afrontar los problemas con garantías de solución.

Ya tenía la metáfora para Iv. La alternativa a su necesidad de enriquecerse. El plan B de Iv se asemeja al que Robert Kiyosaky desarrolla indirectamente en sus libros, sobre lo que este autor reflexiona y escribe. El plan B es su esfuerzo. Para ser un escritor de prestigio, es un decir, Robert tuvo que trabajar a conciencia, aunque únicamente fuera para diseñar su exitosa estrategia. Iv, por su parte, necesita de un objetivo laboral a corto plazo, que le enseñe lo que significa el esfuerzo para alcanzar su futuro deseado. Iv tiene claro lo que quiere conseguir, aunque todavía no es consciente que tiene que reforzar sus estrategias inmediatas.


Quizá si en este lugar llamado España, en este planeta que conocemos como mundo, se valorara el plan B del esfuerzo por igual que la necesidad de ser jodidamente rico, la metáfora para Iv podría ser otra.

domingo, 11 de octubre de 2015

LaMetáforaDeEvaTambiénLLamadaLaDelFunámbulo

Así en bruto, al referirnos al concepto de identidad, hay que tener en cuenta la necesidad de mantener el equilibro para no acabar en el suelo. Lejos del sentimiento fingido de naciones unidas, o con intención de dividirse, al fijarnos en el detalle concreto surge la metáfora. En este caso una para Eva. Ella es equilibrista desde hace bastante tiempo. Con ella no hay que fabular acerca de sus equilibrios porque ya aprendió, a su manera, a mantenerse encima de una cuerda, no sé si floja. Además ésta se ha convertido, de paso, en el camino que ella ha elegido por encima de todo, defender su identidad. Su virtud es la constancia de funámbula, a pesar de las caídas sufridas.

Durante esta semana, Eva ha sido una excusa, y si aparece su nombre en esta metáfora, es para no perder el hilo, o la cuerda, de este blog. Una semana más, una semana menos. En esta ocasión en la cuerda floja.

A pesar de todo, de las ausencias, de la construcción inmediata de un nuevo espacio en el que fingir una actividad laboral, ha habido mucha luz metafórica en mi interior. Imaginaos los bolsillos repletos de mi camisa a cuadros. Es cierto que he pensado algo en Eva, con la que me he cruzado porque la casualidad a veces es así de graciosa, pero, sobre todo, he reflexionado sobre mi profesión. No me refiero a mi actividad como mamporrero, que practico únicamente cuando sale el sol, sino a ese insano híbrido que componen las diferentes profesiones del sector de la intervención social, ese trabajo que se hace con personas que tiene problemas personales y/o sociales, o pueden tenerlos.

La intervención social es un sector pendiente de una seria evaluación. Durante más de 15 años he visto todo tipo de equilibrios, propios y ajenos, por mantener quizá un imposible de continuidad. Y una común justificación final, repetida infinidad de veces, “continúo porque es lo que mejor sé hacer”. De los funámbulos que he conocido, la mayoría son expertos en el arte del equilibrio, habiendo recorrido largos tramos, en ocasiones han caído, para luego levantarse y continuar por su camino imaginado. De entre todos, los hay que en su espalda cargan con las mentiras, y las verdades, de las personas a las que escuchan y atienden, como Atlas sostiene nuestro mundo; otros llevan en una mano su moral y en la otra un trozo de pan que necesitan para comer. Los hay indeseados que en lugar de trazar su ruta por una cuerda imaginada, rompen las ajenas circulando en coches grises, destartalados y ruidosos en los que se suben predicando un nuevo futuro, que es únicamente el suyo, el que imaginan montados en ferraries, o renaules de alta gama. Sin embargo, siempre acaban estrellados en la misma curva.

El colmo del funámbulo es sufrir una subrogación. Por ello esta semana he visto muchos equilibrios extraños, propios y ajenos, en los que estaban, por un lado,  los derechos personales y, por otro, una ingente cantidad de Evas, de personas en definitiva que dependen de nuestro sucio equilibrio, porque ellos también transitan por la cuerda floja. Quizá la diferencia del funámbulo de la intervención social con esos otros obligados equilibristas, es que estos últimos, en ocasiones, no tienen red que amortigüe su caída. Y de aquí surge otra metáfora más que, con visión cenital, como la que ahora emplea el guapo Moreno, permite ver la red que formamos tantos, con  nuestras manos unidas para evitar que unos caigan, y favorecer que muchos reboten y sigan su camino por una imaginada cuerda floja.


Finalmente para dificultar nuestra profesión funámbula, en la actualidad ni siquiera a los que practican este arte se les denominan de esta forma. Por un modismo anglosajón se dice que hacen Slackline. Algo similar ocurre con esos a los que se le llama Coach cuando en realidad son meros funámbulos de la intervención social. Otro equilibrio más, en este caso de nuestra propia identidad. Que nadie se caiga, o se tire. 

viernes, 2 de octubre de 2015

LaMeáforaDeUnoMismo

No hay metáforas posibles que no empiecen y terminen en uno mismo. No hay metáforas sin comunicación aunque quedan posos en lo que observamos.

Esta semana me vestí con faralaes y por corona, una montera. Llevé el pelo recogido a pesar de que hace tiempo  mi cabello se pega a mi piel. Tocaba baile, miedo. ¿Alguien se acordará de que estoy sentado esperando?

Hace años que no me entraba el nervio laboral, producto de un cortocircuito intencionado. Por eso saqué la raqueta y golpeé con desánimo contra el aire. No daba ni una. Así no hay metáfora que valga. En montañas rusas no entran, ni suben ni bajan.

Sin saber por qué observé un hilo de esperanza. Estaba sentado en un sofá como el triste Cigala que compone discos: americana, pantalones vaqueros y zapatillas marca Adidas, alemanas. Escuché voces, pisadas imprecisas, órdenes como para una mudanza, al azar. Cambio de centro de trabajo, empresa e ilusiones.

Sigo a la espera, pasa un día. Otra mudanza. Hoy soy Eduardo Mendoza, sonrío con elegancia y meso mi bigote imaginado. Pasen y vean. Precíntenme, perdí la personalidad y muto con la incertidumbre.

Conclusión, todos juntos somos muchos. Presentación en el nuevo centro de trabajo. Parabienes puntiagudos, todo falso, real. Allí acudí con traje de buzo como me enseñó el guapo Moreno. Todo resbala, hasta mi experiencia.

Me doy cuenta de lo que me pasa, tengo miedo a estar sólo, a luchar en una profunda trinchera. Hace años, valiente, pude derrocar al poder marcado de una estructura. Ahora no quiero pelear aunque el deber me llamaría, seguro, a coger mi fusil de plastelina, siempre, o nunca. Prefiero sentir cómo se unen cientos de manos juntas en silencio, postulando eso del no pasaran, y aseguro que no lo hacen. Sin embargo, un mundo donde el yo se escribe con letras grandes, se convierte en la utopía de Galeano. A cada paso, más lejos.  


La metáfora es la de los borregos, sin más palabras que las que queden por escribir. Punto y seguido.