martes, 27 de diciembre de 2016

DeNubesNegrasYODementores

Querida nube negra ( o Dementor):

Sé que no me conoces lo suficiente como para saber lo que me molesta, me incomoda, o simplemente no me gusta; casualmente estás tú entre los orígenes de mis pesares. Por ello precisamente espero que no te equivoques. No creas que deseo intimar, al contrario, no entiendo todavía por qué tengo que compartir contigo una parte de vida. Pero entiendo que es inevitable. Dicen que los amigos se buscan y los compañeros de trabajo nos los imponen. A pesar de todo, lo curioso es que por fin te entiendo, seguramente porque yo también sea para otros una nube negra (o Dementor), de dimensiones insospechadas. Sería extraordinario que lo fuera para ti, recíprocamente unidos en nuestras diferencias.

Durante un tiempo he ido volcando en un cuaderno cibernético mis experiencias laborales. Lo hacía con una intención terapéutica que me sirviera de bálsamo para sobrellevar la desidia. Y nunca pensé que tú, querida nube negra ( o Dementor), fueras parte de la solución. Siempre te arrinconé en la caja de los problemas.

Hace unas semanas pude disfrutar de un encuentro formativo con mis amigas (son más las mujeres que los hombres) de Proyecto Hogar, una Asociación con sentido, que ha sabido sobrevivir a la triste decadencia de la Intervención Social. Habían organizado una sesión de "Risoterapia”, gestionada con talento por parte de uno de los trabajadores de enproceso. Esta entidad es precisamente otra superviviente de este nuestro querido sector de lo social. Allí me recordaron lo que supone reír, hacer el ganso e, indirectamente, evitarte a ti, mi querida nube negra (o Dementor).

En el trascurso de la formación, de repente Gema, una de las personas más inteligentes y sensibles que he conocido, te citó a ti, Nube negra, y Javier, el formador, dijo que también te conocía, aunque él te llamaba Demontor. La idea no era otra que encontrar estrategias frente a alguien indeseable con el que te cruzas diariamente, normalmente en el trabajo, y no le puedes soportar. Entonces entre Gema y Javier te dieron forma. A mí se me iluminó la cara al reconocerte, sobre todo cuando me dieron la solución: Emplear el humor en nuestras relaciones.

Siendo como soy en ocasiones irónico y corrosivo nunca supe bien cómo evitarte querida amiga. A veces me enrocaba en un mismo pensamiento que tenía que ver contigo, y era imposible salir de él. Sólo tenía que compartir contigo mi humor y poder reírnos juntos. Así la nube negra se iría trasformando, cambiando del gris a un blanco pomposo.

Harry Potter, o quien lo escribiera, era una persona extremadamente sabia. Sobre los Demontores decía que «…Están entre las criaturas más nauseabundas del mundo. Infestan los lugares más oscuros y más sucios. Disfrutan con la desesperación y la destrucción ajenas, se llevan la paz, la esperanza y la alegría de cuanto los rodea... Si alguien se acerca mucho a un Dementor, este le quitara hasta el último sentimiento positivo y hasta el último recuerdo dichoso. Si puede, el Dementor se alimentara de él hasta convertirlo en su semejante: un ser desalmado y maligno. Lo dejara sin otra cosa que las peores experiencias de su vida.». En esa línea, la escritora aportaba soluciones. El hechizo Patronus era un conjuro, sortilegio o similar, que evocaba un recuerdo positivo, en forma corpórea o no, que ahuyentaba a los Dementores. En definitiva, una forma sutil de mandar a tomar por culo al fantasma de turno. Más o menos como la trasformación irrisoria de una nube negra en una blanca en forma de corderito.

Y esto para todos igual, querida nube negra (o Dementor), que podemos ser un mal sueño para otros. Así que cuando alguien se ría conmigo, o de mí, entenderé que muto desde la oscuridad hacia un lugar más despejado. Un cielo sin arcoíris ni soplapolleces, simplemente un lugar en el que es necesaria la convivencia.

Y yo contigo siempre nube negra (o Dementor).


Siempre tuyo, Fernando.

domingo, 11 de diciembre de 2016

LosNiñosLoboYLosLugaresAusentes

Epílogo o prólogo.

El niño lobo ha vuelto. Se presentó sin avisar un día de diciembre. Corría descoordinado, sin saber hacia dónde dirigía sus pasos. Se topó conmigo; le paré extendiendo mis brazos, y con las palmas de mis manos, mostrando mis líneas de vida, toqué las suyas.

Milagro. No sanó el niño el lobo, únicamente rescató mis sentimientos.

Según consulté posteriormente, había varios casos de niños lobo que vivían cerca de mi casa. Además, vi algún dibujo descriptivo, semejante al niño con el que me crucé. Como rasgo principal, la presencia y distribución de su bello. En la cabeza, ralo y vigoroso y en su rostro, una incipiente pelusa. En la descripción posterior, resaltaban los sonidos con los que se comunicaban, expresiones onomatopéyicas imprecisas. Y el pronóstico final, difícil pronóstico. Pronóstico impreciso pensé.

En algunas edificaciones de ciertos lugares comunes, no existen puertas, y el espacio se extiende, igual que la distribución del tiempo. En el hueco donde deberían ubicarse las puertas, se colocan cortinas de diversos materiales, que guardan la intimidad del lugar.

El problema surgió cuando se tuvieron que cerrar las puertas y colocar varias cerraduras. El problema fue que había algo que guardar y se fueron los niños lobo, resguardándose en lugares alejados. Y con ellos huyeron las chicas que tocaban la armónica y los negritos bailones. Se fueron yendo todos, como la magia que habitó en las palmas de mi mano, que decoraban mis líneas de vida.

El problema surgió cuando empezamos a contar números. Al uno le seguía el dos, pero éste saltaba hasta el trescientos quince, por ejemplo. Las paredes se había pintado de un azul demasiado intenso y estaban congelado los pensamientos.

Así un día, y otro día, hasta que se prestaba demasiada atención a los días que faltaban, y no a aquellos que  todavía tendríamos que disfrutar. Pasó que se miraba con frialdad, dirigiendo siempre la vista hacia el mismo lugar. Así el día torcido, cuando veíamos algo diferente, no reparábamos en ello, ¿acaso lo necesitábamos?

Le dije que ya había estado en Alsacia. En alguna ocasión todos hemos estado en Alsacia. Leí que allí fue humillado el ciclista Luis Ocaña por Eddy Mercks. Lo sabía desde hace tiempo pero no quería recordarlo, porque pensaba más en la gloría de éste último que en la amargura del primero. Además, ya conocía Colmar, en el corazón de los Vosgos alsacianos. Pero no le di importancia, quizá porque quise crear un lugar común, cuando en realidad era un lugar ausente, perdido. Un lugar en el que se había cerrado de antemano la puerta.

Vi al niño lobo a una distancia considerable de Alsacia, por casualidad, en otro lugar que no viene al caso.


Milagro. No sanó el niño el lobo, únicamente rescató mis sentimientos. Y sentí que hay lugares ausentes, vacíos, repletos de personas dignas con historias por contar.