domingo, 27 de septiembre de 2015

LaMetáforaDeIosu

Es tan difícil cambiar las cosas utilizando las palabras que merece la pena intentarlo. Igualmente de complicado es que Iosu sea el verdadero nombre del receptor de esta metáfora.

Esta semana vi de nuevo a Clint y me invitó a subirme en su colchoneta. Desde hace un tiempo, me dijo, se postra en ella, dejándose llevar a través de un océano imaginado. En ocasiones, encalla ante parajes desconocidos, ajenos, en los que escruta con dedicación lo que allí acontece. A pesar de sus palabras, sé que Clint esconde una quilla firme que le permite guiar su destino.


Antes de este encuentro estuve con Iosu, al que escuché atentamente. Sé que Iosu dice lo que yo quiero oír. Acude cuando le llamo y en ese instante ambos sabemos que nuestra conversación es sincera. Sin embargo, estoy convencido de que él no comparte otras de mis reflexiones. Pienso que pasadas unas horas, Iosu se olvidará de la conversación mantenida y actuará como siempre lo ha hecho. ¡Qué incrédulos son aquellos que piensan que sus palabras son sanadoras! ¡Qué incrédulo yo mismo al esperar que esa conversación sea eterna!

Aún así surgió la metáfora redentora, falsa; aplicada a mí, a tantos otros, quizá certera. A Iosu le dije que según le voy conociendo, voy imaginando lo que le pasa. Que cuando estuvo en tal trabajo ocurrió tal cosa, y en el otro, otra. Y con esa inacabada información, me comporto como un albañil, igual que él es el arquitecto de su vida. Para mí los ladrillos son sus palabras, para él lo son sus propias experiencias. El cemento, ese material viscoso, maleable y feo, en mi caso son las hipótesis que posibilitan la unión de los ladrillos. Cuando todo queda agrupado, es posible la elevación de un tabique sólido que favorezca el crecimiento de Iosu. En su caso, el cemento son sus ideas, su día a día, su entendimiento, sus razones y sus defectos. Y precisamente, como sé que las palabras vuelan, la paleta que recoge el cemento de Iosu, sus ideas, no le permitirán, de momento, consolidar el muro que va construyendo. Por eso Iosu acude a otros albañiles especializados, donde emplean diferentes materiales, en ocasiones más consistentes. Entre todos, podríamos formar una cuadrilla y debatir acerca de los tabiques que sostendrán la casa de Iosu. Así que la metáfora de Iosu está inacabada.

Y me subo a la colchoneta de Clint, con su permiso, para navegar hacia un nuevo destino: una isla alejada. Allí me encontraré de nuevo con Iosu, y tantos otros. Aprovecharé mi estancia en ese lugar para inflar mi propia colchoneta, colocar una quilla segura y emprender aventuras por aguas diferentes, en busca de albañiles y parajes desconocidos, pendientes de ser imaginados.

sábado, 19 de septiembre de 2015

UnaMetáforaParaHanan

Por supuesto que Hanan es un nombre ficticio, sobre todo porque nunca supe como escribirlo. Aunque su historia, que aquí no viene al caso, es del todo creíble, e invisible o sorprendente para aquel que no desea mirar.

En esta primera entrada, sí entra, precisamente, otra historia;  la de este blog. Y seré breve, espero.

Entre mis amigos, se encuentra Clint Eastwood. Al no ser más presumido de lo normal este Clint, se muestra hacia nosotros con un aspecto vulgar, como lo hacemos todos, aunque él sea singular y único. Y Clint me pregunta, ¿escribes algo?, y yo, mohíno, frunzo el ceño. Obstinado como es, Clint me alaba cuando coincidimos, no sólo por galantería sino porque él confía en que yo tengo algo dentro, secreciones aparte, que puedo compartir. Igualmente, yo pienso que él tiene en su interior un mundo maravilloso y así lo comparte diariamente con entrega, paciencia e ilusión, o acaso no visteis "Sin Perdón", "Mystic River" o "Gran Torino". Total que a Clint le gustan mis metáforas y como sea que yo las aplico indiscriminadamente en mi trabajo como técnico de inserción sociolaboral, es decir, mamporrero, he decidido recopilarlas, ya que estas sandeces son tan efímeras como la flor de la cebolla, y compartirlas, porque no sé a cuántos Clint de este mundo puede que les interesen mis imágenes abstractas que, por lo menos, me enseñan algo de luz entre tinieblas.



Una metáfora para Hanan. 

Hanan dice que empezará a trabajar como dependienta/camarera en breve, y que le asusta manejar la caja registradora. Quizá únicamente me cuenta esto porque haya que hablar de algo. Lógicamente aprovecho la ocasión que me brida y me expreso como para ser recordado, para que, al menos, Hanan se vaya con la idea de que puede controlar la caja registradora o lo que se le ponga por delante.

Entonces le digo que yo, ciclista de cuneta, que cuando conseguí ascender un puerto de montaña por la carretera más abrupta fue al encontrarme el camino inmediato invisible, bien por lo revirado de sus curvas, o porque las nubes se posaban en las cumbres. Por el contrario, cuando desfallecí voluntariamente en el intento fue porque mi visión llegaba más allá, a la próxima rampa y a la siguiente, observando un panorama desolador. Entonces mis fuerzas desaparecían y yo abortaba el pedaleo. Le dije a Hanan que esas visibles cuestas eran sus cajas registradoras, sus dudas. Le recomendé que no pensará en la rampa más temida y reconocida, sino que disfrutara de las tareas que fuera encadenando. Y ella, como buena Hanan que es, me dijo que no me entendía, que qué quería decir. Lo repetí, sin desfallecer, aún intuyendo que en la propia Hanan se encontraba la cuesta más empinada para conseguir mi propósito. Hanan siguió escuchándome porque, creo, piensa que quizá yo tengo algo interesante que expresar, a pesar de que en esta ocasión posiblemente pinchara en hueso.

Por si algún Clint quiere saberlo, Hanan no llegó a trabajar como dependienta/camarera. Se emplea, porque hay que hacerlo, como hacedora de camas en un puesto que se denomina camarera de piso, en un hotel estrellado.



Y yo me pregunto para qué sirve mi trabajo y sé que precisamente sirve para esto, para escribir una metáfora para Hanan y para Clint, por supuesto.