Es tan difícil cambiar las cosas utilizando las palabras que
merece la pena intentarlo. Igualmente de complicado es que Iosu sea el
verdadero nombre del receptor de esta metáfora.
Esta semana vi de nuevo a Clint y me invitó a subirme en su
colchoneta. Desde hace un tiempo, me dijo, se postra en ella, dejándose llevar
a través de un océano imaginado. En ocasiones, encalla ante parajes desconocidos,
ajenos, en los que escruta con dedicación lo que allí acontece. A pesar de sus
palabras, sé que Clint esconde una quilla firme que le permite guiar su
destino.
Antes de este encuentro estuve con Iosu, al que escuché
atentamente. Sé que Iosu dice lo que yo quiero oír. Acude cuando le llamo y en
ese instante ambos sabemos que nuestra conversación es sincera. Sin embargo,
estoy convencido de que él no comparte otras de mis reflexiones. Pienso que
pasadas unas horas, Iosu se olvidará de la conversación mantenida y actuará
como siempre lo ha hecho. ¡Qué incrédulos son aquellos que piensan que sus
palabras son sanadoras! ¡Qué incrédulo yo mismo al esperar que esa conversación
sea eterna!
Aún así surgió la metáfora redentora, falsa; aplicada a mí,
a tantos otros, quizá certera. A Iosu le dije que según le voy conociendo, voy
imaginando lo que le pasa. Que cuando estuvo en tal trabajo ocurrió tal cosa, y
en el otro, otra. Y con esa inacabada información, me comporto como un albañil,
igual que él es el arquitecto de su vida. Para mí los ladrillos son sus
palabras, para él lo son sus propias experiencias. El cemento, ese material
viscoso, maleable y feo, en mi caso son las hipótesis que posibilitan la unión
de los ladrillos. Cuando todo queda agrupado, es posible la elevación de un tabique
sólido que favorezca el crecimiento de Iosu. En su caso, el cemento son sus
ideas, su día a día, su entendimiento, sus razones y sus defectos. Y
precisamente, como sé que las palabras vuelan, la paleta que recoge el cemento
de Iosu, sus ideas, no le permitirán, de momento, consolidar el muro que va
construyendo. Por eso Iosu acude a otros albañiles especializados, donde
emplean diferentes materiales, en ocasiones más consistentes. Entre todos, podríamos
formar una cuadrilla y debatir acerca de los tabiques que sostendrán la casa de
Iosu. Así que la metáfora de Iosu está inacabada.
Y me subo a la colchoneta de Clint, con su permiso, para
navegar hacia un nuevo destino: una isla alejada. Allí me encontraré de nuevo con
Iosu, y tantos otros. Aprovecharé mi estancia en ese lugar para inflar mi
propia colchoneta, colocar una quilla segura y emprender aventuras por aguas
diferentes, en busca de albañiles y parajes desconocidos, pendientes de ser
imaginados.