sábado, 28 de noviembre de 2015

YaisonYLaCuadraturaDelCírculo


A Clint siempre recurro porque se parece a mí y añoro comportarme como él. A pesar de que nos vemos poco, sólo con sus susurros telefónicos entiendo un poco más acerca del sentido de las cosas. Sé que sólo son palabras, metáforas en definitiva, pero necesarias para sobrevivir laboralmente. Ya se sabe que Clint no es sólo duro delante de la pantalla. Detrás, es un referente del celuloide. Por eso sus consejos son ley. Y ante el desánimo me explica que lo mejor es filmar utilizando la técnica del primer plano. ¿En que consiste? Sencillo. Implica fijarse en aquello que tienes cerca, en tu tarea y no más, sólo en la actividad de tu trabajo. Por el contrario abusar de planos cenitales, de esos en los que subido a una escalera observas las cabezas de las personas, sus pensamientos, o sus defectos, se convierte en una técnica improcedente. Así no eres real, quizá celeste, únicamente. De la misma forma, el contrapicado, a ras del suelo, supone observar al completo a los demás, con sus virtudes y, sobre todo, sus vicios. Este contrapicado te hunde cualquier película, especialmente si tiene una temática social. Con el primer plano, te centras en lo que te interesa, para qué más.

Y de técnicas y entornos, se aprende mucho en la cueva diseñada por un prestigioso arquitecto. Allí nos ha dado por agruparnos. A falta de clientes, bien viene el calor corporal. En las mesas donde antes se jugaba a la taba con asiduidad, se encuentra Elsa, con poncho incluido, serena e indignada. También está la dama del violín, que ajusta las clavijas para una sinfonía imposible. Y, por supuesto, está el Doctor Empleo. Durante la semana he descubierto su capacidad para cuadrar un círculo. Cuestión improbable, como es sabido, a no ser que te ilumine la ciencia, o creas en las metáforas.


Antes, en el local del pasillo interminable yo aplicaba metáforas en informes vacíos, de esos que se piden para no leerlos. Para disgusto de la añorada Isabel, los peores eran sobre un clan de trillizos, mimosos e imprevistos, que se convirtieron en los míticos Acebedos, nombre, por supuesto inventado para la ocasión, como todo esto. Entre ellos, el más desconocido era un tal Yaison, sustantivo imaginado.

Hace un mes Yaison fue a nuestra cueva y a diferencia de lo que nos pasa a los demás, se sintió a gusto. Entre bromas y dedicación exclusiva conectó con el Doctor Empleo. Y como por arte de magia, Yaison asistió más de lo que nunca lo hizo en el local del pasillo interminable. Cuadrar el círculo no se hace con una varita mágica, ni una receta infalible, se construye con mimo y cercanía. En uno de esos días que están en medio de la semana, vulgares y anodinos, Doctor Empleo contactó con Yaison. Le contó que va a trabajar acomodando a madridistas Vips en su estadio de fútbol, durante unos partidos, pocos. Qué más dará el tiempo si para Yaison no hay nada mejor que el Real Madrid y su estilete colombiano, como él, James Rodríguez. Así se cuadran los círculos, perfectamente, mediante metáforas.


Igual que me encontraba con Clint en metáforas pasadas, vi a mi querido nihilista de apellido judío. Está como siempre, recio y simpático. Se le echa mucho de menos. 

jueves, 19 de noviembre de 2015

¿QuiénMotivaAlQueTieneQueMotivar?

Dicen que si sigues un hilo, por pequeño que sea, encuentras el ovillo. Aquí ya hay una metáfora, por ejemplo sobre la esperanza. En consecuencia, seguiré el hilo del texto semanal anterior. Para la ocasión, utilizo un rollo de celuloide que me lleva a una película y a El Director. Director de cine sólo hay uno, y a ti te encontré en la calle: Billy Wilder.

Esta semana me he arrastrado y, en el fondo, mal que bien, por desgracia ya he hecho el callo suficiente para la supervivencia. Sin embargo, he visto como flojeaba el padre perfecto. De él siempre he considerado que es el futuro de la intervención social, sobre todo por el paso de baile con el que nos deleita en el taller de empleo. Él es sensible, atento y políticamente correcto. Por eso es el padre ideal.

Qué duda cabe que durante este tiempo he ido de un sitio para otro, llegándome a cruzar con Iosu, el arquitecto de su proyecto. También llegué a las puertas del infierno. Un lugar de esos con quicios desquiciados. Aunque me vistiera de Caronte, hubiera preferido entrar yo mismo allí, siempre que me llevarán tan bellas sirenas como las que se encontraban en aquel lugar. Ya en otro sitio me confundieron con un “Cisterciense”. Uno de esos camisa en cuello, barba poblada y bicicleta. Esto me lleva a pensar sin duda hasta dónde me llegan los pelos en determinados lugares de mi cuerpo. Por la  bici no será. Pedaleo en una de montaña, lejos del diseño del absurdo piñón fijo. Aún así la duda ofende. Por si fuera poco, tuve también un momento para degustar la tranquilidad en un esplendoroso paraje otoñal en Berlín, cerca de Prosperidad. A pesar de todo, sin duda, me he arrastrado.

Volviendo a Wilder, a Billy, ese que también degusta la añorada Isabel, recuerdo una de sus memorias. Allí cuentan una anécdota que viene al pelo para explicar esta incapacidad de arrastre, casi colectiva. ¿Quién motiva al que tiene que motivar? Hablan del payaso Grock. Alguien acude a un psiquiatra, alguien entristecido. El psiquiatra se empeña en dar consejos a su paciente sin éxito. Insinúa mil y una posibilidades para el entretenimiento, sin que alguna satisfaga al derrotado cliente. De repente, el psiquiatra recuerda que en esos días está en la ciudad Grock, el famoso payaso. Como último recurso, recomienda esta divertida actuación. El paciente, aún más triste se limita a decir que él es Grock. ¿Quién motiva al que tiene que motivar?

Ante la adversidad, es complicado esperar que Grock ría, y a pesar de eso, hace reír a los demás. Por esto, cuando el padre perfecto tiene sus días y a otros les da por arrastrarse, pienso en Grock y lo complicado que supone salir al escenario y representar bien la función. Me imagino que la esperanza es lo primero que se pierde, o ¿eso es la virginidad?


Vi a Clint, por no perder la costumbre, y me vio arrastrado. 

sábado, 14 de noviembre de 2015

EntreElCieloYLaTierra


Carta a quien corresponda:

Ya son varias las metáforas que he escrito al respecto de mi trabajo, todas la verdad. En ésta que queda por redactarse a través de una escondida misiva, me surge una duda razonable. ¿Algún lector sabe a lo que me dedico?, ¿soy consciente de ello yo mismo?

Atrás dejo, quizá para otra ocasión, las nuevas andanzas de Eric y Enide; las palabras razonables de Iv, que ya ha entendido la corrección de disponer de un buen plan B, para conseguir el otro, el A, el ideal; la desenfocada mirada de Nozah, que tendrá que buscar otro empleo; y los éxitos de Hanan, precipitados por el Doctor Empleo.

La reflexión actual voló en la cueva diseñada por un prestigioso arquitecto al intentar motivar a varios chavales a través de una oferta de empleo. Cuando se menciona esta palabra, o trabajo, o curro, dinero al final y al cabo, todo es fácil, incluso mediante palabras difusas y ajenas. Claro está que el objetivo de acompañar a alguien a un trabajo no es el particular lucimiento de uno, a pesar de que algunos así lo consideran. El mío es acompañar. Y esto supone atravesar el quicio de una puerta. Ante una oferta de esas de las que presume el presidencial barbudo que habla en silencio, no se puede ser optimista. El trabajo es precario pero existe, es, como el pensamiento de Descartes. Así la puerta puede decirse que provocará una felicidad futura, en la medida en la que cada cuál se esfuerce. Es una ventana de infinitas posibilidades, como Windows. De esta forma lo expreso yo, con palabras profundas y aspavientos de actor de los de antes, como Gary Cooper en Sólo ante el peligro. Maquillaje a granel para tapar hondas estrías.

Una vez destapada la célula de las ilusiones en 8 milímetros, recuerdo algo que vi hace tiempo y tengo grabado a fuego. Me pongo un abrigo gris en blanco y negro, un sombrero vistoso de los 40 y me convierto en Joseph Cotten. Elijo el Tercer hombre. Recuerdo una escena monumental en la que un austriaco dividido le explica - me explica – a Joseph Cotten donde se encuentra el tercer hombre. Así, equivoca la ubicación del infierno, señalándolo con el pulgar hacia arriba. Igualmente hierra acerca del cielo, colocando la mano como cuando los emperadores romanos decidían la muerte. Todo en un inglés parecido al mío, nefasto. Pienso en las semejanzas entre el austriaco y la mencionada puerta hacia la felicidad. ¿Qué hago yo entones?, ¿busco empresas escondidas como quien busca a Orson Welles?, ¿acaso me considero un salvador que cambia la vida de los pobres buscadores de empleo como anhelo modificar el final de El tercer hombre? Entonces surge el eufemismo: Prospector, Intermiador, Laboral, Sociolaboral, Empresa, Empresario, Trabajador, Rajoy. NO. Menos a lo último, puedo responder con mi trabajo, y sin embargo no soy nada de lo anterior, y menos Rajoy. Soy algo diferente. Un ente ubicado entre el bien y el mal, que emplea palabras y otorga hechos para que otros puedan avanzar. Soy un actor secundario cuyo papel caduca inmediatamente después de que el actor/actriz principal inicie su próxima actuación. Entonces se entiende porqué se invita a las personas a atravesar quicios desplomados, menguados por las termitas. Quizá sea porque estos son nuestros quicios, desquiciados. Esos que, sin embargo, pensamos que nos llevarán a la eterna felicidad, es un decir.

A pesar de haber visto a Clint, esta semana me quedo con los abrazos del limón más dulce que he conocido.

Sin más me despido hasta nueva orden.


PD: Sin menoscabo de lo anterior, creo que de todo esto ya le he hablado a mi querido nihilista de apellido judío. ¿O será mi imaginación?

jueves, 5 de noviembre de 2015

NozahOLaMiradaDelTigre

Esta ha sido una semana de encuentros. Al primero que reconocí fue a mí mismo.


Desde la distancia que da la ficción me observé vestido como Miguel Strogoff, el correo del zar. A pesar de que el programa de palabras diseñado por el ser humano más rico del mundo se empeñe en corregir este último termino, e incluya una “a”, azar.  El correo del azar. En lugar de casaca y sombrero soviético llevaba una levita de entretiempo, recortada, ideal para enfriar cualquier parte de mi tubo gastrointestinal. Sustituí las cartas azarosas por un cuaderno negro. Y fui al encuentro de Iosu. Si recordáis metáforas pasadas, citaba a Iosu como un arquitecto de su proyecto vital, aparte de incidir en su incapacidad para escucharme. Iosu no ha cambiado en nada, como debe de ser. Por eso uno se tiene que poner el casco de obra, despedirse de Strogoff y meterse en faena. Iosu trabaja a destajo en un Restaurante al que se le podría nombrar Restaurant, por ser un Bar bien situado. Con el casco protector me presenté allí. Y doy fe que se invalidaron todos mis argumentos prospectores de buen mamporrero – véase técnico de empleo -. Mientras Iosu trabajaba, pude hablar con el encargado de aquel lugar que me mostró lo sencillo que puede ser esto del empleo: Actitud y Confianza. Y eso es lo que le trasmite al bueno de Iosu que se está dejando la piel, a pesar de romper su enésimo plato. Entonces sobran las metáforas, los disfraces y cualquier palabra. Iosu ha encontrado su cemento para construir su proyecto. Eso sí, a mí me han invitado, porque me he propuesto, a ser Quality Assessment. Demasiadas eses. En realidad, haré un seguimiento en el puesto de trabajo de la actividad de Iosu. No es Quality pero es de las actividades más interesantes de mi trabajo.

Volví a ver a Nozah, nombre con el que se la conoce y que a todas luces pertenece a la ficción más ficticia. Nozah terminó su actividad laboral y ahora va a empezar otra. He tenido de acompañarla en este último proceso. Nozah es sigilosa como un tigre, astuta como lo puede ser un tigre, porque su capacidad de supervivencia así lo demuestra, mas no posee la mirada de un tigre. Así le dije, inventándome una metáfora. Posteriormente, cuando he visto que en realidad mirar como un tigre significa que hay que intimidar al enemigo, mis argumentos se desmoronaron. En realidad lo que quise trasmitir a Nozah es que tiene que disparar fotos teniendo en cuenta la profundidad de campo. Las fotos son su actividad laboral entre fogones y la profundidad de campo, la actitud que ha de mostrar para anticiparse a los problemas. Nada que ver con la mirada del tigre. Es decir, si no vas a ir a trabajar, avisa; si tienes un problema, expresa tus sentimientos. Entiendo que a cierta edad no se tiene en cuenta la profundidad de campo, ni perspectivas similares. Las fotos suelen ser instantáneas rápidas y fugaces. Válidas para atrapar al momento, a pesar de que no sean buenas fotografías. Así que circulando por el atardecer de Madrid, con el cielo descompuesto en mil matices, con luces exactas, que nunca nadie podrá captar como lo que se ve a través de un ojo, al decirle a Nozah que si le gustaba mirar el cielo, ella se reía. Al preguntarle por segunda vez, me decía, qué Fernando estás hecho, qué cielo. Esto último no era una adjetivación de mis virtudes, se entiende, sino una referencia al cielo que no podía observar. Me imagino que esto es una cuestión de enfoque, y de tener en cuenta la profundidad de campo. Más aún que esa mirada que tiene el tigre.

La semana tiende hacia el olvido con las anécdotas que me cuenta el guapo Moreno sobre Clint. Sonrío pues al saber que los míos siguen haciendo de las suyas. Clint vuelve a hacer cine del oeste, tomando carajillos en las cantinas. Mientras, el guapo Moreno parece salido de una película de James Bond. ¿Spectre? Es posible. Habrá que verla.


Y finalmente haciendo carne la ficción, al anticipar la publicación, es un decir, de esta metáfora, sé que trastocaré la rutina dominical de mi querido nihilista de apellido judío. Ya no podrá aplicar la máxima de café, cigarro – metáfora – y muñeco de barro. Pero qué diantre, si estos judíos celebran su sabbat el domingo aunque suene a sábado, no voy a ser yo menos alterando los hábitos de un judío, por muy nihilista que sea. Mirada de tigre. Mirada de Richard Parker.

domingo, 1 de noviembre de 2015

UNaMetáforaEnÁmbar:SharonMelissa

Va uno repasando metáforas pasadas y se encuentra con la ineficacia de éstas. Principalmente acerca de la predicción en la inserción laboral de los protagonistas, salvo en dos casos. Uno, porque no tendría que trabajar tanto y otro, referido a mi mismo, porque lo hago de menos, demasiado. Entonces, para qué sirve todo esto, me pregunto yo. Y recurro de nuevo a Galeano. La utopía no es el fin, sólo es un medio. Así como el camino ese hacia la madurez de algunos, tantos, como uno mismo, es sólo un proceso.

Al igual que el Sr. Rojo rima viajando, uno que escribe metáforas las idea montado en una bicicleta. Cierto es que mi hermano en lo social lo hace en el interior de un vagón de metro y no sé si será de rima inestable. A mí sí me sucede. Me afectan las nubes traviesas, la lluvia que provoca aglomeraciones y, durante esta semana, han sido significativos los semáforos, que han dejado fluir a las palabras.

En la cueva diseñada por un prestigioso arquitecto han puesto mesas. Ya se puede jugar. Allí se siguen las reglas marcadas por el novísimo estilo escandinavo. Maderas Ikea como para 13 meses; un año. Antes de estar en la cueva, cuando se jugaba en el local del pasillo interminable, se respetaban las normas de la Taba. Esta actividad esconde un estilo primitivo de gran eficacia cuando son pocos los jugadores. Sin embargo, cuando se juntan muchos, las normas se vuelven difusas. En esos casos, se forman grupos diferentes y entre ellos aplican sus propias normas. Por el contrario, el estilo escandinavo es global, frío, ausente se podría decir. En la Taba se utiliza una herramienta de juego consolidada. En el estilo escandinavo el material está podrido aunque en apariencia cumpla la normativa de calidad, no se sabe si europea, o de otro continente tan desarrollado.

A mitad de semana apareció la protagonista de esta metáfora. La llamaremos Sharon Melissa, por ejemplo. Su nombre compuesto delata su origen extranjero, porque a ningún españolito en su sano juicio se le ocurriría emplear un nombre compuesto para sus vástagos. Antes era de uso extendido, pero eran otros tiempos. Lo más curioso de Sharon Melissa es que en la cueva diseñada por un prestigioso arquitecto se le llama Sharon, y en el entorno de Clint se la conoce como Melissa. Y es que aquella que es Melissa baila zumba en la morada de Eastwood.  Sharon quiso jugar en las recién estrenadas mesas de la cueva, según sus normas. La historia de vida, que se dice, de Sharon, provoca que le cueste aceptar algo que no sea lo que ella desea. Me imagino que a esa historia de vida haya que añadir su necesidad de individualidad, propia de su edad, aparte del cansancio que provoca buscar sin encontrar. En esas Judith con paciencia mascaba una rama arbórea que decía que era regaliz. Es posible que fuera una madera recogida en su Hungría natal, pasado Benavente. Y observa, observo, como hace el Doctor Empleo. Y la partida se enroca.

Al día siguiente hablando con Clint me contó que quiere profundizar de nuevo en el deporte para su nueva película. Quizá por eso fortalece sus músculos, entumecidos ya por su edad. También charlamos sobre Melissa. Clint como baila zumba con ella, tiene que estar atento a muchas cuestiones de su vida. Se fija en los detalles, que si el vestido que lleva, que si entrena correctamente el nuevo paso de baile, que si descansa lo suficiente. ¡Qué difícil es enseñar zumba¡.

Mientras, viajo en bicicleta. Aunque siempre miro hacia el mismo lugar, en ocasiones, a poco que me distraiga, veo algo diferente. Lo más sorprendente de estos viajes es cuando altero la rutina horaria. Entonces me doy cuenta que los ciclos de los semáforos cambian. Tardan más en llegar los rojos. Los verdes, por su parte, iluminan mi recorrido. Cuando me deslizo sobre el ámbar, se modifica totalmente el trayecto, y el viaje es diferente. Aún así hay que seguir respetando a los semáforos. El verde invita a pasar, mientras alguien en rojo espera a que llegue su turno.

Volviendo a la realidad de la cueva, me doy cuenta de la dificultad que tiene mostrar a Sharon Melissa esta alternancia de colores, y como a ella, a tantos. Y pienso que mientras llega el momento de conocer esta dicotomía, se podría profundizar en las virtudes que tiene el ámbar, que no es rojo, ni verde.  Tampoco es la mezcla de ambos. A eso se le llama amarillo. El ámbar es por encima de todo, un bonito fondo para el entendimiento.


En este espacio coloreado es probable que Sharon Melissa sea una mujer con dos nombres. Otra cuestión es que algún día se cree un término medio en el tablero donde se practica la Taba, o el juego de estilo escandinavo. Lo que es seguro es que el Señor Rojo tendrá ese color por siempre.