jueves, 31 de diciembre de 2015

LaMetáforaDeLaNochevieja

Tras la que diverge se vuelve a cerrar el círculo.

Pensé que durante las vacaciones las metáforas desaparecían, como sucede con los Trasgos cuando se acerca un ser humano. Me alegra caer en la equivocación, porque desdecirse y “despensarse” en este tiempo tan equilibrado es virtud. Igual que las metáforas al ser posibles hierran, quien las escribe Herrero está lleno de errores.

A través de una madeja deshilachada sé que alguien decidió por Tiara. Una de las funciones de mi trabajo, si es que las hay, es, como ya he comentado, permitir que los jóvenes accedan al mercado laboral. Claro está que si se aspira al éxito con este mercado laboral tan impostado es difícil jugar limpio. De aquí viene aquello del quicio desquiciado: una puerta chirriante por la que los jóvenes pueden cumplir sus objetivos laborales. Todo muy “alegal”, por utilizar un eufemismo. Tiara en su momento entró por una puerta similar. El empresario, por su parte, megalómano como Gallardón pensó que la mejor estrategia era avanzar sin mirar atrás. Ante las deudas, nuevas sedes empresariales para paliar la merma. Sin ser un experto en finanzas, intuí que aquello no era razonable. Pasados seis meses, aprox., entre la Navidad y la Nochevieja, decidieron por Tiara y la despidieron. Este error coyuntural a Tiara le beneficia para poder desarrollarse en otro lugar o haciendo otras cosas, simplemente. El problema  es el impago de alguna nómina. Como vivimos al día, es posible que a Tiara algo le afecte, por lo menos en lo que respecta a los gastos en estas fiestas.

De esa madeja fluye la imaginación. Entre fiesta y fiesta, llegando a la Nochevieja, pienso en esas cenas que se tienen a bien celebrar en familia. Mi mente fluye. ¿Con quién cenará Tiara?, me pregunto, o, ¿irá la Alcadesa Carmena a cenar con ella?, especulo. No, perdón, que aquello de siente un pobre en la mesa era menester de Franco, y Tiara más que menos se defiende económicamente. Además, es cierto que la Alcadesa ya cenó con los pobres en Nochebuena.

Siguiendo este último hilo, también imagino mi propia cena de Nochevieja. Más allá de disputas intrincadas como las que se dan en las agrupaciones de políticos, aquello fluirá sin pobres y con mucho esplendor. Llegado el momento, alguien preguntará, y tú qué tal en el trabajo. Entonces puede que piense en metáforas, que sirven para llenar los huecos de mi actividad. Es posible que sienta vergüenza por decir que me empleo en un servicio público descuidado, que yo soy parte de ese entramado, que el dinero del proyecto es de todos y se desvía involuntariamente por un sumidero. Vamos una puta mierda, con perdón, Probablemente, llegado el caso, piense en Carmena, por qué no, y en la posibilidad que más que a un pobre siente a un iluso en su mesa. De ser el elegido, le contaría todo esto. Dudo sobre su respuesta, la verdad.  Puestos a imaginar, es posible que también invitara a Tiara a cenar en su mesa. El caso es que como Carmena más que por política la tengo antes por persona, imagino que me escucharía y algo haría. Por lo menos darme miedo cordero, que uno es glotón.

Mientras llega el momento me entretengo pensando que allá por donde va el 70 modificarán el nombre de algunas calles. ¿Y si llamaran a esa de la división azul, Luis Ciges o Luis García Berlanga? Motivos hay pues estos genios perdieron el tiempo en Rusia y Berlanga sentó a un Plácido/pobre en la mesa.


En cualquier caso, por favor no preguntéis a nadie por su trabajo, cuestionarle si es feliz, que es más relevante. 

domingo, 27 de diciembre de 2015

LaMetáforaDivergente

En aquel lugar nunca pasó nada.


Es extraño pensar, y más en algo en concreto. Visualizo 12 imágenes por segundo y todo está enlentecido. Tus movimientos los observo cortados. Te pongo un ejemplo. Mueve tu mano. Sólo puedo verla arriba y abajo. No sé lo que ocurre entre medias. A esto lo llaman la enfermedad de Bolt.

Sé que aquella mañana estaba el cielo despejado. Comenzaba a oler a primavera. Tú estabas exultante, como siempre. Paseábamos juntos. Decidimos recorrer las calles estrechas cercanas a la estación. Te contaba mis planes futuros. Me iría a Ámsterdam, con la idea de perderme. Tú me dijiste que ibas a quedarte un tiempo viviendo aquí. Estabas trabajando en una oficina próxima al lugar por el que paseábamos y me lo enseñaste. No había nadie. Estaba cerrado. Los cristales estaban tintados e hicimos como los niños. Posamos el rostro allí y utilizamos las manos para impedir que el sol interfiriera en nuestro propósito. Tú te sentabas en aquel rincón, me dijiste. Y tus compañeros en las otras sillas. Sucedió de repente. Todo se paraba. Me asuste. No podía observar los objetos de forma continua. Separé las manos del cristal. Di un paso hacia atrás. Me estaba mareando. Te dije lo que me pasaba y nos abrazamos. Mira allí, me obligaste. Qué ves. Pude observar una placa. Norton P. En esté lugar nunca pasó nada. Me sorprendí. Era lógico que la empresa se llamara de esa forma, o de cualquier otra. Pero no entendí la otra frase. Cómo era posible que en ese lugar nunca pasara nada. Te lo conté y te reíste. Sigues mareado, déjalo. Quédate con Norton P, donde pasan demasiadas cosas. Recuerda el nombre. Cuándo regreses de Ámsterdam me encontrarás aquí.

Ese día no fui al médico. Quería aprovechar tu compañía. Tampoco lo hice en los siguientes, pero iba a peor. No tuve más remedio que someterme a miles de pruebas. Cancelé mi viaje hasta que hubo un dictamen. No podía desplazarme. Mi enfermedad me hacía entender las cosas de forma diferente. Todo iba más despacio. Ese ritmo no lo entendía y me hacía perder la conciencia. Tuve que guardar reposo y medicarme. Ahora siento lo mismo pero con los pies en el suelo. Puedo vivir. No sé si en Ámsterdam hay canales, si quiera agua.


Otro día estuve observándote a través del cristal, sin que me vieras. Estabas sentada en la silla que me indicaste. No parabas de hablar por teléfono y mirar la pantalla del ordenador.  Tus compañeros hacían lo mismo. Me fui. Aunque antes me fije en el letrero. Norton P. Una historia que contar.

sábado, 19 de diciembre de 2015

LaLeyendaDePoulidor

Raimond Poulidor fue el ciclista más significativo de su época, a pesar de que nunca consiguió ganar el Tour de Francia. Fue famoso por quedar segundo en tres ocasiones y cinco en tercer lugar.

A primera hora de la mañana la bruma que añora niebla, se posa en mi barba. Mientras pedaleo tengo la costumbre de morderme los labios y degustar esta humedad. Madrid está en duda. Sabe que ha llegado el frío pero no quiere admitirlo. Un jardinero pelirrojo va tocado con un gorro; parece un duende de cuento. Subiendo Monforte de Lemos las cuatro torres me van engullendo. El frío traspasa mi neopreno.

Veo a Ed, el Jedi, junto a su Padawan, Kraken. Esperamos inquietos a algunos muchachos en busca de su primera oportunidad laboral. Todo es silencio. Entre ellos está Laura. Ella es hija de la crisis y sospecho que a pesar de sus capacidades tendrá que pelear - pedalear - demasiado para poder desarrollarse. Por eso le dije que es una joya, un diamante en bruto. Se lo comento por motivarla y porque lo creo realmente. Está inquieta, normal, ¿quién no lo estaría? Su camino comienza a trazarse.

Vuelta. Tras una breve parada en la cueva diseñada por un prestigioso arquitecto, cojo bicicleta y manta. Voy al encuentro de mí mismo. Me espera Tiara. Otro diamante, un tanto más pulido. Ella trabaja continuadamente desde hace 6 meses. De vez en cuanto necesita hablar con alguien que le sitúe. Su actividad la desarrolla en plena cuadrícula de Salamanca. Por allí pasean personas de postín. Están abrigadas porque piensan en el invierno, pintadas ellas con cremas supuestamente purificadores y ellos con medias barbas elegantes. En un asiento de Juan Bravo el mundo se detiene durante 30 minutos. La bici sin atar, el neopreno abierto. Le recuerdo a Tiara que yo soy una válvula de escape. También sus éxitos con sus 20 años: Emancipada, viviendo con su hermana y ambas con trabajo. ¿Qué es difícil aguantar el ritmo? Por supuesto. Ella sonríe y yo soy feliz.

Vuelta. Madrid echa el cierre con su más preciso lienzo, el más bello. Ahora tiene la capacidad de ocultar una primaveral tarde en un incipiente invierno, para que la bruma humedezca mi barba otro día y pueda saborearla. Mientras, recuerdo a Poulidor y creo que también es un poco el sino de nuestra profesión, esa en la que se pide educar. Igual que todos podemos parecer diamantes, también somos carbón o cualquier canto común, aún así pendientes de ser pulidos. Nosotros, pulidores, secundarios en nuestro recorrido, nos limitamos a acompañar a imaginadas joyerías, tiendas de bisutería, o a cualquier lugar en el que una piedra se pueda ir puliendo. De todas, sin duda, la técnica más lograda es aquella en la que el canto se pierde en el río y por la perspectiva del agua se observa a éste armonioso en la naturaleza. El tiempo fluye y desde el puente se contempla su evolución.


Casa. Sin traje de neopremo me recuerda Marta que lo mejor está por llegar. Y yo pienso que se equivoca, ya ha llegado. 

martes, 15 de diciembre de 2015

LaMetáforaEcológica

Todo empezó con unas palabras a Hanan, quien, por cierto, tras dejar de hacer camas, dedica su tiempo a revisar números y más números. El Doctor empleo me cuenta que le va bien. Recuerdo que aquellas palabras para Hanan surgieron de repente, porque había que utilizarlas en aquel momento con la finalidad de que Hanan pensara. Y más bien que mal pensó.


Pasado el tiempo me he dado cuenta de que estás metáforas son posibles aunque no siguen el método inicial. Esto no implica que las cosas estén bien o mal, simplemente es que faltaba la materia prima. La mía son las personas y sin ellas pocas metáforas son reales.

Está semana ante la ausencia de Doctor de empleo me he convertido en Agente doble, un desdoble al estilo del negro de Amanece que no es poco. Con dos teléfonos, varios contactos y muchas ganas, me he infiltrado en el terreno de mi compañero. Así llegué con medio neopreno a un quicio desquiciado, donde contratan personal. Un lugar que si supiera de su existencia algún político se echaría las manos a la cabeza. Pero como sea que nosotros somos de plano corto, somos conscientes de que lo que hacemos no es que esté bien, es que es conveniente, sin más.

En este trayecto me acompañaron Jorge y Toni, ficticios ellos como lo intento ser yo. Y surgió la magia de la metáfora. Desconozco el motivo exacto pero cité a El barón rampante. Quería hablar, eso sí lo sé, acerca de la madurez y de lo importe que es ser responsable, sobre todo para eso del desarrollo personal.

El barón rampante fue creado por un escritor e intelectual italiano apellidado Calvino. La obra es una novela llena de fábula y magia, escrita para todos como si fuese un cuento. El argumento es simple, un niño que no quiere bajarse de los árboles. Ni recuerdo el final, únicamente lo maravilloso que me pareció leerlo.

Así que les comenté a Jorge y Toni la historia de El barón rampante, sin enjuiciar la trascendencia de bajarse, o subirse, de los árboles. Les dije que era necesario estar en el suelo, como lo es madurar. Sin embargo no estaba conforme con el dictamen moral del descenso. Así que me limité a recomendarles que únicamente se bajaran de un árbol imaginado para volver a subir cuando quisieran, sin que tuvieran que estar permanentemente allí colgados. Llegados a este punto, ante un pequeño árbol de navidad, propio de tanta venta, Toni me preguntó si se podía subir a ese arbusto decorado. Su cuestionamiento confirmó que había entendido la metáfora.

Aparte, he descubierto que a estas metáforas le falta un malo, como en la vida misma. Sin chivos que expíen nuestras culpas, parece que falta algo. El malo ha de ser un enemigo al que enfrentarse, independientemente de que haya un conflicto manifiesto. Con pequeñas fricciones, sirve. El mío y el de estas metáforas es un autobús, el 70, de Plaza de Castilla a Alsacia. Montado en mi bici antes me hacía gracia ver en el rótulo de este vehículo aquello de Alsacia. Sin embargo, el hábito genera desgaste. Alsacia no es el destino ideal y el autobús es un obstáculo para el ciclista. En el trayecto diario nos adelantamos varias veces. Como el 70 es un vehículo doble y articulado, mete culo cuando puede y vuelta adelantar. Parada. Acelerón mío, desgaste. Nunca me he fijado en quien conduce, sólo en los pormenores de nuestra sutil pelea en la carretera. Por cierto, cuando Clint me pregunte sobre los malos de su próxima película, el nuevo remake, el re-remake de El Buscavidas, le diré que no personifique la maldad, que a los objetos sale más a renta inculparles, así no tienes que llevarte mal con nadie.

viernes, 11 de diciembre de 2015

PalabrasFútbolYBillar

Todo surge de un viaje en bici, de un cuerpo revestido en un traje de ciclista y muchas palabras.

Una metáfora redonda fue aquella que escuché hace años cuando el guapo Moreno me dijo que desde hacía un tiempo utilizaba un traje de neopreno. De hecho a El limón más dulce que he conocido le provoca curiosidad este método y sueña con disponer de uno como uniforme de trabajo universal. El asunto es sencillo. El guapo Moreno me dijo que se compró un traje de neopreno. Con éste puesto no se volvía invisible pero sí le permitía que todo le resbalara, en cualquier lugar y circunstancia. El traje en sí es mágico porque no provoca mala conciencia, y repele la negligencia y la estupidez como un choque de polos opuestos. Algo así como el plano corto de Clint, famoso en la morada de mí querido nihilista de apellido judío. Total que mi traje de neopreno realmente es mi atuendo ciclista.

De esta guisa me desplacé a Barajas y pensé en un buen título como para una obra de arte, “Hombre embutido en bicicleta por Barajas”. Palabras. Fui a acompañar a aquella que aquí se la llamó Eurice y que en realidad responde a otro nombre. Pero, ¿qué mismo dará? Ella es frágil y fuerte, joven y simpática. Es una de esas personas que merece la pena conocer y acompañarla en este trabajo que Dios nos ha dado. Justifica la actividad realizada a pesar de la insensatez presente. Eurice, ficticia, comenzó a vivir por el tejado. Es una de esas madres que parecen olvidadas por su juventud y construyen su futuro rodeadas de obstáculos. Yo no sé si el otro día le puse otro más al invitarle a un aprendizaje mensual sin bonificar. Sin embargo ella que es optimista lo vivió como una oportunidad. En la presentación con el empresario de turno, Eurice se llenó de palabras, y más palabras, parecía comerse el mundo. Aún con traje de neopreno, como compré uno reversible, pude matizar sus comentarios. Me acordé de la añorada Isabel que decía que hablar está sobrevalorado y le dije a Eurice, con voz de ultratumba, que está bien expresar, pero que lo importante es actuar. Aun así yo confío tanto en ella  que me he apostado todo a nada a que conseguirá lo que pretende, y lo mejor de todo es que no tiene porqué ser precisamente lo que yo deseo.


Previamente vi a la añorada Isabel, radiante, satisfecha porque ella ahora vive en el mismo tejado de la maternidad que Eurice, lógicamente en una casa con otros cimientos. Ella, actualmente, tiene que atravesar otros obstáculos, porque la maternidad es injusta en la inmundicia laboral. Igualmente confío tanto en ella que me he apostado otra vez todo a nada a que conseguirá lo que ella pretende, porque es lo que ella desea. Y lo hará por ser experta en hechos y palabras, sabiendo que hablar definitivamente está sobrevalorado.

A la vuelta de Barajas surgen más imágenes. El fútbol es inevitable. Pienso en el encierro laboral que nos custodia. Pienso en los servicios públicos entregados al capital. Pienso en que igual que trabajamos con personas, los futbolistas juegan con pelotas. Me imagino la vida de un futbolista que durante un año no juega a la pelota porque no quieren contar con él, a pesar de sus fortalezas. Pienso que este jugador imaginado puede que no vuelva a tocar la pelota con el mismo gracejo, y nosotros, pienso, ¿volveremos a trabajar igual con las personas?


Y hablé con Clint. Tenía dudas sobre una escena que está rodando. Me pregunta ingenuo como si yo fuera director de cine. Clint cree que está rodando una película costumbrista-infantil sobre un cerdo que busca una trufa. No se da cuenta de que en realidad está filmando un remake de “El Buscavidas”. Otra de deportes, si es que el billar se considera como tal. Y todo porque Clint sabe que un golpe en el billar implica el movimiento de varias bolas, o pelotas.

sábado, 5 de diciembre de 2015

LaMetáforaDelNenúfarYElSilbido

La vida contiene paradojas, guiños inocentes de quien no sabe guiñar, con los dos ojos cerrados al unísono. Situaciones que escribirías en el muro de Zuckenberg porque no puedes estar callado. 

Esta semana me he arrancado por Mendoza, y eso genera inquietud. No en todos lo libros te encuentras ante una de los mejores plumas, ahora teclados, de la literatura. Mendoza es un ángel que se ríe, creo, tanto de sí mismo como de los demás, sobre todo de esos que piensan que el mundo tiene que ser triste porque es gris. Él sabe que lo que nos salva en este entretiempo es la absurdez con la que hay que mirar lo que nos rodea. Como un filtro de los que emplea Clint en su cámara. Sino de qué íbamos a estar en este lugar gris, de boinas colapsadas, como si nada. Así la envoltura previa , la paradoja es una palabra: Nenúfar. Algo semejante al McGuffin de Hitchcook.

Para los que no lo sepáis, McGuffin es un recurso que empleó el pervertido director británico para desarrollar las tramas de sus películas, a pesar de que no tenían una relevancia significativa en la historia. Nenúfar lo leí en la novela comentada de Mendoza, así, sin sentido, como un pequeño MacGuffin. Igualmente allá en el local del pasillo interminable, mi querido nihilista de apellido judío habló precisamente de Nenúfar, como si de un McGuffin se tratase. Y todo era por introducir este término en un informe vacío, de esos que se piden para no leerlos. Cierto es que a la añorada Isabel le correspondía su revisión y hubiera encontrado el dichoso McGuffin. Esa fue nuestra trama durante un tiempo, que hizo que los días se pudieran saborear aún más.

Ya en la cueva diseñada por un prestigioso arquitecto, me olvidé del McGuffin y de los nenúfares hasta, como he comentado, me he encontrado con Mendoza. Y de paso, la metáfora, porque claro que todavía quedan nenúfares por descubrir.

Fran fue asiduo participante en el local del pasillo interminable y parecía ya perdido. Fran, de nombre inventado, hizo un curso interminable para aprender a trabajar el cuero. Antes, acudía asiduamente a su cita en el taller para buscar empleo. Allí disfrutaba con Judith porque no había reglas exactas con el horario y podía hacer alguna de sus bromas sin pedir permiso. Fran tiene sus capacidades dislocadas, un poco más que las del resto de la humanidad. Se puede decir que su situación le convierte en una extraña flor que no necesita, por ejemplo, posarse en la tierra para alimentarse. ¿Un nenúfar? Es posible. Por eso ver a aquella peculiar flor en la que se había convertido Fran entre otras tan diferentes, como si pertenecieran al mismo jardín, suponía entender perfectamente la trama de nuestra actividad. Entonces sonaba la música. Judith silbaba. Por lo menos aquello era armonioso.


Desde el traslado a la cueva, Judith había perdido el ritmo. Esta semana con la aparición de Fran, he oído a Judith silbar. 

Si mi querido nihilista de apellido judío, o la añorada Isabel preguntaran por el nenúfar en un informe, podré decirles que ya lo he encontrado, que es real y suena como el ritmo de los silbidos de Judith.