¿Quiénes somos?
No habrá metáfora
posible de la última de nuestras identidades porque seremos únicamente nosotros
mismos.
Hubo un tiempo no
muy alejado en el que se mezcló la identidad personal con la de un colectivo,
este nuestro de la intervención social. Se llamó la metáfora del Funámbulo.
Pasados unos días, algo se repite.
En años bisiestos
los apéndices de febrero son extraños, alargados. Las farolas se estiran, los
coches ensanchan y a las motos les sale
punta. No hay señoras en bata comprando naranjas, ni besugos que sobresalgan del
carro de la compra, mal envueltos. Por el paso de cebra transita desconcertada
la multitud. ¡Ha muerto la honradez!
Entre
tanto, Nasihra se ha cambiado de nombre, se llama Vicente y tiene una entrevista.
Nasihra tiene la inocencia de la inmadurez y la fortaleza de la soledad. Aunque
todavía no es consciente, está creciendo desproporcionadamente. Igual que hubo
un funámbulo llamado Carlos que se sabía Eva; Nasihra sabe que no es Vicente.
La diferencia entre ambas es la red de protección. Eva tenía una tejida junto a
su familia, como se tejen estas redes en entornos de este tipo: a jirones
remendados y con huecos profundos, en ocasiones inescrutables. Una red al fin y
al cabo. Nasihra no es que carezca de ella, es que habiéndosela mostrado, en el
primer resbalón la apartaron. Al segundo, tercero y cuarto, que se sepa,
también. Al respecto tengo una teoría. Nasihra me dijo algo sobre la
transfobia, que no es otra cosa que la evidente discriminación hacia las
personas transexuales. Al respecto, añadí yo mentalmente, la trasfobia en los
entornos familiares será creciente en función de la aparición de conflictos, sobre todo económicos. Evidentemente esta lógica es aplicable a tantas cuestiones como problemas sociales existen. Aunque no exime del desarrollo de la situación
problemática en sí, la estabilidad en el entorno familiar mitiga, con las
carencias que las familias en sí tienen.
Como la
entrevista de Nasihra la preparaba el guapo Moreno me llevé el embudo por si teníamos
que trasladarlos a algún paraíso artificial. Estaba dispuesto a escuchar alguna
historia fabulosa. El cumplimiento del guion hizo que escuchara únicamente la
explicación de la entrevista que Nasihra se iba a encontrar, que no es poco. No
hacía falta el embudo. Una vez entrevistada, a Nasihra le darán en breve una respuesta.
Igualmente que en
la metáfora del Funámbulo se hablaba de la identidad de los profesionales de la
intervención social, en paralelo a la aparición de Nasihra, me voy dando cuenta
– aún más - de la realidad de nuestro colectivo. Siempre sensibles, siempre
dañados, nunca hemos sido capaces de ser un gremio. Y es que estas agrupaciones
son las bases de una buena defensa. La identidad de la sanidad, de la educación,
o de la metalurgia, por ejemplo, no la tiene lo social. Vale que fuimos Marea,
naranja para más señas, pero sin disfraz, no nos lo creemos. A veces pienso que
estructuralmente somos heterogéneos, jóvenes e improductivos, esto último es la
peor etiqueta que por mucho que raspemos nunca eliminamos. Pero también somos
buenos, que de buenos que somos parecemos tontos. Este buenismo permite que
todo valga, que la exigencia sea laxa y por tanto nos lleve a la indiferencia.
Una vez indiferentes se pierde la identidad y la capacidad de defensa y lucha.
Es entonces cuando las migajas no valen para crecer. Una vez reconocidos, además
no quedaran metáforas, sólo nosotros mismos. Es entonces cuando a Eva y a
Nasihra les toca arriesgarse y luchar aún más, el doble, porque cuando tienes
que demostrar que eres un persona siéndolo, debe ser jodido existir, por lo
menos.
Nadie.