Al infierno no se llega andando, ni guiado por ningún
vehículo, ni siquiera en bicicleta. Para acceder al infierno tienes que
atravesar una puerta y después dejarte llevar por la imaginación.

En alguna metáfora anterior nombré cierto quicio
desquiciado, quizá como idea precursora de esa puerta con destino a los infiernos.
Concretamente, en uno de estos textos, el de entre
el cielo y la tierra, la analogía se aproximaba peligrosamente al fuego. De
trasfondo, estaba el rol que fingimos algunos educadores que nos encontramos
entre el empresariado y los futuros trabajadores. Lo cierto es que en el
desarrollo de estas funciones no es sencillo adivinar si somos buenos, malos, o
simplemente regulares, posiblemente ni tienen que juzgarnos. Por ejemplo, a
Khaleesi le cuesta dimensionarlo aunque le va cogiendo el gusto; hasta mi
querido nihilista de apellido judío barrunta este destino y sus posibilidades.
Hace unos días me preguntó sobre el puesto y, por lo leído en las metáforas,
entendía el judío la sucia labor que se realiza en medio de la nada. Sin
embargo, no es cierto, le respondí. Y comprendí lo mal que me explico en muchas
ocasiones.
Mediar supone comprender, a unos y otros. Aunque en muchas
ocasiones ciertamente llevemos a los jóvenes a un lugar próximo al infierno, no
hay que olvidar el lugar del que estos provienen y, por supuesto, del que
nosotros mismos partimos. La vida mancha, dice Humana en boca de no sé quién, y
lleva razón. La mancha está en todos, en todo, y reconocerlo es una tarea
complicada, para nosotros, y mucho más cuando tenemos que explicárselo a los
demás. Gracias a la mediación, se reconocen las partes que entran en el juego,
y cómo cada uno defiende su posición, y su estrategia. Describir culpables o
inocentes no es nuestra labor. De nuevo hay que evitar el juicio, aunque en
muchas ocasiones pequemos de coger la balanza y juzgar gratuitamente. Así que
entiendo que en estas, mí querido nihilista de apellido judío sería un perfecto
mediador, seguro. En el fondo los que se disfrazan con ropas comunes, esconden
héroes anónimos. Y el judío es uno de ellos.
De hecho, por casualidad o no, montado cual orate en
bicicleta por Arturo Soria, comprendí cuál era el ejemplo perfecto para
explicar el papel del mediador y por defecto, o afecto, o el de cualquiera que
pretenda enseñar.
Unos días antes había asistido de ayudante a un taller de
mecánica de bicicletas impartido por mi respetado compañero El hombre tranquilo.
Ayudar, es una categoría demasiado compleja para la escasa actividad realizada.
Así que escuché, como siempre, los sabios consejos de mi compañero sobre los
entresijos de la bicicleta y del ciclismo. Aprendí que un elemento esencial en
diferentes partes de este vehículo es la contratuerca. Si la tuerca da firmeza
a la pieza de turno, la contratuerca además favorece el movimiento. Esto es,
asegurar la rigidez del sistema logrando que todo fluya con precisión. Estas
piezas se encuentran en la dirección, las bielas y las ruedas. ¡La
contratuerca! Tanta sencillez es aparente porque la contratuerca hay que
colocarla en el punto justo en el que se funden la seguridad y el movimiento.
Ni que decir tiene que si aprietas de más, se genera tal consistencia que se impide el movimiento. Si lo haces de menos, se
corre el riesgo de que se deslavace el mecanismo. La contratuerca es por lo
expuesto la metáfora de la mediación y la educación, el equilibrio perfecto. A
buen entendedor… Ni le sobran ni le faltan las palabras; sólo le queda creer en
sus razones.
O falta alguna idea; siempre. En la metáfora en la que se
refleja ésta, la llamada entre el cielo y la tierra, se hablaba explícitamente
de política, del señor de las barbas que nos gobernó. Justo ahora, en segunda
vuelta, tenemos la posibilidad de volver a predecir el futuro. Casualidades o
no, sobrevuela mi imaginación otro político. Uno ingenioso y de altos vuelos,
tanto, que ya mira por encima del hombro; si le llamas Pablo puede que
responda. Este prohombre se cree periodista en un programa llamado La Tuerka, con K de
radicalidad, se entiende. Qué casualidad. Mencionada la contratuerca aparece su
gemela, esa que sólo aprieta, porque es rígida: la tuerca. Ojalá en el amplio maletín
de las herramientas del tal Pablo haya alguna contratuerca de esas que utiliza
El Hombre Tranquillo.
Al hilo de tanta política, me quedo con las sabías palabras de El limón
más dulce que he conocido, “se gobierna para todos, no sólo para los que te
votan”, dice. ¿Lo mismo al hablar sobre esto se quería referir también a la educación?
“Se educa para todos, no sólo para los que tú crees educar”. Vivir para ver; o
simplemente para aprender.