Tuve el placer de conocer a Anna hace unos cuantos meses. Despertó mi interés la coincidencia de su nombre con el de dos personas cercanas a mí. Cuando traté con ella, me enamoré irremediablemente. Este amor se fundamenta en el respecto hacia los jóvenes para las que trabajo. Siempre he sentido una especial atracción por las personas con una discapacidad intelectual. No disponen de los filtros que normalmente utilizamos para relacionarnos, máscaras que nos permiten sobrevivir en una sociedad supuestamente avanzada. Me gustan porque son auténticos. Anna lo es.
Hacía tiempo que no hablábamos. Y durante esta semana he tenido que contactar unas cuantas veces con ella. El virus ha hecho que me convierta en un teleasistente. Instalado en la mesa de mi salón, conecto el móvil al portátil de mi hijo Diego y hago cosas que nunca imaginaría que pudiera hacer con tanta soltura. Me siento cómodo mirando hacia la pantalla de un móvil en las vídeoconferencias y uso con soltura el altavoz del aparato telefónico para no tener que dislocarme el cuello sujetando el móvil; en esas tecleo apresuradamente el portátil.
A principios de semana intenté sentarme a escribir para llenar este blog con otra metáfora. Me fue imposible. Sólo una idea giraba en mi cabeza. Quería incluir una recomendación de un libro: Cambiar de idea, de Axia de la Cruz. Cambiar de idea sin arrepentimiento, porque otra cosa más clara no mostrará el virus, si no es para mostrarnos lo equivocados que estamos al creernos poseedores de la verdad. El virus ha demostrado que somos humanos y comentemos fallos. No surgían otras ideas. No había metáfora.
Avanzaba la semana entre giros constantes de noticias, en un aislamiento asumido y el comienzo de una nueva forma de comprender el sistema social. A mí me tocó llamar a varias decenas de jóvenes que estaban trabajando y como consecuencia del virus tenían que parar en su actividad. Otros, obligados, seguían trabajando. En un primer momento, percibí que los empresarios no están tan deshumanizados como siempre pensamos que se compartan. No dejan de ser personas y por tanto tienen miedo y actúan en consecuencia. En general estaban cuidando a sus trabajadores, o simplemente a ellos mismos.
Entre tanto escuchaba las noticias. El desánimo me paralizaba y hasta me hacía llorar. La razón frente al miedo. Y el miedo iba avanzando vertiginosamente. Me pareció interesante una idea sobre la lucha contra el virus. La metáfora de una nueva Guerra Mundial era cierta. Así lo constaté en una de esas comparecencias institucionales tan habituales. Un señor vestido de militar hablaba sobre ello. "Hay que prepararse para la guerra ante un enemigo hasta ahora desconocido", imagino ahora que el militar comentaría.
Mientras, hablaba con la soldado Anna T. Resulta que estaba trabajando como limpiadora y como estaba haciéndolo en un Colegio Público, ya no tendría que ir a trabajar. Así se lo aseguraron, además de que le iban a pagar todo el sueldo por ser mamá. Fue en el momento en el que no se conocían todas las medidas proteccionistas del Estado y claro, todo era confuso. Para ella y para mí. Así que tuve que hacer de detective para descubrir lo que estaba pasando; cogí la pipa y el monóculo.
Las personas discapacitadas aparentan cierta ingenuidad que les hace creíbles, sin embargo, siempre guardan una carta en la manga. Serán ingenuos pero no son tontos. Les podrán engañar, pero nunca harán lo que ellos no desean.
La metáfora estaba construida. En todas las guerras hay escudos humanos. En ésta contra el virus también los hay. Según escuchaba los ERTES que iban aplicando a los jóvenes trabajadores, no dejaba de recibir ofertas de empleo de reponedores, cajeras, limpiadoras, transportistas, y, por supuesto, otras de profesionales de la sanidad y la educación que tenían que seguir atendiendo a los heridos y muertos en la Guerra. Constantemente tenía en la cabeza la imagen de una enfermera en el campo de batalla, cerca de un vehículo de color marrón, de los años 40, con el logotipo de la Cruz la Roja, entrando en una tienda de campaña para aliviar las quejas de los moribundos. Estaría cerca el campo de batalla, y en las trincheras, en la primera línea, los escudos humanos. Los que recibirían primero una bala. Desde mi salón, con mi portátil, hablando "manos libres" hacia el teléfono, parecía un rancio general que da órdenes a sus soldados, sin riesgo de contagio.
Estaba contando las bajas de los ERTES, de los que no irían un tiempo al campo de batalla e intentaba resolver el caso de la solddado Anna T. Entonces me dio un vuelco el corazón cuando otra, Daniela, me dijo que a pesar de que le habían comunicado un ERTE, iba a irse al campo de batalla. Le habían llamado para limpiar en un Centro de Salud. ¿Quién se va en estas circunstancias a trabajar a un sitio así?, ¿quién se va a la primera línea de la batalla? Empatizo con aquellos profesionales que tienen vocación. A los otros, como a la soldado Daniela, imagino que no le interesa mucho el mundo de la limpieza y que su exposición tiene que ver con la subsistencia más básica. Como los soldados que en los conflictos armados acuden a la primera línea del frente. Un escudo humano.
Finalmente encontré la solución al asunto de la soldado Anna T. Desdiciéndose de mensajes anteriores, le enviaron uno en el que decía que tenía que ir a trabajar. Que rectificaban lo del permiso. Las personas con discapacidad son independientes. Sólo se quedan con los consejos que quieren escuchar. Me contó la soldado Anna T. que aparte de la limpieza del Colegio también trabajaba limpiando una Residencia de personas Mayores. No me dijo que tuviera miedo. Por mucha discapacidad reconocida, sabía de sobra lo que era un escudo humano. La soldado Anna T. me contó que la empresa le había escrito una carta para que pudiera ausentarse del trabajo, y cuando me la envío, resultó ser un folio que había escrito ella misma solicitando dejar de trabajar retribuidamte. Al final aceptó solicitar un permiso sin cobrar, para cuidar a su hijo.
Una hora más tarde, me llamó para comentarme que había encontrado trabajo de reponedora en un Día en Alcobendas. Aceptaba ir al guerra pero no a la primera línea. Para que luego digan que discapacitados son gilipollas.
En la novela "Cambiar de idea", Axia de la Cruz reflexiona sobre la permeabilidad de sus principios. No genera doctrina al respecto, simplemente piensa. A partir de la semana que viene me surgirá otra duda. ¿Tendré que motivar a los chicos que buscan empleo para que accedan a las ofertas que les exponen como escudos humanos?, ¿tendré que favorecer entre los mismos chavales a los que recomendaba que se quedaran en casa que se conviertan mañana en soldados contra el virus?
Aún así y a pesar de todo, seguiré aprendiendo que es posible seguir cambiando de idea, por lo menos mientras dure la guerra.