La flema de los británicos les permite ser elegantes al
mismo tiempo que horteras. Mientras juegan en unas pistas de tenis centenarias,
de hierba desgastada, los deportistas visten de blanco y la gente degusta fresas con
nata o toman un aromático de té a la horas que les dé la real gana. Cogiendo,
of course, la taza con el pulgar, el índice y el corazón, dejando suelto el
meñique, a esperar que alguien con unas tijeras de podar provoque la caída del
dedo. Y todo sin esbozar una mueca ni soltar una lagrimita. Esencia británica.
Si nos parásemos a contemplar cómo se desarrolla la vida de
determinadas personas, si examinásemos el espacio en el que están, su forma de
relacionarse, sus usos y sus costumbres, podríamos concluir que la flema
británica no es tan exclusiva, ni tan elegante, ni tan hortera. Los lugares en
los que se intenta educar, todos, en mayor o menor medida, procuran generar un
espacio próximo y agradable para las personas que pasan por allí. Un lugar
perdido de Hortaleza, donde los jóvenes se topan con la fantástica experiencia
de buscar empleo, también está decorado. Hay objetos colgados de cintas
elásticas: Una bocina estridente, un cencerro con el badajo desprendido, un
silbato que imita sonidos de pájaros, y varios muñecos animales, un chancho,
un cerdo vietnamita y la mona Marilyn.
Todo tiene su sentido y su propio desequilibrio. La curiosidad de los jóvenes
les hace hablar. Y las palabras que surgen justifican la presencia de los
objetos colgantes. Todo es posible, incluso hasta que alguien encuentre un
empleo. Hubo también un pepino fresco sujeto por una cuerda. Tenía los días
contados. Demasiado llamativo para los chavales más jóvenes que también pululan
por allí.
Dos horas antes de tomar el té, está Rebeca rebuscando entre
la ofertas de empleo. Habiendo cumplido 18
años, su vida ha pasado por una coctelera, ha sido batida al número
cinco en una batidora que tiene hasta diez niveles y después esparcida a su
suerte en vasos de 250 centilitros. ¿Qué se le puede exigir a Rebeca? O más
bien, ¿qué nos puede pedir Rebeca? La más joven de las Isas ya la ha acompañado
en todo momento, a cualquier lugar, y aun así le queda un poco de amor por
compartir con ella. Personalmente a Rebeca yo también la quiero y la escucho.
Me enseña cómo jugar en la hierba de Wimbledom. Fer, me dice. Coge la raqueta
de esta manera y cuando llegue la pelota, dale fuerte. Me explica que ella a
veces no puede dar a la pelota porque se cortocircuita, porque tiene
estropeados los circuitos. Y yo le digo que será por las conexiones cerebrales,
por las sinapsis. Efectivamente responde ella, por las sinapsis. Sinapsis y
punto de partido. Al mirar al suelo no observo ningún resto de sangre en el
suelo. En esta ocasión nadie lució el meñique al tomar el té.