domingo, 23 de febrero de 2020

Sinapsis y punto de partido



La flema de los británicos les permite ser elegantes al mismo tiempo que horteras. Mientras juegan en unas pistas de tenis centenarias, de hierba desgastada, los deportistas visten de blanco y la gente degusta fresas con nata o toman un aromático de té a la horas que les dé la real gana. Cogiendo, of course, la taza con el pulgar, el índice y el corazón, dejando suelto el meñique, a esperar que alguien con unas tijeras de podar provoque la caída del dedo. Y todo sin esbozar una mueca ni soltar una lagrimita. Esencia británica.

Si nos parásemos a contemplar cómo se desarrolla la vida de determinadas personas, si examinásemos el espacio en el que están, su forma de relacionarse, sus usos y sus costumbres, podríamos concluir que la flema británica no es tan exclusiva, ni tan elegante, ni tan hortera. Los lugares en los que se intenta educar, todos, en mayor o menor medida, procuran generar un espacio próximo y agradable para las personas que pasan por allí. Un lugar perdido de Hortaleza, donde los jóvenes se topan con la fantástica experiencia de buscar empleo, también está decorado. Hay objetos colgados de cintas elásticas: Una bocina estridente, un cencerro con el badajo desprendido, un silbato que imita sonidos de pájaros, y varios muñecos animales, un chancho, un cerdo vietnamita y la mona Marilyn.  Todo tiene su sentido y su propio desequilibrio. La curiosidad de los jóvenes les hace hablar. Y las palabras que surgen justifican la presencia de los objetos colgantes. Todo es posible, incluso hasta que alguien encuentre un empleo. Hubo también un pepino fresco sujeto por una cuerda. Tenía los días contados. Demasiado llamativo para los chavales más jóvenes que también pululan por allí.

Dos horas antes de tomar el té, está Rebeca rebuscando entre la ofertas de empleo. Habiendo cumplido 18  años, su vida ha pasado por una coctelera, ha sido batida al número cinco en una batidora que tiene hasta diez niveles y después esparcida a su suerte en vasos de 250 centilitros. ¿Qué se le puede exigir a Rebeca? O más bien, ¿qué nos puede pedir Rebeca? La más joven de las Isas ya la ha acompañado en todo momento, a cualquier lugar, y aun así le queda un poco de amor por compartir con ella. Personalmente a Rebeca yo también la quiero y la escucho. Me enseña cómo jugar en la hierba de Wimbledom. Fer, me dice. Coge la raqueta de esta manera y cuando llegue la pelota, dale fuerte. Me explica que ella a veces no puede dar a la pelota porque se cortocircuita, porque tiene estropeados los circuitos. Y yo le digo que será por las conexiones cerebrales, por las sinapsis. Efectivamente responde ella, por las sinapsis. Sinapsis y punto de partido. Al mirar al suelo no observo ningún resto de sangre en el suelo. En esta ocasión nadie lució el meñique al tomar el té.

miércoles, 12 de febrero de 2020

La Metáfora de la Falla


La metáfora es la de la falla, la de la falla tectónica, que pudo escribir Cuerda, Azcona o Berlanga, y Ciges entonó como al que le pasan el balón y machaca la canasta con gusto, ¡tectónica! Qué rimbombante. La metáfora está dedicada a la más joven de las Isas, esa que me hace recordar que la educación es posible.

¿Y por dónde comienzo?, ¿por qué lugar retomo el guion de las metáforas posibles?, ¿por Clint? La última vez que volví satisfactoriamente a estas construcciones fue para despedirme de Clint y claro lo hice como se escribía antes, usando el correo postal y sacando el boli a pasear. Hubo otros intentos, principalmente para dar gusto al nihilista, y de paso reconocerme; fue imposible. Y en mi función de hoy como profesor impostado en materia de calidad socio-sanitaria y de manipulación de alimentos, surgió Clint. No recuerdo a cuento de qué, seguramente que fue a cuento de nada. Sería por llenar el tiempo, como explico a mi improvisado público de chavales, retorcidos entre la obligación de aprender y la incredulidad de escucharme. Y me paro en este instante a recordar por qué menté a Clint y no lo recuerdo. Pero apareció y huyó porque nadie sabía de quien hablaba. Error. Empleo iconos del pasado para hablar en el presente. Posiblemente, después, me salvó la necesidad de todos los seres humanos por escuchar una historia y la mención que hice de Clint en su papel de Harry, sucio, feo, malo, fuerte, o como sea. ¡Menudo tío!, dijo uno. Claro, menudo tío es Clint, por supuesto. Precisamente desde hace un tiempo escucho parabienes hacia el primer Clint. Imagino que por su integridad, virtud ésta que se eleva por encima de las rutinas que nos hacen, para mal, ser más mundanos.

Y mientras, vuelvo a dar sentido a la palabra. Qué olvidada la tenía. La palabra para trasformar, para transformarme. Le dije en su momento a Clint que no hacía falta pregonar los sentimientos pero hay ocasiones en las que el silencio los cautiva. La necesidad de hablar y de escuchar es inevitable.

La actuación continúa por la tarde. Conozco a María, porque la más joven de las Isas intenta educarla. Qué mal suena esta frase pero que cierta es. Yo le explico que desde el taller de empleo intentaremos dar continuidad a este trabajo. Es curioso como una chavala de 16 años, sin educación reglada aparente pero con un gran conocimiento de la informalidad, puede entender una metáfora. Al contarme por encima sus andanzas, llegamos a la conclusión de que en su línea de vida, sin entrar en detalles, ha habido una falla, un puto hueco de tamaño indeterminado, que explorará junto a Isa. Me las imagino con unos cascos protectores y unos frontales, y la que educa manejando un cincel que limpie las impurezas. Nosotros, le dije, la acompañaremos en ese camino, quizá ya en la superficie, para conseguir lo que ella se proponga. ¿Dinero? Por supuesto, a quién vamos a engañar. Una vez arriba habrá que labrar, cultivar,… Verbos todos pertenecientes a la olvidada agricultura y a la cultura del esfuerzo. Las metáforas no dejan de ser potentes, si se adaptan y se entiende que la palabra no ha de ser olvidada.

Hoy es un buen día porque las piezas han encajado. Porque la palabra está de vuelta, porque educar tiene su sentido, y el esfuerzo su recompensa. Me he dado cuenta de que las cosas bien hechas están por encima del resultado obtenido, y eso lo saben los reyes, los príncipes y sobre todo las princesas valientes que te recuerdan que siempre serás un gorila.