
Me he dado cuenta
que desde hace más de una metáfora no me colocó el embudo mágico, ese objeto prodigioso
por el que te conviertes en quien desees con sólo tocarte la cabeza. Desde hace
unos años, en el mes de abril, de habérmelo puesto, seguro que me hubiera hecho
viajar al mundo mágico de los Tronos, el de los Juegos de Tronos. Aunque, en ocasiones,
estando en la cueva siento la posibilidad de pertenecer a uno de los siete
reinos. Ciertamente es llamativo como en una (des)organización como es la que
rige el destino de un proyecto público, en cada uno de sus centros la actividad
pueda ser tan diferente. Y eso que geográficamente nos encontramos en el mismo
Madrid vistoso. Un lugar de torres pronunciadas y diferencias sutilmente encubiertas.
Lógicamente también hay similitudes, mientras, por lo menos, haya un enemigo
común. Un sino éste propio del deambular de la sociedad en el que pesa más a
quien te enfrentas que lo que realmente eres. Diferencias.
Sin necesidad de
un embudo me doy cuenta de que la mismísima reina de dragones, Khaleesi,
trabaja en la cueva. Llevo un tiempo buscando una metáfora para ella y por fin
me he percatado del personaje al que representa. Esta reina de menores nuestra,
al igual que la que domestica dragones, sobrevive gracias a una capacidad
personal imprescindible para trabajar con personas. Su actitud hacia las tareas
que realiza con los jóvenes le permite no distanciarse de su objetivo, y su
tesón provoca que continúe luchando por lo que ella considera relevante, que no
sea otra cosa que los propios jóvenes. Es cierto que esta actitud se va
desgastando con el tiempo y se diluye en el espacio, como un olor pasajero poco
significativo. Sin embargo, la persona que la tuvo siempre la retiene, y
Khaleesi sigue manteniéndolo con poco desgaste. Durante mi trayectoria
profesional me ido cruzando con muchas personas que tenían esa actitud que, más
allá de ideologías y diferencias personales, significaba una mejora sustancial
en la profesionalidad de cada uno. De hecho actualmente tengo la fortuna de
rodearme de compañeros que la mantienen. Me imagino que al bróker, que se rompe
el alma por el dinero, le acompañará una actitud, diferente a la que se tiene
en la intervención social, pero imprescindible para realizar su trabajo. Vamos,
que al pescador no le podrías quitar nunca su paciencia.
Quizá esta
actitud es la que mantiene con vida las maltrechas profesiones que trabajan con
personas. Podríamos llamarla vocación. Es posible, aunque no sólo de vocación
viven las personas.
Los tronos son de
siete reinos. En la realidad los centros de trabajo que sustentan el proyecto
son menos. Cada centro queda ubicado en un espacio singular, con sus
similitudes y sus diferencias. Hoy en la
cueva nos hemos sentado a comer con la mesa recubierta con un mantel. Puede que
sea un hecho irrelevante pero metafóricamente es significativa la sensación de
comodidad que ha provocado. En cierta medida parecía que comíamos en una casa.
Un lugar acogedor, con sus peculiaridades, objetos de culto y diferencias. Como
en las mejores familias, un espacio al que siempre se puede volver, e irse.
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