Miro hacia el techo. Observo los
mínimos orificios rectangulares que permiten que el aire se distribuya por la
sala. Cerca están los focos. Los paneles son cuadrados y se alinean con
uniformidad. No hay nada más.

Cuando miras una pantalla en
blanco durante más diez minutos, sin saber qué decir, tienes un problema. El
último recurso es salirse por la tangente. Las metáforas tienen los días
contados, a pesar de los deseos de Judith. El recurso es el pasado. En el local
del pasillo interminable repetía indiscriminadamente la pregunta aquí ya citada,
¿eres feliz? Esta duda era una trampa y, de paso, una herramienta potente para
acercarme a los chavales, y más si alguno se apellidaba Feliz. El colmo de la
felicidad, todo un constructo. Desde que estamos en la cueva no pensaba en eso y
no me atrevía a pronunciarlo.
El otro día volví a ver a Kaylin,
cuya inserción laboral propició La
metáfora del gol. Al repasar ésta, observo mi imprecisión para acertar al nombrar
a las personas. Finalmente lo consigo pero para ello tienen que pasar unos
meses, o más de una metáfora. Así que Kaylin no es tal aunque sí su historia.
Es sencillo que Kaylin encuentre
empleo. Su juventud, simpatía y capacidad de esfuerzo le permiten acceder al
mercado laboral, y mantenerse en el mismo. Sin embargo su sentida soledad hace
que sus esfuerzos porque vayan bien las cosas se multipliquen. Una idea que
recorre estos textos, y quizá toda la intervención social, es la
generación/existencia de redes de contactos que faciliten la integración. El
más reflexivo de los educadores sociales, Sergio
Arranz, me lo recuerda siempre que le veo. Kaylin perdió su red y ahora le
cuesta tejer una.
Uno tiene sus virtudes y sus
limitaciones. En ocasiones soy como Erik, el vikingo, que cree
que llegado a un límite el mar cae por una eterna cascada. Todavía nos falta a
ambos descubrir que el mundo realmente es redondo, algo ovalado. Así que
hablando con Kaylin, por mucho que uno quiera, hay un momento en el que tenemos
que observar como el agua se derrama en su infinita caída, impotentes sin saber
qué hacer. Kaylin, ¿tú eres feliz? Kaylin reacciona, piensa y expresa parte de
su felicidad, e infelicidad. La metáfora no es tal, sino un medio para hablar e
intervenir; reforzar y averiguar; sabiendo que el camino es indefinido pero
posible. Una argucia para pensar y actuar.
La felicidad de ellos es similar
a la nuestra, a la de todos. Tumbado en la cueva, aprendo a relajarme, en busca,
posiblemente, de la felicidad. Acompaño a Elsa y a El limón más dulce que he conocido,
en una aventura trepidante. Nos guía La Rosarina, una educada maestra que nos
muestra una luz. Por mucho que aspiremos a la felicidad de los demás, en
ocasiones se nos olvida la necesidad de cultivar la nuestra.
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