A propósito de
Eva.
Eva es funámbula,
quizá desde su más tierna infancia, si es que el tiempo puede adjetivarse tan
delicadamente. Incluso puede que todos tengamos algo de esta capacidad de hacer
equilibrios, encima de una cuerda floja, o no. La metáfora de Eva en su momento fue una excusa, porque Eva
ya tenía mucho camino recorrido. Ya llegó mujer al taller hace años, de cuando
en lugar de en una cueva, habitábamos en un pasillo alargado. Y se fue hace
unos meses pretendiendo confirmar un derecho ya obtenido: la normalización de
la transexualidad en un entorno decididamente hostil.
Ausente Eva, nos
queda auparnos a una cuerda, agarrar un mocho e intentar no resbalar, para ver
qué coño de Metáfora sale.
Si se quiere mantener el
equilibrio, recomienda La Rosarina, hay que prestar atención en un punto fijo.
Concentración. Así en un extremo se cargan las ideas y en el otro las
necesidades. En la cabeza, el embudo. Con este objeto mágico se consigue una
coherencia inesperada, porque cada vez que resbalas, puedes disfrazarte al
instante, sin dar explicaciones. En esta imaginada y rara
situación es sencillo dar un paso un falso. Lo que viene siendo un paso en el
vacío, que te despierta, normalmente de un buen sueño. La cautela, es virtud.
Ante el
desequilibrio queda una posibilidad: reírse de uno mismo y con los demás; de
los demás, también vale. La cuerda mengua, los brazos quedan próximos al cuerpo
y el mocho en horizontal. Balanceo hacia la izquierda, como cargan los toreros. Levanto la pierna izquierda. Percibo que el peso está de parte de las ideas.
Salto. Cambio de indumentaria. Soy un preso sin su “Jail”. Me doy cuenta de que
hay que eliminar algún que otro ideal. Me quito primero los ingenuos sueños
infantiles que pululan por mi cabeza y la absurda esperanza de cambiar el mundo
de golpe y porrazo. Ya está. Vuelvo a alzarme en mi cuerda.
Tras 0, 26 millas
recorridas, que no sé exactamente con cuantos metros se corresponden, comienzan
a cargarse los brazos. Lanzo el mocho todo lo lejos que puedo y se cuela en su
cubo original. Cierro el círculo perfecto de un operario, barra operaria, de la
limpieza. Extiendo mis brazos en cruz. A pelo. En el intento me desnivelo y
vuelco hacia la derecha. Son legión las
necesidades. Me olvidaré for ever de sanearme las uñas, prefiero volar como un águila;
rechazo el absurdo concepto de disponer de zapatillas pronadoras, quizá porque
sea supinador; y olvido irremediablemente el intento de coleccionar todas las
películas, o filmes, de José Luis Ozores. Por arte de magia soy Mario Conde en su
“Jail”. Para arriba, con entusiasmo.
Ahora la cuerda
se inclina 33 grados, 23 minutos y 2981 segundos longitud norte y 0 de todo en latitud
este. Es decir, tiende hacia abajo. Coloco los pies en perpendicular al
cuerdamen. Me voy a calzar una buena hostia y no me van a dar ganas de sonreír,
precisamente. Inclino mi pecho hacia adelante y tras una ficticia voltereta,
imaginada, no cabe duda, me trasformo en Dennis Rousssos, cantando con acento de
Valladolid. Este gachó sí que fue un hípster y no uno de esos que se engomina hasta
la barba. Ahora sí que he llegado al equilibrio imperfecto, sin fisuras.
SI nos partieran
por la mitad, con un corte sagital, se descubriría la esencia del ser humano.
Desde la coronilla hasta la pelvis, ramificándose por las piernas hasta los
dedos de los pies, nos recorre a todos el nervio del humor y sus hermanas arterias, la
ironía y la locura mesurada. Hay casos en los que ese nervio provoca múltiples
sinapsis y otros en los que no llega a la vuelta de la esquina. Aun así, con entrenamiento,
se pueden conseguir resultados sorprendentes. Todo es cuestión de proponérselo.
Sin duda, echamos
de menos a Eva, como antes la echábamos de más.
Eres el rey de las metáforas amigo... y q dificil a veces equibrarse...o parecer equilibrado
ResponderEliminarGracias, querida. Desequilibrados somos y funámbulos perdidos.
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