La ilusión de
control sobre el paso del tiempo es trascendental, como la propia existencia.
Inevitablemente se leerá pedante este comentario, como también puede
interpretarse igualmente esta metáfora.
Sin embargo, sería imposible comprender estos textos sin tener en cuenta las
circunstancias temporales en las que se envuelven las metáforas, como sucede
con la propia vida.
Un día de esta inestable primavera, no hace mucho, me desplacé al bunker en el que se esconde mi querido
nihilista de apellido judío. En una de sus salas acondicionadas se rodea del
guapo Moreno y de Ed, el Jedi. Allí los tres combaten el paso del tiempo a
cañonazos. Mientras, se encuentran en espera de que llegue Godot, sin duda.
Al respecto, dicen lenguas intencionadas, que la obra de teatro” Esperando a Godot” debe su nombre al paso de los ciclistas en un
Tour de Francia. Supuestamente, al
autor, Beckett, se le ocurrió el argumento de su obra cuando acudió a esta
prueba ciclista, y los espectadores no se movían de la cuneta porque esperaban a
un tal Godot, quizá el último de los participantes. ¿Esto es cierto? Cómo la
vida misma. Absurdo.
Mi querido
nihilista de apellido judío reflexiona mucho sobre el paso del tiempo. Una vez
separados entre aspas, cuando volvemos a encontrarnos, los monosílabos pueblan nuestras
conversaciones, como sucedía anteriormente. Aunque también surgen ocurrencias
cargadas de significados. ¿A que es como si últimamente no hubiera pasado nada?, me
pregunta el judío. Qué razón lleva. Tan lenta, al tiempo que apresurada, la vida
fluye, maquillando sutilmente nuestros rostros. Sin embargo, cuando nos
queremos dar cuenta, observamos que la crema tiene un considerable grosor.
La primera
reflexión explicita entre metáforas sobre el tiempo, fue precisamente la leyenda del tiempo: Erec y Enide. Esta metáfora la tengo entre mis
favoritas, aunque creo que su comprensión fue relativa. Quizá se entendió como
algo absurdo, como la espera de Godot. Más allá de sutiles especulaciones, en
el caso de que las hubiere, o hubiese, se tienen noticias de aquellas ávidas
buscadoras de empleo que protagonizaron esa historia. Actualmente Eunice,
que no Eurice, está sumergida en la más mísera economía tan presente en nuestra
sociedad. Miles de horas a bajo precio. Empleo low cost, en sintonía con la
modernidad, todo para todos; democracia en el empleo. Por otra parte, Noelia
está más protegida, en este caso por una amplia cadena de comida rápida, bien
agarrada al cuello. No obstantes parecen felices. A ambas no se les nota el maquillaje y, llegado el caso, si
lo desean podrán limpiarse su rostro tranquilamente, una de las ventajas de su
inestable juventud.
El tiempo es
sereno y no creo que se preocupe de su propia existencia. Sin embargo provoca
cierta erosión. A toro pasado, le respondería a mi querido nihilista de apellido judío que no nos hemos dado cuenta del
maquillaje que impregna nuestros rostros, de la capa que nos embadurna y, a
veces, protege; del paulatino crecimiento de ésta. Por eso cuando queramos
darnos cuenta, no podremos actuar como Eunice y Noelia. Para limpiarnos
necesitaremos remojarnos durante largas horas el rostro, con el riesgo de
ahogarnos. Pero todo es relativo, siempre y cuando nos queden ganas de seguir
esperando a Godot.
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