La metáfora es la de la falla, la
de la falla tectónica, que pudo escribir Cuerda, Azcona o Berlanga, y Ciges
entonó como al que le pasan el balón y machaca la canasta con gusto,
¡tectónica! Qué rimbombante. La metáfora está dedicada a la más joven de las
Isas, esa que me hace recordar que la educación es posible.
¿Y por dónde comienzo?, ¿por qué
lugar retomo el guion de las metáforas posibles?, ¿por Clint? La última vez que
volví satisfactoriamente a estas construcciones fue para despedirme de Clint y
claro lo hice como se escribía antes, usando el correo postal y sacando el boli
a pasear. Hubo otros intentos, principalmente para dar gusto al nihilista, y de
paso reconocerme; fue imposible. Y en mi función de hoy como profesor impostado
en materia de calidad socio-sanitaria y de manipulación de alimentos, surgió
Clint. No recuerdo a cuento de qué, seguramente que fue a cuento de nada. Sería
por llenar el tiempo, como explico a mi improvisado público de chavales,
retorcidos entre la obligación de aprender y la incredulidad de escucharme. Y me
paro en este instante a recordar por qué menté a Clint y no lo recuerdo. Pero
apareció y huyó porque nadie sabía de quien hablaba. Error. Empleo iconos del
pasado para hablar en el presente. Posiblemente, después, me salvó la necesidad
de todos los seres humanos por escuchar una historia y la mención que hice de
Clint en su papel de Harry, sucio, feo, malo, fuerte, o como sea. ¡Menudo tío!,
dijo uno. Claro, menudo tío es Clint, por supuesto. Precisamente desde hace un
tiempo escucho parabienes hacia el primer Clint. Imagino que por su integridad,
virtud ésta que se eleva por encima de las rutinas que nos hacen, para mal, ser
más mundanos.
Y mientras, vuelvo a dar sentido
a la palabra. Qué olvidada la tenía. La palabra para trasformar, para transformarme.
Le dije en su momento a Clint que no hacía falta pregonar los sentimientos pero
hay ocasiones en las que el silencio los cautiva. La necesidad de hablar y de
escuchar es inevitable.
La actuación continúa por la
tarde. Conozco a María, porque la más joven de las Isas intenta educarla. Qué
mal suena esta frase pero que cierta es. Yo le explico que desde el taller de
empleo intentaremos dar continuidad a este trabajo. Es curioso como una chavala
de 16 años, sin educación reglada aparente pero con un gran conocimiento de la
informalidad, puede entender una metáfora. Al contarme por encima sus andanzas,
llegamos a la conclusión de que en su línea de vida, sin entrar en detalles, ha
habido una falla, un puto hueco de tamaño indeterminado, que explorará junto a
Isa. Me las imagino con unos cascos protectores y unos frontales, y la que
educa manejando un cincel que limpie las impurezas. Nosotros, le dije, la
acompañaremos en ese camino, quizá ya en la superficie, para conseguir lo que
ella se proponga. ¿Dinero? Por supuesto, a quién vamos a engañar. Una vez arriba
habrá que labrar, cultivar,… Verbos todos pertenecientes a la olvidada
agricultura y a la cultura del esfuerzo. Las metáforas no dejan de ser
potentes, si se adaptan y se entiende que la palabra no ha de ser olvidada.
Hoy es un buen día porque las
piezas han encajado. Porque la palabra está de vuelta, porque educar tiene su
sentido, y el esfuerzo su recompensa. Me he dado cuenta de que las cosas bien
hechas están por encima del resultado obtenido, y eso lo saben los reyes, los
príncipes y sobre todo las princesas valientes que te recuerdan que siempre
serás un gorila.
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