lunes, 29 de febrero de 2016

LaMetáforaDelFunámbuloSecond"Park"

¿Quiénes somos?

No habrá metáfora posible de la última de nuestras identidades porque seremos únicamente nosotros mismos.

Hubo un tiempo no muy alejado en el que se mezcló la identidad personal con la de un colectivo, este nuestro de la intervención social. Se llamó la metáfora del Funámbulo. Pasados unos días, algo se repite.

En años bisiestos los apéndices de febrero son extraños, alargados. Las farolas se estiran, los coches ensanchan y a las motos  les sale punta. No hay señoras en bata comprando naranjas, ni besugos que sobresalgan del carro de la compra, mal envueltos. Por el paso de cebra transita desconcertada la multitud. ¡Ha muerto la honradez!

Entre tanto, Nasihra se ha cambiado de nombre, se llama Vicente y tiene una entrevista. Nasihra tiene la inocencia de la inmadurez y la fortaleza de la soledad. Aunque todavía no es consciente, está creciendo desproporcionadamente. Igual que hubo un funámbulo llamado Carlos que se sabía Eva; Nasihra sabe que no es Vicente. La diferencia entre ambas es la red de protección. Eva tenía una tejida junto a su familia, como se tejen estas redes en entornos de este tipo: a jirones remendados y con huecos profundos, en ocasiones inescrutables. Una red al fin y al cabo. Nasihra no es que carezca de ella, es que habiéndosela mostrado, en el primer resbalón la apartaron. Al segundo, tercero y cuarto, que se sepa, también. Al respecto tengo una teoría. Nasihra me dijo algo sobre la transfobia, que no es otra cosa que la evidente discriminación hacia las personas transexuales. Al respecto, añadí yo mentalmente, la trasfobia en los entornos familiares será creciente en función de la aparición de conflictos, sobre todo económicos. Evidentemente esta lógica es aplicable a tantas cuestiones como problemas sociales existen. Aunque no exime del desarrollo de la situación problemática en sí, la estabilidad en el entorno familiar mitiga, con las carencias que las familias en sí tienen.

Como la entrevista de Nasihra la preparaba el guapo Moreno me llevé el embudo por si teníamos que trasladarlos a algún paraíso artificial. Estaba dispuesto a escuchar alguna historia fabulosa. El cumplimiento del guion hizo que escuchara únicamente la explicación de la entrevista que Nasihra se iba a encontrar, que no es poco. No hacía falta el embudo. Una vez entrevistada, a Nasihra le darán en breve una respuesta.


Igualmente que en la metáfora del Funámbulo se hablaba de la identidad de los profesionales de la intervención social, en paralelo a la aparición de Nasihra, me voy dando cuenta – aún más - de la realidad de nuestro colectivo. Siempre sensibles, siempre dañados, nunca hemos sido capaces de ser un gremio. Y es que estas agrupaciones son las bases de una buena defensa. La identidad de la sanidad, de la educación, o de la metalurgia, por ejemplo, no la tiene lo social. Vale que fuimos Marea, naranja para más señas, pero sin disfraz, no nos lo creemos. A veces pienso que estructuralmente somos heterogéneos, jóvenes e improductivos, esto último es la peor etiqueta que por mucho que raspemos nunca eliminamos. Pero también somos buenos, que de buenos que somos parecemos tontos. Este buenismo permite que todo valga, que la exigencia sea laxa y por tanto nos lleve a la indiferencia. Una vez indiferentes se pierde la identidad y la capacidad de defensa y lucha. Es entonces cuando las migajas no valen para crecer. Una vez reconocidos, además no quedaran metáforas, sólo nosotros mismos. Es entonces cuando a Eva y a Nasihra les toca arriesgarse y luchar aún más, el doble, porque cuando tienes que demostrar que eres un persona siéndolo, debe ser jodido existir, por lo menos.

Nadie.

jueves, 25 de febrero de 2016

LaMetáforaDelDoctorEmpleo

Un buen hombre, un tipo con clase.

Acompañar en la búsqueda de empleo hace que transites por tantos lugares como Gülliver. Algunos serán conocidos y otros pendientes de descubrir. En aquellas metáforas de La leyenda de Poulidor  y de  La Nochevieja aparecía Tiara, entre la necesidad de mantener un empleo y el despido consumado. El resultado inevitable fue la visita a la antesala de los juzgados. Estos lugares, en cualquiera de sus versiones, son inhumanos a pesar de estar poblados de personas; distendidos aunque se reciban malas noticias. Una vez que has vivido la experiencia de un juicio, se evapora el miedo que se pudiera tener a la justicia. Es tan mundana como el ser humano. Allí se diferencian perfectamente a quien defiende y a quien es defendido. De hecho le pregunté a Tiara si podía distinguir a cada cual. No supo hacerlo. Lógico. Estaba más preocupada en la demanda y el dinero que todavía le deben. En el fondo, como a uno no le salpican directamente estas cosas, opto por la distensión, que, de paso, quita hierro al asunto. Cuando nos informaron de lo que teníamos que hacer para demandar, surgió la terminología legal con toda la poesía que arrastra. En una conciliación, previamente a un juicio, no es necesario estar acompañado por un abogado – o abogada -, sólo hace falta acudir con un buen hombre. Ya sé que se podía incluir a la mujer, por supuesto, pero esta anotación sirve para construir metáforas y eso es de agradecer en la monotonía que nos rodea. Un buen hombre.

Entre la semana anterior y ésta presente, en la cueva se estaba escuchando un runrún: El Doctor Empleo se muda de espacio. Como en las cavernas, los centros de trabajo se dividen en salas, compartimentos especializados. En nuestra cueva hay varios. Quizá para otro tipo de menesteres sea conveniente pero, para los que aquí se realizan, definitivamente, son demasiados. El Doctor se va a un espacio más educativo. Un lugar repleto de papel de continuo, lápices de colores y buenos propósitos. Allí se respira amor, demasiado.

El Doctor Empleo ha llenado de ocurrencias estas metáforas. Sin él seguro que no hubieran sucedido algunas de las historias que aquí se han contado. Entre sus tareas, él siempre ha rellenado con esmero los vacíos que había en la cueva, muchos, y para el final ha dejado una obra maestra. En cualquier actividad artística o deportiva, hay personas que sobresalen por encima del resto. Son las que tienen un don. En ocasiones también se dice que tienen clase. Este último concepto quizá sea difícil de entender y se descubre únicamente observando cómo actúan esas personas. Por ejemplo, el tenista que da golpes imposibles, el director de cine que filma una escena magistral, o el poeta, puede que maldito, que no se sabe cómo conjuga palabras armoniosas. El Doctor Empleo rebosa clase. En una metáfora crédula, la de Rezar en tiempos revueltos, se contó el trabajo que se estaba realizando con Nacho. Finalmente esta semana Nacho comenzó en horario diurno unas prácticas como dependiente en una tienda de animales. El mismo Nacho que es una confesa ave nocturna, que está alejado de responsabilidades y tiene comportamientos anormales. Algo inesperado, quizá imposible. Lógicamente para que esto sucediera han influido muchos factores y la paciente e inigualable intervención de Elsa, pero la clase finalmente la ha puesto el Doctor.


El Doctor deja un vacío que no se llena, ni por lo presentes ni por los que llegan. Se va un buen hombre, un tipo con clase. Al partir se escucha el chillido de una mona, un clic de un tiburón y un bufido de un toro de cuernos gigantes. Buen viaje, Gülliver.

domingo, 21 de febrero de 2016

LaMetáforaDelGol

El guapo Moreno tiene su neopreno en propiedad. Cuando lo lleva puesto, que últimamente es en la mayoría de las ocasiones, habla con soltura, ironía y un humor desternillante. A él le ha dado por eso. Por su parte, el Clint original, optó por comprarse una colchoneta. Ni recordaba que lo hizo. Este es el motivo por el navega con rumbo hacia otros puertos. Aparte del uso y disfrute de este medio de transporte, creo que por fin habrá llenado de grapas, su rebosante  bote de cristal. Al respecto de esto último, cuando conocí a Clint, me contó una bella metáfora sobre cómo entendía él las relaciones laborales. Me pareció interesante y práctico en una época en la que se podía elegir trabajo. Clint llevaba consigo un bote de cristal, de tamaño intermedio, como uno de esos tipo “Ligeresa”, de medio kilo. Cuando Clint reciclaba material, y eliminaba grapas, o clips dañados, los guardaba en ese bote. Cuando se llene me voy de aquí, me dijo. Pero nunca se produjo esta circunstancia, de la manera que él lo contaba. Tuvo que salir corriendo, al igual que tantos otros, como los judíos huyeron cuando llegaron los nazis. Por eso ahora que le da por viajar en colchoneta, sé perfectamente que ha contado uno a uno los clips, las grapas, e imaginariamente ha llenado su bote de “Ligeresa”, con destino a otro lugar.

Con el guapo Moreno y el Clint original,  compartí una de las experiencias laborales más apasionantes  de mi vida, recomendable de experimentar para quien todavía cree en el superhéroes. De aquella época ellos guardan – o han diseñado – su objeto fetiche – neopreno y colchoneta -, que les permite subsistir. Sin embargo, a mí me faltaba el objeto mágico, por mucho que haya querido mimetizarme en personajes mejor o peor construidos. Por casualidad, a través de la última metáfora, la del embudo, he podido descubrir cuál es. Por su puesto que es este objeto que, en el fondo, sin saberlo, ya he ido utilizándolo de forma intermitente. El embudo guarda los secretos ancestrales del teletransporte. Me permite viajar a donde yo quiera, y vivir experiencias fabulosas, aunque a veces no deseadas. La ley del embudo puede ser cuestionable por su carácter discriminatorio, pero cuando uno se coloca este objeto en la cabeza, todo se ve diferente.

Durante esta semana me he puesto el embudo en varias ocasiones. Me fui junto a Judith al desierto del Gobi a tomar varias infusiones. Los camareros que allí habitan, escasos y mal pagados, por otra parte, tienen la costumbre de utilizar sobres de té del Mercadona. Para el precio al que lo cobran, ya podían utilizar otras hierbas, un poco más finas. Le dije a Judith entre sorbo y sorbo que estábamos pasando por una mala racha, que la prospección, nada que ver con la obtención de petróleo, no estaba siendo eficaz y, por tanto, escaseaban las ofertas. Judith, amable, entendía que ahora no era el mejor momento. Obstinado, al terminar la infusión, me fui dando un paseo, emborrizado de arena.

En ese tránsito recordaba a los príncipes de mi casa, sobre todo al mayor. Él me cuenta cómo juega al futbol, sin que sea un portento en este deporte. Le gusta meter goles, como a todos. Cuando esto ocurre, a menudo porque los partidos serán de un marcador 120 a 119, me detalla el tiro y la celebración. A mí el futbol ya no me va, o me va mal. No obstante  uno tiene sus principios. Por eso cuando ruge el Athletic Club, me aprendo los nombres de su delantera, por lo menos. Sobre esta posición ya sé que hace tiempo se fue un tal un Llorente, pero en muchas ocasiones cuando alguien me pregunta cuánto mido, cita a este jugador, que me iguala en centímetros, Fernando Llorente se parece a mí, o yo a él. Así me entretengo, esperando que la prospección funcione y meta un gol virtual a algún empresario receptivo, como Llorente hacía en el Athletic.


Llegué hasta el palacio de hielo, donde podría estar Elsa, acompañando a Kaylin, nombre real y complicado. Ella optaba a una oferta de camarera en una cadena de restaurantes cinematográficos. El empresario golpeo la claqueta. ¡GOL! Con el embudo en la cabeza, en pleno Gobi, se apareció una portería. Vestido de rojiblanco, personificado en Fernando Llorente, melena al viento, cuando cayó del cielo el balón, di tal chut que no paró de bailar el balón en la red durante 15 segundos. Era necesario. Con el embudo de sombrero, retome la conversación con el empresario que decía a Kaylin que en breve comenzaría a trabajar.  Como cualquier delantero, por mucho que colabore con el equipo, si éste no ve portería no es lo mismo. Es necesario marcar, que por otra parte, es la gracia que tiene el futbol.

martes, 16 de febrero de 2016

LaLeyDel-Puto-Embudo

Me parece extraño leer un artículo que avisa en negrita de la próxima aparición de “spoliers”. Me imagino que toda mente curiosa no encontrará barreras en esa advertencia y puede que provoque una reflexión. ¿Acaso disponemos de tanto tiempo para divagar sobre el futuro sin tener claro el presente?

Durante esta semana se me está poniendo la vena gorda, y como todavía no he recibido el último traje de neopreno que emplea con gusto el guapo Moreno, esta metáfora contiene una advertencia. A continuación aparecen palabras malsonantes. Y es así por puta envidia hacia el redactor de textos con “spolieres”, y porque estoy hasta los cojones de tantas buenas palabras. Las primeras, las mías.

La semana comienza en un lunes frío. Miro a mí alrededor.  Veo mierda, cantidades ingentes de pura y puta mierda. El “blue day” de la polla, que catalogó un jodidamente estúpido americano, erró en la elección del color. Y de fecha. Febrero es una puta mierda. El día más triste del año es suciamente negro, pero cómo esos hijos de la gran puta capitalistas, espejo de la humanidad, sólo piensan en dinero, eligieron el black para seguir vendiendo en diciembre, sin otorgar a la depresión el verdarero color que la sostiene. ¿Black Money?, ¿Cash Black? Dinero, sucio y estrujado dinero. Pero que nadie se equivoque. No soy uno de esos gilipollas que niegan su poder. Si estoy aquí, en este lugar, es por dinero. Por lo menos es mi argumento de cabecera cuando me pregunto el motivo por el que me baño en mierda.

Los jóvenes inquietos para los que trabajo piensan igualmente en el dinero pero no reconocen el lado oscuro de éste. Por eso es fácil engañarles con las bondades del trabajo. Aunque sus anhelos están podridos desde su raíz.

Iván se esfuerza por estudiar, por cuidar a quien le cuidó y a su corta prole de hermanos. Hace poco comenzó a visitar la cueva, como tantos otros, al olor del dinero, a través de eso a lo que se le llama trabajo. Pero él no puede conseguirlo tan fácilmente. Su carga vital es más grande de lo que realmente parece. Dice que no puede optar a ofertas que encajarían perfectamente a simple vista en su puzle organizacional, ese que él no entiende y yo percibo nítidamente, desde mi intoxicada mirada económica.

Se me ocurre hablarle a Iván de la ley del - puto - embudo. En alguna ocasión he recurrido a esta metáfora para motivar para la búsqueda  de empleo.  De hecho no sé por qué no aparecieron en las famosas – es un decir – Metáforas para la Búsqueda de Empleo. La disponibilidad que muestres en la búsqueda de empleo hará que puedas acceder con mayor facilidad a un trabajo, porque la búsqueda es como un –puto- embudo. Muchos comienzan a buscar, pero el acceso al mundo laboral está restringido, como un cuentagotas. Los que aceptan las crueles reglas del mercado, lo tienen más fácil. Cuánto más lejos puedas ir, haciendo cualquier cosa y a cualquier precio, más fácil lo tienes para pasar por el –puto- embudo. A Iván se lo explique en positivo, empatizando con su situación pero haciéndole ver dónde se encuentra.

Entre tanta decadencia, en ese momento saltó el interruptor que en ocasiones se enciende en mi cabeza. Encontré otro uso para el – puto – embudo. En realidad éste sirve como disfraz de payaso; de astronauta, viajero al planeta esperanza;  de jinete que navega por el desierto, o de disfraz de alguien que intenta educar rodeado de mierda. Y todo sin emplear “spoliers” futuros, con mucha mala hostia en los bolsillos para seguir guerreando, porque la próxima metáfora volverá a ser una amable reflexión, como ésta.

miércoles, 10 de febrero de 2016

ElRelevo

De ecos del pasado se vive. De mitos y leyendas también. Sobre todo, de situaciones improbables y dudosas que engrandecen la cotidianidad. Mientras perfilaba la metáfora de mitad de semana, montado en mi bicicleta, ha ocurrido algo inusual. A la ida he adelantado a dos articulados con el número  70, a la vuelta, con toda la literatura de esta metáfora diseñada, a uno. Al final del primer recorrido me sentía tan satisfecho como cuando Eros conquistó el Monte del Viento, historia ésta que seguro agradará a mi querido judío nihilista. El mito, en definitiva podría pasar por un comentario: “Eres más veloz que el 70”.

Sin embargo lo anterior es anécdota. De hecho esta metáfora es tan poderosa que explica la dicotomía que supone la ficción. De entre todos los personajes que transitan por estos textos, los únicos reales son los verdaderos protagonistas, los jóvenes para los que nos empleamos. El resto, hasta ahora, pura ficción, salvo uno. Este es el caso de la añorada Isabel que al estar en plena crianza, no tiene asignado su correspondiente personaje, y mira que ella es gran intérprete. Así los personajes aquí descritos según cambien su profesión, volverán a ponerse su verdadero traje en el mundo real. En esta ocasión, Clint se vuelve Carlos y el Padre perfecto un poco más José. Aunque todavía queda una última metáfora, la de su relevo.

Volviendo al ciclismo – siempre -, hay una modalidad vistosa y aburrida llamada contrareloj por equipos. En esta prueba, uno tira del grupo y es relevado por otro, al que a su vez le sustituye un tercero, el mítico zutanito, que suele referirse. Y así tantos como nueve, normalmente. Dependiendo del kilometraje los relevos son cortos o largos. A distancias reducidas, relevos explosivos y efímeros. Con las más extensas, el turno es más sostenido. Trasladando esto a la intervención con jóvenes, lo lógico es que los profesionales se tomen su trabajo como una carrera de fondo, solicitando el relevo cuando hayan recorrido demasiados kilómetros. Eso sí, hay que asegurarse que éste se haga con constancia e interés, sino mejor no darlo. En contra, los jóvenes que buscan empleo, necesitan de relevos explosivos e inmediatos. Por ejemplo en su experiencia laboral tienen que buscar muchas opciones hasta encontrar una que sea duradera. En ese momento, se producirá el relevo más prolongado, y maduro. Natalié, ecuatoriana afrancesada, busca eso. Hace no mucho tiempo atravesó un quicio laboral dudoso y ahora prueba en otro. Relevo corto e intenso, que no falte.

El otro relevo, el de los profesionales, en ocasiones es mágicamente casual porque, además, el mundo es demasiado pequeño y, más que menos, todos no conocemos. El padre perfecto sabía que en breve se acabaría su relevo. La sucia burocracia le había deparado una sorpresa y tendría que marcharse en breve. Por desgracia, en este sector profesional, aunque los relevos han de ser largos, en muchas ocasiones se queda en una fugaz explosión que, además, estalla en la cara de las personas para las que se trabaja. Para una persona con ciertos problemas, quizá no es lo más conveniente tener que coger confianza con otra persona, y a su vez con un tercero, al que se conoce normalmente como zutanito. A pesar de todo, el padre perfecto ha dejado una impronta que bien vale por cuatro años haciendo el canelo de muchos otros. A pesar del infortunio, el destino le deparaba una agradable sorpresa.

Al verdadero Clint le llegó el momento de tener que dejar paso a otros, y para su sorpresa nunca hubo un Harry igual, ni un polvoriento vaquero que pudiera ser el más duro del lejano oeste. A pesar de ponerse al otro lado de la cámara, y utilizar el plano corto de maravilla, iba descubriendo que también podía estar delante, derrochando madurez y sabiduría. Por suerte ese es el mundo real. El Clint que deambula entre metáforas igualmente se ha dejado la piel en cada una de sus actuaciones. A lomos de sus motos coloreadas ha mostrado a quien quisiera escucharle sus conocimientos en el trato con chavales, su entrega sin recompensa, su lado legal sin utilizar toga. Para mí siempre es un referente, sobre todo por su humildad y su inmensa necesidad de aprendizaje. A este Clint le ha llegado la hora, tras un relevo largo, sostenido, y maravilloso. Por suerte el padre perfecto ha sido el elegido para sustituirle. Para llevar la contraria al celuloide, en este caso, el predecesor seguro que igualará los logros del que ya será Carlos.

Por su parte el padre Perfecto tiene el don de repartir amor. Su principal virtud, como midas con el oro, es la de impregnar de alegría los lugares más sombríos. Cuando yo le conocí, dio luz a una habitación sin ventanas, e hizo que mi querido judío nihilista tornara hacia el optimismo. Después he comprobado in situ sus fortalezas. Sus bailes trasnochados en la cueva, su capacidad de escucha infinita, su cercanía y su perfecto control de las habilidades de relación. Siempre tiene la palabra adecuada que decir. No es de extrañar que en su momento alguien ya ausente le otorgara propiedades paternales excepcionales.


Con estos relevos, me queda una duda. ¿Será José a partir de ahora Clint, o Carlos mantendrá su personaje, porque solamente se va un poco?. En cualquier caso será muy fácil maquillar a estos actores a los que tanto quiero.  Suerte a ambos en vuestro próximo relevo. Bueno será, esperemos que también extenso.

domingo, 7 de febrero de 2016

RezarEnTiemposRevueltos

Aquel día antes de ir a rezar a la cueva tuve que enfrentarme de nuevo con el 70. En lugar de ir, volvía. Observé los desconchones que aparecían en la parte trasera del articulado. Al adelantarle, por primera vi el rostro del conductor, su rictus profesional, su mirada pérdida en el próximo semáforo, en la marquesina más cercana. Le reté mentalmente. Qué podía hacer si no, todavía me quedaba medía hora para llegar a casa. La alternancia del tráfico provocó que pasados unos minutos sintiera su motor muy retrasado. En las paradas se agrupaban sus futuros pasajeros, ajenos a la batalla disputada en la Ciudad Lineal. De tan alejado que estaba el 70, iba avisando a los espectadores de la parada. Ya llega, va por detrás, quise decir. En unos segundos podréis montaros. Al final de la penúltima loma de Arturo Soria, antes de descender por la pavimentada División Azul me creí ganador. Ingenuo, Mateo Inurria pica hacia arriba. Pasado Duque de Pastrana, me adelantó. Apreté el culo. Me dolía la espalda. Aún estaba cerca.

Sin embargo mi cabeza en ese momento  dormitaba en la Cueva. Sorprendidos, allí comenzamos a añorar a un Dios. El espíritu siempre va después de la carne y a Alsacia ya llegó el peculio. Las ciencias sociales, aspiran a ser universales, cuando en realidad sólo han sustituido a las religiones. Todo es cuestión de fe. De creer en lo que se intuye. La ficción lo explica todo.

Nacho entra en mi cabeza. Y en la Doctor Empleo y en la de Elsa. En orden inverso. Nacho siempre fue ficticio, extraño. Otra persona de capacidades matizadas. Nacho nunca buscó empleo. Él pensaba en su adolescencia retenida, en seguir haciendo lo que le daba la gana. Entonces Elsa trabajaba sola con él y se reía, y pensaba. Lo lógico es que Nacho nunca encuentre empleo. Fe.

Hasta el rabo, todo es toro. De lo contrario echaríamos pan a los patos. Nacho se quema con la leche caliente y grita. Te interrumpe. Habla de unos pájaros en forma de lagartos. No le gusta que le manoseen el hombro. Paciencia.

Elsa, el Doctor Empleo y yo estudiamos teología en una Facultad de Psicología. Por la mañana maitines, al medio día el ángelus. Pasados los años, Nacho se acercó a la cueva a rezar con Elsa. Más adelante, acudió con Doctor Empleo a una tienda en la que venden perros verdes y regalan cachorros de gatos, de los que arañan, porque hay muchos. Es cuestión de fe, de confianza. Mientras, Elsa fue a casa de Nacho y entendió que todo es más normal, ajustado al tiempo y a las circunstancias. Por mi parte, pedí cita en una orden religiosa, por si es posible que Nacho se ordene feligrés de ese colectivo. Cuestión de Fe.

¿Quién quiere buscar empleo?, ¿quién quiere crecer?, ¿quién quiere poseer para gastar?. En la cueva hemos puesto una vela. Rezamos todos los días, aunque no lo parezca. Intentamos educar y aprender. En los días en los que el viento enrarece el clima, encendemos los ordenadores y la luz eléctrica. La ciencia social ha llegado.


Vuelvo a casa. Tengo que dejar Mateo Inurria a un lado, me espera Enrique Larreta. Estoy cerca del 70, veo los desconchones. En el siguiente semáforo, el articulado irá hacia Plaza de Castilla. Es mi último intento. Al lado del autobús un coche se cruza y me impide el paso. No puedo. El articulado sigue su camino. Yo no. Mi camino se desvía hacia la izquierda. Otro día será, o no. Es posible que haya llegado el tiempo de rezar.

martes, 2 de febrero de 2016

ElCocheFantástico

En este caso, si se permite la extravagancia, para contextualizar esta metáfora sería adecuado pulsar el enlace destacado en azul y dejarse llevar por carreteras infinitas de nostalgia.


En Alsacia desde hace un tiempo se buscan superhéroes, alter egos, personajes en definitiva que asuman el vacío que están dejando las personas.  La propuesta surgió por parte de Doctor Empleo, un personaje creado para la ocasión que desea  tener un par fantástico que le acompañe en sus andanzas a través del empleo.

Los superhéroes pertenecen a la cultura popular, sin duda. El germen puede surgir de una mente privilegiada pero se curten en la calle. Así que dando vueltas el Doctor Empleo por colocar un traje a alguien, algo desesperado, llegó a consultar un listado infinito de protagonistas de comics. Se empeñó en que fuera yo el elegido, pero uno que está más por describir que por ser descrito, daba largas a esta propuesta. Las horas muertas en la cueva se adornan con rayos de sol, con visitas inesperadas, recurrentes. Acuden en ocasiones jóvenes acompañados de sus madres - porque los masculinos parecen escondidos -, con la idea de que alguien les enderece. No sé si en espera de un superhéroe, o simplemente de una piedra de la que brote la chispa. Uno de esos días la pizpireta Sharon llegó con su madre, una mujer sería, atenta y preocupada. Hablaron ambas largo y tendido junto a Judith, con el propósito comentado. Al despedirse la madre se fijó en mí y vio a la rencarnación de aquel personaje trasnochado llamado Micheal Knight. Dejó entonces su seriedad a un lado para manifestar su ocurrencia y colocarme el traje que esperaba el Doctor empleo. En la cueva los milagros están a la orden del día. Al despedirse añadió, “y habrás dejado a Kit fuera”. Pobre. No sabía que yo viajo en burra y me enfrento diariamente con el maligno 70. Aún irreal, aquello sin duda provocó la carcajada más estridente que se ha oído en la cueva.

Pero la sabiduría popular es cierta y predictora. A la semana mi espalda se partió un poquito y el coche, puede que fantástico, me acompañó a los lugares más insospechados.

Entre tanto, he podido pensar, en la responsabilidad en el trabajo. En la importancia que tienen las personas con las que trabajamos, en la necesidad última, por encima de todo y de todos, de dar un servicio de calidad. Tenemos una ventaja, es cierto, nadie nos evalúa, vamos que nadie se preocupa por nosotros, pero también nos corresponde una inmensa responsabilidad de que la gente quede satisfecha. Quizá hagan falta superhéroes. Quien me conoce sabe que ese papel protagonista no va conmigo, pero en este mundo de metáforas se pueden introducir giros que alimenten la reflexión.


Así que ya puestos, le dije a Fran que íbamos a probar el coche fantástico, quizá el mío, porque el disfraz ya lo llevo de serie. Fran visitó anteriormente una metáfora también sonora llamada la del nenúfar y el silbido. Él es de capacidades diferentes y de inserción laboral protegida. Las empresas que interpretan esta protección normalmente  se ubican donde popularmente Cristo perdió el boli. Su acceso está escondido y, en algunos casos, como la empresa a la que iba a ir Fran, se ubican en lugares tan misterios como Guadalajara. Así nos montados en el coche fantástico, un volvo heredado para más señas. El trayecto fue desconcertante.  Fran y un inspirado Michael Knight, yo mismo, nos pusimos a animar al Athletic de Bilbao, con un do de pecho imposible para animar a los leones, mientras, nos llamamos por nuestros diminutivos, y Fran soltaba tacos por su boca porque en su casa debe ser que no le dejan, normal. Él se reía sin comprender aquella informalidad. Entonces recordé nuestra responsabilidad y me alegré por intentar recuperarla. Además mi corazón sonreía precisamente por la informalidad que Fran no entendía, por  la risa, el absurdo, como última vía para el aprendizaje. Bendito trabajo este en el que te puedes disfrazar de payaso a lomos de un coche fantástico que transita por infinitas carreteras de esperanza.