jueves, 31 de diciembre de 2015

LaMetáforaDeLaNochevieja

Tras la que diverge se vuelve a cerrar el círculo.

Pensé que durante las vacaciones las metáforas desaparecían, como sucede con los Trasgos cuando se acerca un ser humano. Me alegra caer en la equivocación, porque desdecirse y “despensarse” en este tiempo tan equilibrado es virtud. Igual que las metáforas al ser posibles hierran, quien las escribe Herrero está lleno de errores.

A través de una madeja deshilachada sé que alguien decidió por Tiara. Una de las funciones de mi trabajo, si es que las hay, es, como ya he comentado, permitir que los jóvenes accedan al mercado laboral. Claro está que si se aspira al éxito con este mercado laboral tan impostado es difícil jugar limpio. De aquí viene aquello del quicio desquiciado: una puerta chirriante por la que los jóvenes pueden cumplir sus objetivos laborales. Todo muy “alegal”, por utilizar un eufemismo. Tiara en su momento entró por una puerta similar. El empresario, por su parte, megalómano como Gallardón pensó que la mejor estrategia era avanzar sin mirar atrás. Ante las deudas, nuevas sedes empresariales para paliar la merma. Sin ser un experto en finanzas, intuí que aquello no era razonable. Pasados seis meses, aprox., entre la Navidad y la Nochevieja, decidieron por Tiara y la despidieron. Este error coyuntural a Tiara le beneficia para poder desarrollarse en otro lugar o haciendo otras cosas, simplemente. El problema  es el impago de alguna nómina. Como vivimos al día, es posible que a Tiara algo le afecte, por lo menos en lo que respecta a los gastos en estas fiestas.

De esa madeja fluye la imaginación. Entre fiesta y fiesta, llegando a la Nochevieja, pienso en esas cenas que se tienen a bien celebrar en familia. Mi mente fluye. ¿Con quién cenará Tiara?, me pregunto, o, ¿irá la Alcadesa Carmena a cenar con ella?, especulo. No, perdón, que aquello de siente un pobre en la mesa era menester de Franco, y Tiara más que menos se defiende económicamente. Además, es cierto que la Alcadesa ya cenó con los pobres en Nochebuena.

Siguiendo este último hilo, también imagino mi propia cena de Nochevieja. Más allá de disputas intrincadas como las que se dan en las agrupaciones de políticos, aquello fluirá sin pobres y con mucho esplendor. Llegado el momento, alguien preguntará, y tú qué tal en el trabajo. Entonces puede que piense en metáforas, que sirven para llenar los huecos de mi actividad. Es posible que sienta vergüenza por decir que me empleo en un servicio público descuidado, que yo soy parte de ese entramado, que el dinero del proyecto es de todos y se desvía involuntariamente por un sumidero. Vamos una puta mierda, con perdón, Probablemente, llegado el caso, piense en Carmena, por qué no, y en la posibilidad que más que a un pobre siente a un iluso en su mesa. De ser el elegido, le contaría todo esto. Dudo sobre su respuesta, la verdad.  Puestos a imaginar, es posible que también invitara a Tiara a cenar en su mesa. El caso es que como Carmena más que por política la tengo antes por persona, imagino que me escucharía y algo haría. Por lo menos darme miedo cordero, que uno es glotón.

Mientras llega el momento me entretengo pensando que allá por donde va el 70 modificarán el nombre de algunas calles. ¿Y si llamaran a esa de la división azul, Luis Ciges o Luis García Berlanga? Motivos hay pues estos genios perdieron el tiempo en Rusia y Berlanga sentó a un Plácido/pobre en la mesa.


En cualquier caso, por favor no preguntéis a nadie por su trabajo, cuestionarle si es feliz, que es más relevante. 

domingo, 27 de diciembre de 2015

LaMetáforaDivergente

En aquel lugar nunca pasó nada.


Es extraño pensar, y más en algo en concreto. Visualizo 12 imágenes por segundo y todo está enlentecido. Tus movimientos los observo cortados. Te pongo un ejemplo. Mueve tu mano. Sólo puedo verla arriba y abajo. No sé lo que ocurre entre medias. A esto lo llaman la enfermedad de Bolt.

Sé que aquella mañana estaba el cielo despejado. Comenzaba a oler a primavera. Tú estabas exultante, como siempre. Paseábamos juntos. Decidimos recorrer las calles estrechas cercanas a la estación. Te contaba mis planes futuros. Me iría a Ámsterdam, con la idea de perderme. Tú me dijiste que ibas a quedarte un tiempo viviendo aquí. Estabas trabajando en una oficina próxima al lugar por el que paseábamos y me lo enseñaste. No había nadie. Estaba cerrado. Los cristales estaban tintados e hicimos como los niños. Posamos el rostro allí y utilizamos las manos para impedir que el sol interfiriera en nuestro propósito. Tú te sentabas en aquel rincón, me dijiste. Y tus compañeros en las otras sillas. Sucedió de repente. Todo se paraba. Me asuste. No podía observar los objetos de forma continua. Separé las manos del cristal. Di un paso hacia atrás. Me estaba mareando. Te dije lo que me pasaba y nos abrazamos. Mira allí, me obligaste. Qué ves. Pude observar una placa. Norton P. En esté lugar nunca pasó nada. Me sorprendí. Era lógico que la empresa se llamara de esa forma, o de cualquier otra. Pero no entendí la otra frase. Cómo era posible que en ese lugar nunca pasara nada. Te lo conté y te reíste. Sigues mareado, déjalo. Quédate con Norton P, donde pasan demasiadas cosas. Recuerda el nombre. Cuándo regreses de Ámsterdam me encontrarás aquí.

Ese día no fui al médico. Quería aprovechar tu compañía. Tampoco lo hice en los siguientes, pero iba a peor. No tuve más remedio que someterme a miles de pruebas. Cancelé mi viaje hasta que hubo un dictamen. No podía desplazarme. Mi enfermedad me hacía entender las cosas de forma diferente. Todo iba más despacio. Ese ritmo no lo entendía y me hacía perder la conciencia. Tuve que guardar reposo y medicarme. Ahora siento lo mismo pero con los pies en el suelo. Puedo vivir. No sé si en Ámsterdam hay canales, si quiera agua.


Otro día estuve observándote a través del cristal, sin que me vieras. Estabas sentada en la silla que me indicaste. No parabas de hablar por teléfono y mirar la pantalla del ordenador.  Tus compañeros hacían lo mismo. Me fui. Aunque antes me fije en el letrero. Norton P. Una historia que contar.

sábado, 19 de diciembre de 2015

LaLeyendaDePoulidor

Raimond Poulidor fue el ciclista más significativo de su época, a pesar de que nunca consiguió ganar el Tour de Francia. Fue famoso por quedar segundo en tres ocasiones y cinco en tercer lugar.

A primera hora de la mañana la bruma que añora niebla, se posa en mi barba. Mientras pedaleo tengo la costumbre de morderme los labios y degustar esta humedad. Madrid está en duda. Sabe que ha llegado el frío pero no quiere admitirlo. Un jardinero pelirrojo va tocado con un gorro; parece un duende de cuento. Subiendo Monforte de Lemos las cuatro torres me van engullendo. El frío traspasa mi neopreno.

Veo a Ed, el Jedi, junto a su Padawan, Kraken. Esperamos inquietos a algunos muchachos en busca de su primera oportunidad laboral. Todo es silencio. Entre ellos está Laura. Ella es hija de la crisis y sospecho que a pesar de sus capacidades tendrá que pelear - pedalear - demasiado para poder desarrollarse. Por eso le dije que es una joya, un diamante en bruto. Se lo comento por motivarla y porque lo creo realmente. Está inquieta, normal, ¿quién no lo estaría? Su camino comienza a trazarse.

Vuelta. Tras una breve parada en la cueva diseñada por un prestigioso arquitecto, cojo bicicleta y manta. Voy al encuentro de mí mismo. Me espera Tiara. Otro diamante, un tanto más pulido. Ella trabaja continuadamente desde hace 6 meses. De vez en cuanto necesita hablar con alguien que le sitúe. Su actividad la desarrolla en plena cuadrícula de Salamanca. Por allí pasean personas de postín. Están abrigadas porque piensan en el invierno, pintadas ellas con cremas supuestamente purificadores y ellos con medias barbas elegantes. En un asiento de Juan Bravo el mundo se detiene durante 30 minutos. La bici sin atar, el neopreno abierto. Le recuerdo a Tiara que yo soy una válvula de escape. También sus éxitos con sus 20 años: Emancipada, viviendo con su hermana y ambas con trabajo. ¿Qué es difícil aguantar el ritmo? Por supuesto. Ella sonríe y yo soy feliz.

Vuelta. Madrid echa el cierre con su más preciso lienzo, el más bello. Ahora tiene la capacidad de ocultar una primaveral tarde en un incipiente invierno, para que la bruma humedezca mi barba otro día y pueda saborearla. Mientras, recuerdo a Poulidor y creo que también es un poco el sino de nuestra profesión, esa en la que se pide educar. Igual que todos podemos parecer diamantes, también somos carbón o cualquier canto común, aún así pendientes de ser pulidos. Nosotros, pulidores, secundarios en nuestro recorrido, nos limitamos a acompañar a imaginadas joyerías, tiendas de bisutería, o a cualquier lugar en el que una piedra se pueda ir puliendo. De todas, sin duda, la técnica más lograda es aquella en la que el canto se pierde en el río y por la perspectiva del agua se observa a éste armonioso en la naturaleza. El tiempo fluye y desde el puente se contempla su evolución.


Casa. Sin traje de neopremo me recuerda Marta que lo mejor está por llegar. Y yo pienso que se equivoca, ya ha llegado. 

martes, 15 de diciembre de 2015

LaMetáforaEcológica

Todo empezó con unas palabras a Hanan, quien, por cierto, tras dejar de hacer camas, dedica su tiempo a revisar números y más números. El Doctor empleo me cuenta que le va bien. Recuerdo que aquellas palabras para Hanan surgieron de repente, porque había que utilizarlas en aquel momento con la finalidad de que Hanan pensara. Y más bien que mal pensó.


Pasado el tiempo me he dado cuenta de que estás metáforas son posibles aunque no siguen el método inicial. Esto no implica que las cosas estén bien o mal, simplemente es que faltaba la materia prima. La mía son las personas y sin ellas pocas metáforas son reales.

Está semana ante la ausencia de Doctor de empleo me he convertido en Agente doble, un desdoble al estilo del negro de Amanece que no es poco. Con dos teléfonos, varios contactos y muchas ganas, me he infiltrado en el terreno de mi compañero. Así llegué con medio neopreno a un quicio desquiciado, donde contratan personal. Un lugar que si supiera de su existencia algún político se echaría las manos a la cabeza. Pero como sea que nosotros somos de plano corto, somos conscientes de que lo que hacemos no es que esté bien, es que es conveniente, sin más.

En este trayecto me acompañaron Jorge y Toni, ficticios ellos como lo intento ser yo. Y surgió la magia de la metáfora. Desconozco el motivo exacto pero cité a El barón rampante. Quería hablar, eso sí lo sé, acerca de la madurez y de lo importe que es ser responsable, sobre todo para eso del desarrollo personal.

El barón rampante fue creado por un escritor e intelectual italiano apellidado Calvino. La obra es una novela llena de fábula y magia, escrita para todos como si fuese un cuento. El argumento es simple, un niño que no quiere bajarse de los árboles. Ni recuerdo el final, únicamente lo maravilloso que me pareció leerlo.

Así que les comenté a Jorge y Toni la historia de El barón rampante, sin enjuiciar la trascendencia de bajarse, o subirse, de los árboles. Les dije que era necesario estar en el suelo, como lo es madurar. Sin embargo no estaba conforme con el dictamen moral del descenso. Así que me limité a recomendarles que únicamente se bajaran de un árbol imaginado para volver a subir cuando quisieran, sin que tuvieran que estar permanentemente allí colgados. Llegados a este punto, ante un pequeño árbol de navidad, propio de tanta venta, Toni me preguntó si se podía subir a ese arbusto decorado. Su cuestionamiento confirmó que había entendido la metáfora.

Aparte, he descubierto que a estas metáforas le falta un malo, como en la vida misma. Sin chivos que expíen nuestras culpas, parece que falta algo. El malo ha de ser un enemigo al que enfrentarse, independientemente de que haya un conflicto manifiesto. Con pequeñas fricciones, sirve. El mío y el de estas metáforas es un autobús, el 70, de Plaza de Castilla a Alsacia. Montado en mi bici antes me hacía gracia ver en el rótulo de este vehículo aquello de Alsacia. Sin embargo, el hábito genera desgaste. Alsacia no es el destino ideal y el autobús es un obstáculo para el ciclista. En el trayecto diario nos adelantamos varias veces. Como el 70 es un vehículo doble y articulado, mete culo cuando puede y vuelta adelantar. Parada. Acelerón mío, desgaste. Nunca me he fijado en quien conduce, sólo en los pormenores de nuestra sutil pelea en la carretera. Por cierto, cuando Clint me pregunte sobre los malos de su próxima película, el nuevo remake, el re-remake de El Buscavidas, le diré que no personifique la maldad, que a los objetos sale más a renta inculparles, así no tienes que llevarte mal con nadie.

viernes, 11 de diciembre de 2015

PalabrasFútbolYBillar

Todo surge de un viaje en bici, de un cuerpo revestido en un traje de ciclista y muchas palabras.

Una metáfora redonda fue aquella que escuché hace años cuando el guapo Moreno me dijo que desde hacía un tiempo utilizaba un traje de neopreno. De hecho a El limón más dulce que he conocido le provoca curiosidad este método y sueña con disponer de uno como uniforme de trabajo universal. El asunto es sencillo. El guapo Moreno me dijo que se compró un traje de neopreno. Con éste puesto no se volvía invisible pero sí le permitía que todo le resbalara, en cualquier lugar y circunstancia. El traje en sí es mágico porque no provoca mala conciencia, y repele la negligencia y la estupidez como un choque de polos opuestos. Algo así como el plano corto de Clint, famoso en la morada de mí querido nihilista de apellido judío. Total que mi traje de neopreno realmente es mi atuendo ciclista.

De esta guisa me desplacé a Barajas y pensé en un buen título como para una obra de arte, “Hombre embutido en bicicleta por Barajas”. Palabras. Fui a acompañar a aquella que aquí se la llamó Eurice y que en realidad responde a otro nombre. Pero, ¿qué mismo dará? Ella es frágil y fuerte, joven y simpática. Es una de esas personas que merece la pena conocer y acompañarla en este trabajo que Dios nos ha dado. Justifica la actividad realizada a pesar de la insensatez presente. Eurice, ficticia, comenzó a vivir por el tejado. Es una de esas madres que parecen olvidadas por su juventud y construyen su futuro rodeadas de obstáculos. Yo no sé si el otro día le puse otro más al invitarle a un aprendizaje mensual sin bonificar. Sin embargo ella que es optimista lo vivió como una oportunidad. En la presentación con el empresario de turno, Eurice se llenó de palabras, y más palabras, parecía comerse el mundo. Aún con traje de neopreno, como compré uno reversible, pude matizar sus comentarios. Me acordé de la añorada Isabel que decía que hablar está sobrevalorado y le dije a Eurice, con voz de ultratumba, que está bien expresar, pero que lo importante es actuar. Aun así yo confío tanto en ella  que me he apostado todo a nada a que conseguirá lo que pretende, y lo mejor de todo es que no tiene porqué ser precisamente lo que yo deseo.


Previamente vi a la añorada Isabel, radiante, satisfecha porque ella ahora vive en el mismo tejado de la maternidad que Eurice, lógicamente en una casa con otros cimientos. Ella, actualmente, tiene que atravesar otros obstáculos, porque la maternidad es injusta en la inmundicia laboral. Igualmente confío tanto en ella que me he apostado otra vez todo a nada a que conseguirá lo que ella pretende, porque es lo que ella desea. Y lo hará por ser experta en hechos y palabras, sabiendo que hablar definitivamente está sobrevalorado.

A la vuelta de Barajas surgen más imágenes. El fútbol es inevitable. Pienso en el encierro laboral que nos custodia. Pienso en los servicios públicos entregados al capital. Pienso en que igual que trabajamos con personas, los futbolistas juegan con pelotas. Me imagino la vida de un futbolista que durante un año no juega a la pelota porque no quieren contar con él, a pesar de sus fortalezas. Pienso que este jugador imaginado puede que no vuelva a tocar la pelota con el mismo gracejo, y nosotros, pienso, ¿volveremos a trabajar igual con las personas?


Y hablé con Clint. Tenía dudas sobre una escena que está rodando. Me pregunta ingenuo como si yo fuera director de cine. Clint cree que está rodando una película costumbrista-infantil sobre un cerdo que busca una trufa. No se da cuenta de que en realidad está filmando un remake de “El Buscavidas”. Otra de deportes, si es que el billar se considera como tal. Y todo porque Clint sabe que un golpe en el billar implica el movimiento de varias bolas, o pelotas.

sábado, 5 de diciembre de 2015

LaMetáforaDelNenúfarYElSilbido

La vida contiene paradojas, guiños inocentes de quien no sabe guiñar, con los dos ojos cerrados al unísono. Situaciones que escribirías en el muro de Zuckenberg porque no puedes estar callado. 

Esta semana me he arrancado por Mendoza, y eso genera inquietud. No en todos lo libros te encuentras ante una de los mejores plumas, ahora teclados, de la literatura. Mendoza es un ángel que se ríe, creo, tanto de sí mismo como de los demás, sobre todo de esos que piensan que el mundo tiene que ser triste porque es gris. Él sabe que lo que nos salva en este entretiempo es la absurdez con la que hay que mirar lo que nos rodea. Como un filtro de los que emplea Clint en su cámara. Sino de qué íbamos a estar en este lugar gris, de boinas colapsadas, como si nada. Así la envoltura previa , la paradoja es una palabra: Nenúfar. Algo semejante al McGuffin de Hitchcook.

Para los que no lo sepáis, McGuffin es un recurso que empleó el pervertido director británico para desarrollar las tramas de sus películas, a pesar de que no tenían una relevancia significativa en la historia. Nenúfar lo leí en la novela comentada de Mendoza, así, sin sentido, como un pequeño MacGuffin. Igualmente allá en el local del pasillo interminable, mi querido nihilista de apellido judío habló precisamente de Nenúfar, como si de un McGuffin se tratase. Y todo era por introducir este término en un informe vacío, de esos que se piden para no leerlos. Cierto es que a la añorada Isabel le correspondía su revisión y hubiera encontrado el dichoso McGuffin. Esa fue nuestra trama durante un tiempo, que hizo que los días se pudieran saborear aún más.

Ya en la cueva diseñada por un prestigioso arquitecto, me olvidé del McGuffin y de los nenúfares hasta, como he comentado, me he encontrado con Mendoza. Y de paso, la metáfora, porque claro que todavía quedan nenúfares por descubrir.

Fran fue asiduo participante en el local del pasillo interminable y parecía ya perdido. Fran, de nombre inventado, hizo un curso interminable para aprender a trabajar el cuero. Antes, acudía asiduamente a su cita en el taller para buscar empleo. Allí disfrutaba con Judith porque no había reglas exactas con el horario y podía hacer alguna de sus bromas sin pedir permiso. Fran tiene sus capacidades dislocadas, un poco más que las del resto de la humanidad. Se puede decir que su situación le convierte en una extraña flor que no necesita, por ejemplo, posarse en la tierra para alimentarse. ¿Un nenúfar? Es posible. Por eso ver a aquella peculiar flor en la que se había convertido Fran entre otras tan diferentes, como si pertenecieran al mismo jardín, suponía entender perfectamente la trama de nuestra actividad. Entonces sonaba la música. Judith silbaba. Por lo menos aquello era armonioso.


Desde el traslado a la cueva, Judith había perdido el ritmo. Esta semana con la aparición de Fran, he oído a Judith silbar. 

Si mi querido nihilista de apellido judío, o la añorada Isabel preguntaran por el nenúfar en un informe, podré decirles que ya lo he encontrado, que es real y suena como el ritmo de los silbidos de Judith.

sábado, 28 de noviembre de 2015

YaisonYLaCuadraturaDelCírculo


A Clint siempre recurro porque se parece a mí y añoro comportarme como él. A pesar de que nos vemos poco, sólo con sus susurros telefónicos entiendo un poco más acerca del sentido de las cosas. Sé que sólo son palabras, metáforas en definitiva, pero necesarias para sobrevivir laboralmente. Ya se sabe que Clint no es sólo duro delante de la pantalla. Detrás, es un referente del celuloide. Por eso sus consejos son ley. Y ante el desánimo me explica que lo mejor es filmar utilizando la técnica del primer plano. ¿En que consiste? Sencillo. Implica fijarse en aquello que tienes cerca, en tu tarea y no más, sólo en la actividad de tu trabajo. Por el contrario abusar de planos cenitales, de esos en los que subido a una escalera observas las cabezas de las personas, sus pensamientos, o sus defectos, se convierte en una técnica improcedente. Así no eres real, quizá celeste, únicamente. De la misma forma, el contrapicado, a ras del suelo, supone observar al completo a los demás, con sus virtudes y, sobre todo, sus vicios. Este contrapicado te hunde cualquier película, especialmente si tiene una temática social. Con el primer plano, te centras en lo que te interesa, para qué más.

Y de técnicas y entornos, se aprende mucho en la cueva diseñada por un prestigioso arquitecto. Allí nos ha dado por agruparnos. A falta de clientes, bien viene el calor corporal. En las mesas donde antes se jugaba a la taba con asiduidad, se encuentra Elsa, con poncho incluido, serena e indignada. También está la dama del violín, que ajusta las clavijas para una sinfonía imposible. Y, por supuesto, está el Doctor Empleo. Durante la semana he descubierto su capacidad para cuadrar un círculo. Cuestión improbable, como es sabido, a no ser que te ilumine la ciencia, o creas en las metáforas.


Antes, en el local del pasillo interminable yo aplicaba metáforas en informes vacíos, de esos que se piden para no leerlos. Para disgusto de la añorada Isabel, los peores eran sobre un clan de trillizos, mimosos e imprevistos, que se convirtieron en los míticos Acebedos, nombre, por supuesto inventado para la ocasión, como todo esto. Entre ellos, el más desconocido era un tal Yaison, sustantivo imaginado.

Hace un mes Yaison fue a nuestra cueva y a diferencia de lo que nos pasa a los demás, se sintió a gusto. Entre bromas y dedicación exclusiva conectó con el Doctor Empleo. Y como por arte de magia, Yaison asistió más de lo que nunca lo hizo en el local del pasillo interminable. Cuadrar el círculo no se hace con una varita mágica, ni una receta infalible, se construye con mimo y cercanía. En uno de esos días que están en medio de la semana, vulgares y anodinos, Doctor Empleo contactó con Yaison. Le contó que va a trabajar acomodando a madridistas Vips en su estadio de fútbol, durante unos partidos, pocos. Qué más dará el tiempo si para Yaison no hay nada mejor que el Real Madrid y su estilete colombiano, como él, James Rodríguez. Así se cuadran los círculos, perfectamente, mediante metáforas.


Igual que me encontraba con Clint en metáforas pasadas, vi a mi querido nihilista de apellido judío. Está como siempre, recio y simpático. Se le echa mucho de menos. 

jueves, 19 de noviembre de 2015

¿QuiénMotivaAlQueTieneQueMotivar?

Dicen que si sigues un hilo, por pequeño que sea, encuentras el ovillo. Aquí ya hay una metáfora, por ejemplo sobre la esperanza. En consecuencia, seguiré el hilo del texto semanal anterior. Para la ocasión, utilizo un rollo de celuloide que me lleva a una película y a El Director. Director de cine sólo hay uno, y a ti te encontré en la calle: Billy Wilder.

Esta semana me he arrastrado y, en el fondo, mal que bien, por desgracia ya he hecho el callo suficiente para la supervivencia. Sin embargo, he visto como flojeaba el padre perfecto. De él siempre he considerado que es el futuro de la intervención social, sobre todo por el paso de baile con el que nos deleita en el taller de empleo. Él es sensible, atento y políticamente correcto. Por eso es el padre ideal.

Qué duda cabe que durante este tiempo he ido de un sitio para otro, llegándome a cruzar con Iosu, el arquitecto de su proyecto. También llegué a las puertas del infierno. Un lugar de esos con quicios desquiciados. Aunque me vistiera de Caronte, hubiera preferido entrar yo mismo allí, siempre que me llevarán tan bellas sirenas como las que se encontraban en aquel lugar. Ya en otro sitio me confundieron con un “Cisterciense”. Uno de esos camisa en cuello, barba poblada y bicicleta. Esto me lleva a pensar sin duda hasta dónde me llegan los pelos en determinados lugares de mi cuerpo. Por la  bici no será. Pedaleo en una de montaña, lejos del diseño del absurdo piñón fijo. Aún así la duda ofende. Por si fuera poco, tuve también un momento para degustar la tranquilidad en un esplendoroso paraje otoñal en Berlín, cerca de Prosperidad. A pesar de todo, sin duda, me he arrastrado.

Volviendo a Wilder, a Billy, ese que también degusta la añorada Isabel, recuerdo una de sus memorias. Allí cuentan una anécdota que viene al pelo para explicar esta incapacidad de arrastre, casi colectiva. ¿Quién motiva al que tiene que motivar? Hablan del payaso Grock. Alguien acude a un psiquiatra, alguien entristecido. El psiquiatra se empeña en dar consejos a su paciente sin éxito. Insinúa mil y una posibilidades para el entretenimiento, sin que alguna satisfaga al derrotado cliente. De repente, el psiquiatra recuerda que en esos días está en la ciudad Grock, el famoso payaso. Como último recurso, recomienda esta divertida actuación. El paciente, aún más triste se limita a decir que él es Grock. ¿Quién motiva al que tiene que motivar?

Ante la adversidad, es complicado esperar que Grock ría, y a pesar de eso, hace reír a los demás. Por esto, cuando el padre perfecto tiene sus días y a otros les da por arrastrarse, pienso en Grock y lo complicado que supone salir al escenario y representar bien la función. Me imagino que la esperanza es lo primero que se pierde, o ¿eso es la virginidad?


Vi a Clint, por no perder la costumbre, y me vio arrastrado. 

sábado, 14 de noviembre de 2015

EntreElCieloYLaTierra


Carta a quien corresponda:

Ya son varias las metáforas que he escrito al respecto de mi trabajo, todas la verdad. En ésta que queda por redactarse a través de una escondida misiva, me surge una duda razonable. ¿Algún lector sabe a lo que me dedico?, ¿soy consciente de ello yo mismo?

Atrás dejo, quizá para otra ocasión, las nuevas andanzas de Eric y Enide; las palabras razonables de Iv, que ya ha entendido la corrección de disponer de un buen plan B, para conseguir el otro, el A, el ideal; la desenfocada mirada de Nozah, que tendrá que buscar otro empleo; y los éxitos de Hanan, precipitados por el Doctor Empleo.

La reflexión actual voló en la cueva diseñada por un prestigioso arquitecto al intentar motivar a varios chavales a través de una oferta de empleo. Cuando se menciona esta palabra, o trabajo, o curro, dinero al final y al cabo, todo es fácil, incluso mediante palabras difusas y ajenas. Claro está que el objetivo de acompañar a alguien a un trabajo no es el particular lucimiento de uno, a pesar de que algunos así lo consideran. El mío es acompañar. Y esto supone atravesar el quicio de una puerta. Ante una oferta de esas de las que presume el presidencial barbudo que habla en silencio, no se puede ser optimista. El trabajo es precario pero existe, es, como el pensamiento de Descartes. Así la puerta puede decirse que provocará una felicidad futura, en la medida en la que cada cuál se esfuerce. Es una ventana de infinitas posibilidades, como Windows. De esta forma lo expreso yo, con palabras profundas y aspavientos de actor de los de antes, como Gary Cooper en Sólo ante el peligro. Maquillaje a granel para tapar hondas estrías.

Una vez destapada la célula de las ilusiones en 8 milímetros, recuerdo algo que vi hace tiempo y tengo grabado a fuego. Me pongo un abrigo gris en blanco y negro, un sombrero vistoso de los 40 y me convierto en Joseph Cotten. Elijo el Tercer hombre. Recuerdo una escena monumental en la que un austriaco dividido le explica - me explica – a Joseph Cotten donde se encuentra el tercer hombre. Así, equivoca la ubicación del infierno, señalándolo con el pulgar hacia arriba. Igualmente hierra acerca del cielo, colocando la mano como cuando los emperadores romanos decidían la muerte. Todo en un inglés parecido al mío, nefasto. Pienso en las semejanzas entre el austriaco y la mencionada puerta hacia la felicidad. ¿Qué hago yo entones?, ¿busco empresas escondidas como quien busca a Orson Welles?, ¿acaso me considero un salvador que cambia la vida de los pobres buscadores de empleo como anhelo modificar el final de El tercer hombre? Entonces surge el eufemismo: Prospector, Intermiador, Laboral, Sociolaboral, Empresa, Empresario, Trabajador, Rajoy. NO. Menos a lo último, puedo responder con mi trabajo, y sin embargo no soy nada de lo anterior, y menos Rajoy. Soy algo diferente. Un ente ubicado entre el bien y el mal, que emplea palabras y otorga hechos para que otros puedan avanzar. Soy un actor secundario cuyo papel caduca inmediatamente después de que el actor/actriz principal inicie su próxima actuación. Entonces se entiende porqué se invita a las personas a atravesar quicios desplomados, menguados por las termitas. Quizá sea porque estos son nuestros quicios, desquiciados. Esos que, sin embargo, pensamos que nos llevarán a la eterna felicidad, es un decir.

A pesar de haber visto a Clint, esta semana me quedo con los abrazos del limón más dulce que he conocido.

Sin más me despido hasta nueva orden.


PD: Sin menoscabo de lo anterior, creo que de todo esto ya le he hablado a mi querido nihilista de apellido judío. ¿O será mi imaginación?

jueves, 5 de noviembre de 2015

NozahOLaMiradaDelTigre

Esta ha sido una semana de encuentros. Al primero que reconocí fue a mí mismo.


Desde la distancia que da la ficción me observé vestido como Miguel Strogoff, el correo del zar. A pesar de que el programa de palabras diseñado por el ser humano más rico del mundo se empeñe en corregir este último termino, e incluya una “a”, azar.  El correo del azar. En lugar de casaca y sombrero soviético llevaba una levita de entretiempo, recortada, ideal para enfriar cualquier parte de mi tubo gastrointestinal. Sustituí las cartas azarosas por un cuaderno negro. Y fui al encuentro de Iosu. Si recordáis metáforas pasadas, citaba a Iosu como un arquitecto de su proyecto vital, aparte de incidir en su incapacidad para escucharme. Iosu no ha cambiado en nada, como debe de ser. Por eso uno se tiene que poner el casco de obra, despedirse de Strogoff y meterse en faena. Iosu trabaja a destajo en un Restaurante al que se le podría nombrar Restaurant, por ser un Bar bien situado. Con el casco protector me presenté allí. Y doy fe que se invalidaron todos mis argumentos prospectores de buen mamporrero – véase técnico de empleo -. Mientras Iosu trabajaba, pude hablar con el encargado de aquel lugar que me mostró lo sencillo que puede ser esto del empleo: Actitud y Confianza. Y eso es lo que le trasmite al bueno de Iosu que se está dejando la piel, a pesar de romper su enésimo plato. Entonces sobran las metáforas, los disfraces y cualquier palabra. Iosu ha encontrado su cemento para construir su proyecto. Eso sí, a mí me han invitado, porque me he propuesto, a ser Quality Assessment. Demasiadas eses. En realidad, haré un seguimiento en el puesto de trabajo de la actividad de Iosu. No es Quality pero es de las actividades más interesantes de mi trabajo.

Volví a ver a Nozah, nombre con el que se la conoce y que a todas luces pertenece a la ficción más ficticia. Nozah terminó su actividad laboral y ahora va a empezar otra. He tenido de acompañarla en este último proceso. Nozah es sigilosa como un tigre, astuta como lo puede ser un tigre, porque su capacidad de supervivencia así lo demuestra, mas no posee la mirada de un tigre. Así le dije, inventándome una metáfora. Posteriormente, cuando he visto que en realidad mirar como un tigre significa que hay que intimidar al enemigo, mis argumentos se desmoronaron. En realidad lo que quise trasmitir a Nozah es que tiene que disparar fotos teniendo en cuenta la profundidad de campo. Las fotos son su actividad laboral entre fogones y la profundidad de campo, la actitud que ha de mostrar para anticiparse a los problemas. Nada que ver con la mirada del tigre. Es decir, si no vas a ir a trabajar, avisa; si tienes un problema, expresa tus sentimientos. Entiendo que a cierta edad no se tiene en cuenta la profundidad de campo, ni perspectivas similares. Las fotos suelen ser instantáneas rápidas y fugaces. Válidas para atrapar al momento, a pesar de que no sean buenas fotografías. Así que circulando por el atardecer de Madrid, con el cielo descompuesto en mil matices, con luces exactas, que nunca nadie podrá captar como lo que se ve a través de un ojo, al decirle a Nozah que si le gustaba mirar el cielo, ella se reía. Al preguntarle por segunda vez, me decía, qué Fernando estás hecho, qué cielo. Esto último no era una adjetivación de mis virtudes, se entiende, sino una referencia al cielo que no podía observar. Me imagino que esto es una cuestión de enfoque, y de tener en cuenta la profundidad de campo. Más aún que esa mirada que tiene el tigre.

La semana tiende hacia el olvido con las anécdotas que me cuenta el guapo Moreno sobre Clint. Sonrío pues al saber que los míos siguen haciendo de las suyas. Clint vuelve a hacer cine del oeste, tomando carajillos en las cantinas. Mientras, el guapo Moreno parece salido de una película de James Bond. ¿Spectre? Es posible. Habrá que verla.


Y finalmente haciendo carne la ficción, al anticipar la publicación, es un decir, de esta metáfora, sé que trastocaré la rutina dominical de mi querido nihilista de apellido judío. Ya no podrá aplicar la máxima de café, cigarro – metáfora – y muñeco de barro. Pero qué diantre, si estos judíos celebran su sabbat el domingo aunque suene a sábado, no voy a ser yo menos alterando los hábitos de un judío, por muy nihilista que sea. Mirada de tigre. Mirada de Richard Parker.

domingo, 1 de noviembre de 2015

UNaMetáforaEnÁmbar:SharonMelissa

Va uno repasando metáforas pasadas y se encuentra con la ineficacia de éstas. Principalmente acerca de la predicción en la inserción laboral de los protagonistas, salvo en dos casos. Uno, porque no tendría que trabajar tanto y otro, referido a mi mismo, porque lo hago de menos, demasiado. Entonces, para qué sirve todo esto, me pregunto yo. Y recurro de nuevo a Galeano. La utopía no es el fin, sólo es un medio. Así como el camino ese hacia la madurez de algunos, tantos, como uno mismo, es sólo un proceso.

Al igual que el Sr. Rojo rima viajando, uno que escribe metáforas las idea montado en una bicicleta. Cierto es que mi hermano en lo social lo hace en el interior de un vagón de metro y no sé si será de rima inestable. A mí sí me sucede. Me afectan las nubes traviesas, la lluvia que provoca aglomeraciones y, durante esta semana, han sido significativos los semáforos, que han dejado fluir a las palabras.

En la cueva diseñada por un prestigioso arquitecto han puesto mesas. Ya se puede jugar. Allí se siguen las reglas marcadas por el novísimo estilo escandinavo. Maderas Ikea como para 13 meses; un año. Antes de estar en la cueva, cuando se jugaba en el local del pasillo interminable, se respetaban las normas de la Taba. Esta actividad esconde un estilo primitivo de gran eficacia cuando son pocos los jugadores. Sin embargo, cuando se juntan muchos, las normas se vuelven difusas. En esos casos, se forman grupos diferentes y entre ellos aplican sus propias normas. Por el contrario, el estilo escandinavo es global, frío, ausente se podría decir. En la Taba se utiliza una herramienta de juego consolidada. En el estilo escandinavo el material está podrido aunque en apariencia cumpla la normativa de calidad, no se sabe si europea, o de otro continente tan desarrollado.

A mitad de semana apareció la protagonista de esta metáfora. La llamaremos Sharon Melissa, por ejemplo. Su nombre compuesto delata su origen extranjero, porque a ningún españolito en su sano juicio se le ocurriría emplear un nombre compuesto para sus vástagos. Antes era de uso extendido, pero eran otros tiempos. Lo más curioso de Sharon Melissa es que en la cueva diseñada por un prestigioso arquitecto se le llama Sharon, y en el entorno de Clint se la conoce como Melissa. Y es que aquella que es Melissa baila zumba en la morada de Eastwood.  Sharon quiso jugar en las recién estrenadas mesas de la cueva, según sus normas. La historia de vida, que se dice, de Sharon, provoca que le cueste aceptar algo que no sea lo que ella desea. Me imagino que a esa historia de vida haya que añadir su necesidad de individualidad, propia de su edad, aparte del cansancio que provoca buscar sin encontrar. En esas Judith con paciencia mascaba una rama arbórea que decía que era regaliz. Es posible que fuera una madera recogida en su Hungría natal, pasado Benavente. Y observa, observo, como hace el Doctor Empleo. Y la partida se enroca.

Al día siguiente hablando con Clint me contó que quiere profundizar de nuevo en el deporte para su nueva película. Quizá por eso fortalece sus músculos, entumecidos ya por su edad. También charlamos sobre Melissa. Clint como baila zumba con ella, tiene que estar atento a muchas cuestiones de su vida. Se fija en los detalles, que si el vestido que lleva, que si entrena correctamente el nuevo paso de baile, que si descansa lo suficiente. ¡Qué difícil es enseñar zumba¡.

Mientras, viajo en bicicleta. Aunque siempre miro hacia el mismo lugar, en ocasiones, a poco que me distraiga, veo algo diferente. Lo más sorprendente de estos viajes es cuando altero la rutina horaria. Entonces me doy cuenta que los ciclos de los semáforos cambian. Tardan más en llegar los rojos. Los verdes, por su parte, iluminan mi recorrido. Cuando me deslizo sobre el ámbar, se modifica totalmente el trayecto, y el viaje es diferente. Aún así hay que seguir respetando a los semáforos. El verde invita a pasar, mientras alguien en rojo espera a que llegue su turno.

Volviendo a la realidad de la cueva, me doy cuenta de la dificultad que tiene mostrar a Sharon Melissa esta alternancia de colores, y como a ella, a tantos. Y pienso que mientras llega el momento de conocer esta dicotomía, se podría profundizar en las virtudes que tiene el ámbar, que no es rojo, ni verde.  Tampoco es la mezcla de ambos. A eso se le llama amarillo. El ámbar es por encima de todo, un bonito fondo para el entendimiento.


En este espacio coloreado es probable que Sharon Melissa sea una mujer con dos nombres. Otra cuestión es que algún día se cree un término medio en el tablero donde se practica la Taba, o el juego de estilo escandinavo. Lo que es seguro es que el Señor Rojo tendrá ese color por siempre.

domingo, 25 de octubre de 2015

LaLeyendaDelTiempo:ErecYEnide

De comenzar por algún sitio, es recomendable hacerlo por el principio. Y la libertad que otorga escribir es que el escribiente marca la pauta y la ficción. Aún así, excepcionalmente, lo haré respetando la cronología que marca el paso del tiempo.

Hablando con mi querido nihilista de apellido judío, allá cuando dicen que comienzan las semanas, obtuve la pauta metafórica periódica. No podía ser otra que el abstracto concepto del tiempo. Es cierto que él incluyó en la conversación otras pautas existenciales cercanas al espacio. Me habló el nihilista concretamente del contenido de las botellas, vacías o llenas, no sólo en referencia a cómo se las mira, sino a lo que ofrecemos cada uno según nuestras cualidades y, porqué no, nuestra edad, dentro de éstas Él decía que la esencia de mi botella anda gastada. Me enrabieté y negué la evidencia.


Reflexioné acerca de si la botella es el mejor recipiente para explicar el flujo de la vida. Dando alguna que otra vuelta, valoré que el continente más correcto podría ser la bañera. Por ejemplo, una de esas que hay en los hoteles sofisticados que desconozco, desintegradas del resto del mobiliario escatológico de los cuartos de baño. Una como las del lejano oeste, como las que le gustan a Clint, pero revestidas en blanco. Una bañera donde podríamos dormir, amar, u observar cómo fluye el tiempo. La metáfora comienza ahí, en el recorrido del agua en el que nos mojamos. Imagino que el fluido se va consumiendo a través del desagüe, a partir del momento en el que quitamos el tapón, con la esperanza de que te ubiquen en otro recipiente, u otras aguas, como el mar abierto. Posteriormente, con la edad te das cuenta que era una trampa. Sólo podemos estar en nuestra bañera. Entonces, persigues otro fin. Ya sólo deseas encontrar otro material que limite la pérdida del líquido y  te permita disfrutar de lo que tienes.

Durante la semana he ido observando a los que me rodean. Todavía no había citado aquí a El padre perfecto, aunque en muchas ocasiones ha entrado en los borradores de estos textos. Nuestra diferencia de edad justifica su presencia en esta metáfora, y sus cualidades y competencias seguro que le harán participar en otras. Él tiene abierto conscientemente el tapón de su imaginada bañera. Se nota. Está siempre pendiente de aprender y su presencia revitaliza su entorno, puede que precisamente del agua compartida. Y yo egoísta  me aprovecho de esta circunstancia, quizá porque en algún momento me comporté como él hace ahora.

Además, conocí a Erec y Enide, que no son otras, en la ficción que vivimos, que Noelia y Eurice, si es que ésta última se llama así. Ellas buscan empleo. También se nota que se bañan con júbilo en sus imaginadas bañeras. No saben todavía de la existencia de un tapón, ni les importa, y aprovechan para salpicar indiscriminadamente a quien tienen al lado. Como se entenderá la leyenda del tiempo es suya. Y su leyenda permite alimentar la nuestra y de paso a algunos, llenar el tiempo de metáforas. Si en estas circunstancias actuales trabajara con otras personas que, o bien tuvieran rasgada su bañera, o hubiera que explicarlas que puede taponar el desagüe, quizá hubiera tirado la toalla, o simplemente me habría escapado mentalmente tras una bomba de humo. A ellas, gracias.

Erec y Enide, a diferencia de sus homónimos artúricos, no son amantes. Son amigas, comparten su temprana maternidad y disfrutan de aventuras fabuladas como es la de buscar empleo. Su presencia en la cueva diseñada por un prestigioso arquitecto justifica nuestra actividad y la posible lucha por defender nuestros derechos, aunque sólo sea por mantener el desagüe obstruido.


Para concluir, en la leyenda del tiempo, es inevitable citar a mi respetada contrincante en las palabras, y en los silencios, Judith Polgar. Judía de origen como el nihilista, con ella me entretengo en un tablero desproporcionado, sin mesa, de momento. Judith se ubica en una bañera diferente, repleta del agua que ella ha ido guardando y de toda la que le ha ido salpicado de tantos otros, y otras, como Erec y Enide. 

sábado, 17 de octubre de 2015

LaMetáforaDeIvOElAnheloDelPlanB

Iv podía ser igualmente francés, dominicano o búlgaro, ¿quién sabe? Ante su origen imaginado lo realmente significativo es su consideración de habitante de un lugar llamado España. Tierra ésta a la que también pertenece la siguiente metáfora.

Iv inspira seguridad porque tiene claro que quiere ser rico. Tiene un plan que no comparte aunque aporta alguna señal por si en algún momento sus improvisados oyentes anhelan sus objetivos. Iv tendría varios libros en su mesilla de noche, si es que dispusiera de una. Todos están escritos por Robert Kiyosaky. De entre tantos, recomienda con entusiasmo “El cuadrante del flujo del dinero”, con el mismo afán que alguien rememora la primera lectura de “Sin noticias de Gurb”. Para gustos los colores.

Sin embargo a Iv, buscador inaugural en un nuevo centro de empleo, hay que explicarle que no es oro todo lo que reluce, que el dinero no llega del cielo. Y esto, evidentemente, en un lugar llamado España, quizá en este planeta al que conocemos como Mundo, es bastante complicado.

Para encontrar una solución que diera respuesta a mis inquietudes metafóricas, me puse en la piel del Capitán Alatriste, al servicio de causas imposibles, al igual que San Judas Tadeo.

Vestido de época visité a Clint al principio de semana. Juntos nos entretuvimos haciendo dianas ante latas vacías que albergaron su correspondiente conserva. Él con su Magnun 44, yo con mis fríos cuchillos toledanos. Me contó su plan de jubilación por el que dejará de pegar tiros para convertirse en director de cine, aunque esto último todavía no lo sabe. Hilando conversaciones, me quedé con una idea de interés. Reflexionamos sobre la necesidad de disponer de un plan alternativo, un plan B. Más allá de sus contenidos, destacamos su existencia para afrontar las situaciones en las que los acontecimientos no suceden como quisiéramos.

Otro día pude hacer la compra en un supermercado masificado con mi querido nihilista de apellido judío. Su virtud, en lugares imposibles como éste, es encontrar las viandas a la primera, en este caso un chorizo embuchado para su bocadillo de batalla. Además de esta destreza única, el nihilista de apellido judío goza de otras cualidades definidas. Es leal, cercano, ambiguo y muy divertido, aunque, en ocasiones pesimista. Así que pensé para mí que él necesitaba disponer de un plan B, por pequeño fuera, que le permitiera mantener la esperanza. De esto último, como contradictorio nihilista que es, seguro que esconde algo.

De vuelta a la cueva diseñada por un prestigioso arquitecto, escuché al Doctor empleo, libre pensador que comparte guarida conmigo desde hace poco tiempo. Repitió aquello del plan B y pensé de nuevo sobre sus virtudes, más allá de su definición. El potencial de esta estrategia no es tanto saber qué vas hacer, sino reconocer la posibilidad de utilizarlo cuando fracasa lo que teníamos previsto. Esto tiene que ver con nuestra capacidad de resolución, y cierto optimismo que nos haga afrontar los problemas con garantías de solución.

Ya tenía la metáfora para Iv. La alternativa a su necesidad de enriquecerse. El plan B de Iv se asemeja al que Robert Kiyosaky desarrolla indirectamente en sus libros, sobre lo que este autor reflexiona y escribe. El plan B es su esfuerzo. Para ser un escritor de prestigio, es un decir, Robert tuvo que trabajar a conciencia, aunque únicamente fuera para diseñar su exitosa estrategia. Iv, por su parte, necesita de un objetivo laboral a corto plazo, que le enseñe lo que significa el esfuerzo para alcanzar su futuro deseado. Iv tiene claro lo que quiere conseguir, aunque todavía no es consciente que tiene que reforzar sus estrategias inmediatas.


Quizá si en este lugar llamado España, en este planeta que conocemos como mundo, se valorara el plan B del esfuerzo por igual que la necesidad de ser jodidamente rico, la metáfora para Iv podría ser otra.

domingo, 11 de octubre de 2015

LaMetáforaDeEvaTambiénLLamadaLaDelFunámbulo

Así en bruto, al referirnos al concepto de identidad, hay que tener en cuenta la necesidad de mantener el equilibro para no acabar en el suelo. Lejos del sentimiento fingido de naciones unidas, o con intención de dividirse, al fijarnos en el detalle concreto surge la metáfora. En este caso una para Eva. Ella es equilibrista desde hace bastante tiempo. Con ella no hay que fabular acerca de sus equilibrios porque ya aprendió, a su manera, a mantenerse encima de una cuerda, no sé si floja. Además ésta se ha convertido, de paso, en el camino que ella ha elegido por encima de todo, defender su identidad. Su virtud es la constancia de funámbula, a pesar de las caídas sufridas.

Durante esta semana, Eva ha sido una excusa, y si aparece su nombre en esta metáfora, es para no perder el hilo, o la cuerda, de este blog. Una semana más, una semana menos. En esta ocasión en la cuerda floja.

A pesar de todo, de las ausencias, de la construcción inmediata de un nuevo espacio en el que fingir una actividad laboral, ha habido mucha luz metafórica en mi interior. Imaginaos los bolsillos repletos de mi camisa a cuadros. Es cierto que he pensado algo en Eva, con la que me he cruzado porque la casualidad a veces es así de graciosa, pero, sobre todo, he reflexionado sobre mi profesión. No me refiero a mi actividad como mamporrero, que practico únicamente cuando sale el sol, sino a ese insano híbrido que componen las diferentes profesiones del sector de la intervención social, ese trabajo que se hace con personas que tiene problemas personales y/o sociales, o pueden tenerlos.

La intervención social es un sector pendiente de una seria evaluación. Durante más de 15 años he visto todo tipo de equilibrios, propios y ajenos, por mantener quizá un imposible de continuidad. Y una común justificación final, repetida infinidad de veces, “continúo porque es lo que mejor sé hacer”. De los funámbulos que he conocido, la mayoría son expertos en el arte del equilibrio, habiendo recorrido largos tramos, en ocasiones han caído, para luego levantarse y continuar por su camino imaginado. De entre todos, los hay que en su espalda cargan con las mentiras, y las verdades, de las personas a las que escuchan y atienden, como Atlas sostiene nuestro mundo; otros llevan en una mano su moral y en la otra un trozo de pan que necesitan para comer. Los hay indeseados que en lugar de trazar su ruta por una cuerda imaginada, rompen las ajenas circulando en coches grises, destartalados y ruidosos en los que se suben predicando un nuevo futuro, que es únicamente el suyo, el que imaginan montados en ferraries, o renaules de alta gama. Sin embargo, siempre acaban estrellados en la misma curva.

El colmo del funámbulo es sufrir una subrogación. Por ello esta semana he visto muchos equilibrios extraños, propios y ajenos, en los que estaban, por un lado,  los derechos personales y, por otro, una ingente cantidad de Evas, de personas en definitiva que dependen de nuestro sucio equilibrio, porque ellos también transitan por la cuerda floja. Quizá la diferencia del funámbulo de la intervención social con esos otros obligados equilibristas, es que estos últimos, en ocasiones, no tienen red que amortigüe su caída. Y de aquí surge otra metáfora más que, con visión cenital, como la que ahora emplea el guapo Moreno, permite ver la red que formamos tantos, con  nuestras manos unidas para evitar que unos caigan, y favorecer que muchos reboten y sigan su camino por una imaginada cuerda floja.


Finalmente para dificultar nuestra profesión funámbula, en la actualidad ni siquiera a los que practican este arte se les denominan de esta forma. Por un modismo anglosajón se dice que hacen Slackline. Algo similar ocurre con esos a los que se le llama Coach cuando en realidad son meros funámbulos de la intervención social. Otro equilibrio más, en este caso de nuestra propia identidad. Que nadie se caiga, o se tire. 

viernes, 2 de octubre de 2015

LaMeáforaDeUnoMismo

No hay metáforas posibles que no empiecen y terminen en uno mismo. No hay metáforas sin comunicación aunque quedan posos en lo que observamos.

Esta semana me vestí con faralaes y por corona, una montera. Llevé el pelo recogido a pesar de que hace tiempo  mi cabello se pega a mi piel. Tocaba baile, miedo. ¿Alguien se acordará de que estoy sentado esperando?

Hace años que no me entraba el nervio laboral, producto de un cortocircuito intencionado. Por eso saqué la raqueta y golpeé con desánimo contra el aire. No daba ni una. Así no hay metáfora que valga. En montañas rusas no entran, ni suben ni bajan.

Sin saber por qué observé un hilo de esperanza. Estaba sentado en un sofá como el triste Cigala que compone discos: americana, pantalones vaqueros y zapatillas marca Adidas, alemanas. Escuché voces, pisadas imprecisas, órdenes como para una mudanza, al azar. Cambio de centro de trabajo, empresa e ilusiones.

Sigo a la espera, pasa un día. Otra mudanza. Hoy soy Eduardo Mendoza, sonrío con elegancia y meso mi bigote imaginado. Pasen y vean. Precíntenme, perdí la personalidad y muto con la incertidumbre.

Conclusión, todos juntos somos muchos. Presentación en el nuevo centro de trabajo. Parabienes puntiagudos, todo falso, real. Allí acudí con traje de buzo como me enseñó el guapo Moreno. Todo resbala, hasta mi experiencia.

Me doy cuenta de lo que me pasa, tengo miedo a estar sólo, a luchar en una profunda trinchera. Hace años, valiente, pude derrocar al poder marcado de una estructura. Ahora no quiero pelear aunque el deber me llamaría, seguro, a coger mi fusil de plastelina, siempre, o nunca. Prefiero sentir cómo se unen cientos de manos juntas en silencio, postulando eso del no pasaran, y aseguro que no lo hacen. Sin embargo, un mundo donde el yo se escribe con letras grandes, se convierte en la utopía de Galeano. A cada paso, más lejos.  


La metáfora es la de los borregos, sin más palabras que las que queden por escribir. Punto y seguido.

domingo, 27 de septiembre de 2015

LaMetáforaDeIosu

Es tan difícil cambiar las cosas utilizando las palabras que merece la pena intentarlo. Igualmente de complicado es que Iosu sea el verdadero nombre del receptor de esta metáfora.

Esta semana vi de nuevo a Clint y me invitó a subirme en su colchoneta. Desde hace un tiempo, me dijo, se postra en ella, dejándose llevar a través de un océano imaginado. En ocasiones, encalla ante parajes desconocidos, ajenos, en los que escruta con dedicación lo que allí acontece. A pesar de sus palabras, sé que Clint esconde una quilla firme que le permite guiar su destino.


Antes de este encuentro estuve con Iosu, al que escuché atentamente. Sé que Iosu dice lo que yo quiero oír. Acude cuando le llamo y en ese instante ambos sabemos que nuestra conversación es sincera. Sin embargo, estoy convencido de que él no comparte otras de mis reflexiones. Pienso que pasadas unas horas, Iosu se olvidará de la conversación mantenida y actuará como siempre lo ha hecho. ¡Qué incrédulos son aquellos que piensan que sus palabras son sanadoras! ¡Qué incrédulo yo mismo al esperar que esa conversación sea eterna!

Aún así surgió la metáfora redentora, falsa; aplicada a mí, a tantos otros, quizá certera. A Iosu le dije que según le voy conociendo, voy imaginando lo que le pasa. Que cuando estuvo en tal trabajo ocurrió tal cosa, y en el otro, otra. Y con esa inacabada información, me comporto como un albañil, igual que él es el arquitecto de su vida. Para mí los ladrillos son sus palabras, para él lo son sus propias experiencias. El cemento, ese material viscoso, maleable y feo, en mi caso son las hipótesis que posibilitan la unión de los ladrillos. Cuando todo queda agrupado, es posible la elevación de un tabique sólido que favorezca el crecimiento de Iosu. En su caso, el cemento son sus ideas, su día a día, su entendimiento, sus razones y sus defectos. Y precisamente, como sé que las palabras vuelan, la paleta que recoge el cemento de Iosu, sus ideas, no le permitirán, de momento, consolidar el muro que va construyendo. Por eso Iosu acude a otros albañiles especializados, donde emplean diferentes materiales, en ocasiones más consistentes. Entre todos, podríamos formar una cuadrilla y debatir acerca de los tabiques que sostendrán la casa de Iosu. Así que la metáfora de Iosu está inacabada.

Y me subo a la colchoneta de Clint, con su permiso, para navegar hacia un nuevo destino: una isla alejada. Allí me encontraré de nuevo con Iosu, y tantos otros. Aprovecharé mi estancia en ese lugar para inflar mi propia colchoneta, colocar una quilla segura y emprender aventuras por aguas diferentes, en busca de albañiles y parajes desconocidos, pendientes de ser imaginados.

sábado, 19 de septiembre de 2015

UnaMetáforaParaHanan

Por supuesto que Hanan es un nombre ficticio, sobre todo porque nunca supe como escribirlo. Aunque su historia, que aquí no viene al caso, es del todo creíble, e invisible o sorprendente para aquel que no desea mirar.

En esta primera entrada, sí entra, precisamente, otra historia;  la de este blog. Y seré breve, espero.

Entre mis amigos, se encuentra Clint Eastwood. Al no ser más presumido de lo normal este Clint, se muestra hacia nosotros con un aspecto vulgar, como lo hacemos todos, aunque él sea singular y único. Y Clint me pregunta, ¿escribes algo?, y yo, mohíno, frunzo el ceño. Obstinado como es, Clint me alaba cuando coincidimos, no sólo por galantería sino porque él confía en que yo tengo algo dentro, secreciones aparte, que puedo compartir. Igualmente, yo pienso que él tiene en su interior un mundo maravilloso y así lo comparte diariamente con entrega, paciencia e ilusión, o acaso no visteis "Sin Perdón", "Mystic River" o "Gran Torino". Total que a Clint le gustan mis metáforas y como sea que yo las aplico indiscriminadamente en mi trabajo como técnico de inserción sociolaboral, es decir, mamporrero, he decidido recopilarlas, ya que estas sandeces son tan efímeras como la flor de la cebolla, y compartirlas, porque no sé a cuántos Clint de este mundo puede que les interesen mis imágenes abstractas que, por lo menos, me enseñan algo de luz entre tinieblas.



Una metáfora para Hanan. 

Hanan dice que empezará a trabajar como dependienta/camarera en breve, y que le asusta manejar la caja registradora. Quizá únicamente me cuenta esto porque haya que hablar de algo. Lógicamente aprovecho la ocasión que me brida y me expreso como para ser recordado, para que, al menos, Hanan se vaya con la idea de que puede controlar la caja registradora o lo que se le ponga por delante.

Entonces le digo que yo, ciclista de cuneta, que cuando conseguí ascender un puerto de montaña por la carretera más abrupta fue al encontrarme el camino inmediato invisible, bien por lo revirado de sus curvas, o porque las nubes se posaban en las cumbres. Por el contrario, cuando desfallecí voluntariamente en el intento fue porque mi visión llegaba más allá, a la próxima rampa y a la siguiente, observando un panorama desolador. Entonces mis fuerzas desaparecían y yo abortaba el pedaleo. Le dije a Hanan que esas visibles cuestas eran sus cajas registradoras, sus dudas. Le recomendé que no pensará en la rampa más temida y reconocida, sino que disfrutara de las tareas que fuera encadenando. Y ella, como buena Hanan que es, me dijo que no me entendía, que qué quería decir. Lo repetí, sin desfallecer, aún intuyendo que en la propia Hanan se encontraba la cuesta más empinada para conseguir mi propósito. Hanan siguió escuchándome porque, creo, piensa que quizá yo tengo algo interesante que expresar, a pesar de que en esta ocasión posiblemente pinchara en hueso.

Por si algún Clint quiere saberlo, Hanan no llegó a trabajar como dependienta/camarera. Se emplea, porque hay que hacerlo, como hacedora de camas en un puesto que se denomina camarera de piso, en un hotel estrellado.



Y yo me pregunto para qué sirve mi trabajo y sé que precisamente sirve para esto, para escribir una metáfora para Hanan y para Clint, por supuesto.