Todo surge de un viaje en bici, de un cuerpo revestido en un
traje de ciclista y muchas palabras.
Una metáfora redonda fue aquella que escuché hace años
cuando el guapo Moreno me dijo que desde hacía un tiempo utilizaba un traje de
neopreno. De hecho a El limón más dulce que he conocido le provoca curiosidad
este método y sueña con disponer de uno como uniforme de trabajo universal. El
asunto es sencillo. El guapo Moreno me dijo que se compró un traje de neopreno.
Con éste puesto no se volvía invisible pero sí le permitía que todo le
resbalara, en cualquier lugar y circunstancia. El traje en sí es mágico porque
no provoca mala conciencia, y repele la negligencia y la estupidez como un
choque de polos opuestos. Algo así como el plano corto de Clint, famoso en la
morada de mí querido nihilista de apellido judío. Total que mi traje de
neopreno realmente es mi atuendo ciclista.
De esta guisa me desplacé a Barajas y pensé en un buen
título como para una obra de arte, “Hombre embutido en bicicleta por Barajas”. Palabras.
Fui a acompañar a aquella que aquí se la llamó Eurice y que en realidad responde a
otro nombre. Pero, ¿qué mismo dará? Ella es frágil y fuerte, joven y simpática.
Es una de esas personas que merece la pena conocer y acompañarla en este
trabajo que Dios nos ha dado. Justifica la actividad realizada a pesar de la
insensatez presente. Eurice, ficticia, comenzó a vivir por el tejado. Es
una de esas madres que parecen olvidadas por su juventud y construyen su futuro
rodeadas de obstáculos. Yo no sé si el otro día le puse otro más al invitarle a
un aprendizaje mensual sin bonificar. Sin embargo ella que es optimista lo vivió
como una oportunidad. En la presentación con el empresario de turno, Eurice se
llenó de palabras, y más palabras, parecía comerse el mundo. Aún con traje de
neopreno, como compré uno reversible, pude matizar sus comentarios. Me acordé
de la añorada Isabel que decía que hablar está sobrevalorado y le dije a
Eurice, con voz de ultratumba, que está bien expresar, pero que lo importante es
actuar. Aun así yo confío tanto en ella que
me he apostado todo a nada a que conseguirá lo que pretende, y lo mejor de todo
es que no tiene porqué ser precisamente lo que yo deseo.
Previamente vi a la añorada Isabel, radiante, satisfecha
porque ella ahora vive en el mismo tejado de la maternidad que Eurice, lógicamente
en una casa con otros cimientos. Ella, actualmente, tiene que atravesar otros obstáculos,
porque la maternidad es injusta en la inmundicia laboral. Igualmente confío
tanto en ella que me he apostado otra vez todo a nada a que conseguirá lo que
ella pretende, porque es lo que ella desea. Y lo hará por ser experta en hechos
y palabras, sabiendo que hablar definitivamente está sobrevalorado.
A la vuelta de Barajas surgen más imágenes. El fútbol es
inevitable. Pienso en el encierro laboral que nos custodia. Pienso en
los servicios públicos entregados al capital. Pienso en que igual que
trabajamos con personas, los futbolistas juegan con pelotas. Me imagino la vida
de un futbolista que durante un año no juega a la pelota porque no quieren
contar con él, a pesar de sus fortalezas. Pienso que este jugador imaginado
puede que no vuelva a tocar la pelota con el mismo gracejo, y nosotros, pienso, ¿volveremos a
trabajar igual con las personas?
Y hablé con Clint. Tenía dudas sobre una escena que está
rodando. Me pregunta ingenuo como si yo fuera director de cine. Clint cree que está
rodando una película costumbrista-infantil sobre un cerdo que busca una trufa.
No se da cuenta de que en realidad está filmando un remake de “El Buscavidas”. Otra
de deportes, si es que el billar se considera como tal. Y todo porque Clint
sabe que un golpe en el billar implica el movimiento de varias bolas, o pelotas.
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