Todo empezó con unas palabras a Hanan, quien, por cierto,
tras dejar de hacer camas, dedica su tiempo a revisar números y más números. El
Doctor empleo me cuenta que le va bien. Recuerdo que aquellas palabras para
Hanan surgieron de repente, porque había que utilizarlas en aquel momento con
la finalidad de que Hanan pensara. Y más bien que mal pensó.
Pasado el tiempo me he dado cuenta de que estás metáforas
son posibles aunque no siguen el método inicial. Esto no implica que las cosas
estén bien o mal, simplemente es que faltaba la materia prima. La mía son las
personas y sin ellas pocas metáforas son reales.
Está semana ante la ausencia de Doctor de empleo me he
convertido en Agente doble, un desdoble al estilo del negro de Amanece que no
es poco. Con dos teléfonos, varios contactos y muchas ganas, me he infiltrado en
el terreno de mi compañero. Así llegué con medio neopreno a un quicio desquiciado,
donde contratan personal. Un lugar que si supiera de su existencia algún político
se echaría las manos a la cabeza. Pero como sea que nosotros somos de plano
corto, somos conscientes de que lo que hacemos no es que esté bien, es que es
conveniente, sin más.
En este trayecto me acompañaron Jorge y Toni, ficticios
ellos como lo intento ser yo. Y surgió la magia de la metáfora. Desconozco el
motivo exacto pero cité a El barón rampante. Quería hablar, eso sí lo sé,
acerca de la madurez y de lo importe que es ser responsable, sobre todo para eso
del desarrollo personal.
El barón rampante fue creado por un escritor e intelectual italiano
apellidado Calvino. La obra es una novela llena de fábula y magia, escrita para
todos como si fuese un cuento. El argumento es simple, un niño que no quiere
bajarse de los árboles. Ni recuerdo el final, únicamente lo maravilloso que me
pareció leerlo.
Así que les comenté a Jorge y Toni la historia de El barón
rampante, sin enjuiciar la trascendencia de bajarse, o subirse, de los árboles. Les dije
que era necesario estar en el suelo, como lo es madurar. Sin embargo no estaba conforme
con el dictamen moral del descenso. Así que me limité a recomendarles que únicamente
se bajaran de un árbol imaginado para volver a subir cuando quisieran, sin que
tuvieran que estar permanentemente allí colgados. Llegados a este punto, ante
un pequeño árbol de navidad, propio de tanta venta, Toni me preguntó si se podía
subir a ese arbusto decorado. Su cuestionamiento confirmó que había entendido
la metáfora.
Aparte, he descubierto que a estas metáforas le falta un malo, como en la vida misma. Sin chivos que expíen nuestras culpas, parece que
falta algo. El malo ha de ser un enemigo al que enfrentarse, independientemente
de que haya un conflicto manifiesto. Con pequeñas fricciones, sirve. El mío y
el de estas metáforas es un autobús, el 70, de Plaza de Castilla a Alsacia. Montado
en mi bici antes me hacía gracia ver en el rótulo de este vehículo aquello de
Alsacia. Sin embargo, el hábito genera desgaste. Alsacia no es el destino ideal
y el autobús es un obstáculo para el ciclista. En el trayecto diario nos
adelantamos varias veces. Como el 70 es un vehículo doble y articulado, mete
culo cuando puede y vuelta adelantar. Parada. Acelerón mío, desgaste. Nunca me
he fijado en quien conduce, sólo en los pormenores de nuestra sutil pelea en la
carretera. Por cierto, cuando Clint me pregunte sobre los malos de su próxima
película, el nuevo remake, el re-remake de El Buscavidas, le diré que no
personifique la maldad, que a los objetos sale más a renta inculparles, así no
tienes que llevarte mal con nadie.
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