Raimond Poulidor fue el ciclista más significativo de su
época, a pesar de que nunca consiguió ganar el Tour de Francia. Fue famoso por
quedar segundo en tres ocasiones y cinco en tercer lugar.
A primera hora de la mañana la bruma que añora niebla, se
posa en mi barba. Mientras pedaleo tengo la costumbre de morderme los labios y
degustar esta humedad. Madrid está en duda. Sabe que ha llegado el frío pero no
quiere admitirlo. Un jardinero pelirrojo va tocado con un gorro; parece un
duende de cuento. Subiendo Monforte de Lemos las cuatro torres me van
engullendo. El frío traspasa mi neopreno.
Veo a Ed, el Jedi, junto a su Padawan, Kraken. Esperamos inquietos a algunos muchachos en busca de su primera oportunidad laboral. Todo es silencio. Entre
ellos está Laura. Ella es hija de la crisis y sospecho que a pesar de sus
capacidades tendrá que pelear - pedalear - demasiado para poder desarrollarse. Por eso le
dije que es una joya, un diamante en bruto. Se lo comento por motivarla y
porque lo creo realmente. Está inquieta, normal, ¿quién no lo estaría? Su
camino comienza a trazarse.
Vuelta. Tras una breve parada en la cueva diseñada por un
prestigioso arquitecto, cojo bicicleta y manta. Voy al encuentro de mí mismo.
Me espera Tiara. Otro diamante, un tanto más pulido. Ella trabaja continuadamente
desde hace 6 meses. De vez en cuanto necesita hablar con alguien que le sitúe.
Su actividad la desarrolla en plena cuadrícula de Salamanca. Por allí pasean
personas de postín. Están abrigadas porque piensan en el invierno, pintadas
ellas con cremas supuestamente purificadores y ellos con medias barbas
elegantes. En un asiento de Juan Bravo el mundo se detiene durante 30 minutos.
La bici sin atar, el neopreno abierto. Le recuerdo a Tiara que yo soy una
válvula de escape. También sus éxitos con sus 20 años: Emancipada, viviendo con
su hermana y ambas con trabajo. ¿Qué es difícil aguantar el ritmo? Por
supuesto. Ella sonríe y yo soy feliz.
Vuelta. Madrid echa el cierre con su más preciso lienzo, el
más bello. Ahora tiene la capacidad de ocultar una primaveral tarde en un
incipiente invierno, para que la bruma humedezca mi barba otro día y pueda
saborearla. Mientras, recuerdo a Poulidor y creo que también es un poco el sino
de nuestra profesión, esa en la que se pide educar. Igual que todos podemos
parecer diamantes, también somos carbón o cualquier canto común, aún así
pendientes de ser pulidos. Nosotros, pulidores, secundarios en nuestro
recorrido, nos limitamos a acompañar a imaginadas joyerías, tiendas de bisutería,
o a cualquier lugar en el que una piedra se pueda ir puliendo. De todas, sin
duda, la técnica más lograda es aquella en la que el canto se pierde en el río
y por la perspectiva del agua se observa a éste armonioso en la naturaleza. El
tiempo fluye y desde el puente se contempla su evolución.
Casa. Sin traje de neopremo me recuerda Marta que lo mejor
está por llegar. Y yo pienso que se equivoca, ya ha llegado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario