Va uno repasando metáforas pasadas
y se encuentra con la ineficacia de éstas. Principalmente acerca de la
predicción en la inserción laboral de los protagonistas, salvo en dos casos.
Uno, porque no tendría que trabajar tanto y otro, referido a mi mismo, porque
lo hago de menos, demasiado. Entonces, para qué sirve todo esto, me pregunto
yo. Y recurro de nuevo a Galeano. La utopía no es el fin, sólo es un medio. Así
como el camino ese hacia la madurez de algunos, tantos, como uno mismo, es sólo
un proceso.
Al igual que el Sr. Rojo rima
viajando, uno que escribe metáforas las idea montado en una bicicleta. Cierto
es que mi hermano en lo social lo hace en el interior de un vagón de metro y no
sé si será de rima inestable. A mí sí me sucede. Me afectan las nubes
traviesas, la lluvia que provoca aglomeraciones y, durante esta semana, han
sido significativos los semáforos, que han dejado fluir a las palabras.
En la cueva diseñada por un
prestigioso arquitecto han puesto mesas. Ya se puede jugar. Allí se siguen las
reglas marcadas por el novísimo estilo escandinavo. Maderas Ikea como para 13
meses; un año. Antes de estar en la cueva, cuando se jugaba en el local del
pasillo interminable, se respetaban las normas de la Taba. Esta actividad
esconde un estilo primitivo de gran eficacia cuando son pocos los jugadores.
Sin embargo, cuando se juntan muchos, las normas se vuelven difusas. En esos
casos, se forman grupos diferentes y entre ellos aplican sus propias normas.
Por el contrario, el estilo escandinavo es global, frío, ausente se podría
decir. En la Taba
se utiliza una herramienta de juego consolidada. En el estilo escandinavo el
material está podrido aunque en apariencia cumpla la normativa de calidad, no
se sabe si europea, o de otro continente tan desarrollado.
A mitad de semana apareció la
protagonista de esta metáfora. La llamaremos Sharon Melissa, por ejemplo. Su
nombre compuesto delata su origen extranjero, porque a ningún españolito en su
sano juicio se le ocurriría emplear un nombre compuesto para sus vástagos.
Antes era de uso extendido, pero eran otros tiempos. Lo más curioso de Sharon
Melissa es que en la cueva diseñada por un prestigioso arquitecto se le llama
Sharon, y en el entorno de Clint se la conoce como Melissa. Y es que aquella
que es Melissa baila zumba en la morada de Eastwood. Sharon quiso jugar en las recién estrenadas
mesas de la cueva, según sus normas. La historia de vida, que se dice, de
Sharon, provoca que le cueste aceptar algo que no sea lo que ella desea. Me
imagino que a esa historia de vida haya que añadir su necesidad de individualidad,
propia de su edad, aparte del cansancio que provoca buscar sin encontrar. En
esas Judith con paciencia mascaba una rama arbórea que decía que era regaliz.
Es posible que fuera una madera recogida en su Hungría natal, pasado Benavente. Y
observa, observo, como hace el Doctor Empleo. Y la partida se enroca.
Al día siguiente hablando con
Clint me contó que quiere profundizar de nuevo en el deporte para su nueva
película. Quizá por eso fortalece sus músculos, entumecidos ya por su edad.
También charlamos sobre Melissa. Clint como baila zumba con ella, tiene que
estar atento a muchas cuestiones de su vida. Se fija en los detalles, que si el
vestido que lleva, que si entrena correctamente el nuevo paso de baile, que si
descansa lo suficiente. ¡Qué difícil es enseñar zumba¡.
Mientras, viajo en bicicleta.
Aunque siempre miro hacia el mismo lugar, en ocasiones, a poco que me distraiga,
veo algo diferente. Lo más sorprendente de estos viajes es cuando altero la
rutina horaria. Entonces me doy cuenta que los ciclos de los semáforos cambian.
Tardan más en llegar los rojos. Los verdes, por su parte, iluminan mi recorrido.
Cuando me deslizo sobre el ámbar, se modifica totalmente el trayecto, y el
viaje es diferente. Aún así hay que seguir respetando a los semáforos. El verde
invita a pasar, mientras alguien en rojo espera a que llegue su turno.
Volviendo a la realidad de la
cueva, me doy cuenta de la dificultad que tiene mostrar a Sharon Melissa esta
alternancia de colores, y como a ella, a tantos. Y pienso que mientras llega el
momento de conocer esta dicotomía, se podría profundizar en las virtudes que
tiene el ámbar, que no es rojo, ni verde. Tampoco es la mezcla de ambos. A eso se le
llama amarillo. El ámbar es por encima de todo, un bonito fondo para el
entendimiento.
En este espacio coloreado es
probable que Sharon Melissa sea una mujer con dos nombres. Otra cuestión es que
algún día se cree un término medio en el tablero donde se practica la Taba , o el juego de estilo
escandinavo. Lo que es seguro es que el Señor Rojo tendrá ese color por
siempre.
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