Así en bruto, al referirnos al concepto de identidad, hay
que tener en cuenta la necesidad de mantener el equilibro para no acabar en el
suelo. Lejos del sentimiento fingido de naciones unidas, o con intención de
dividirse, al fijarnos en el detalle concreto surge la metáfora. En este caso
una para Eva. Ella es equilibrista desde hace bastante tiempo. Con ella no hay
que fabular acerca de sus equilibrios porque ya aprendió, a su manera, a mantenerse
encima de una cuerda, no sé si floja. Además ésta se ha convertido, de paso, en
el camino que ella ha elegido por encima de todo, defender su identidad. Su
virtud es la constancia de funámbula, a pesar de las caídas sufridas.
Durante esta semana, Eva ha sido una excusa, y si aparece su
nombre en esta metáfora, es para no perder el hilo, o la cuerda, de este blog.
Una semana más, una semana menos. En esta ocasión en la cuerda floja.
A pesar de todo, de las ausencias, de la construcción
inmediata de un nuevo espacio en el que fingir una actividad laboral, ha habido
mucha luz metafórica en mi interior. Imaginaos los bolsillos repletos de mi
camisa a cuadros. Es cierto que he pensado algo en Eva, con la que me he
cruzado porque la casualidad a veces es así de graciosa, pero, sobre todo, he
reflexionado sobre mi profesión. No me refiero a mi actividad como mamporrero,
que practico únicamente cuando sale el sol, sino a ese insano híbrido que
componen las diferentes profesiones del sector de la intervención social, ese
trabajo que se hace con personas que tiene problemas personales y/o sociales, o
pueden tenerlos.
La intervención social es un sector pendiente de una seria
evaluación. Durante más de 15 años he visto todo tipo de equilibrios, propios y
ajenos, por mantener quizá un imposible de continuidad. Y una común justificación
final, repetida infinidad de veces, “continúo porque es lo que mejor sé hacer”.
De los funámbulos que he conocido, la mayoría son expertos en el arte del
equilibrio, habiendo recorrido largos tramos, en ocasiones han caído, para
luego levantarse y continuar por su camino imaginado. De entre todos, los hay
que en su espalda cargan con las mentiras, y las verdades, de las personas a
las que escuchan y atienden, como Atlas sostiene nuestro mundo; otros llevan en
una mano su moral y en la otra un trozo de pan que necesitan para comer. Los hay
indeseados que en lugar de trazar su ruta por una cuerda imaginada, rompen las ajenas
circulando en coches grises, destartalados y ruidosos en los que se suben
predicando un nuevo futuro, que es únicamente el suyo, el que imaginan montados
en ferraries, o renaules de alta gama. Sin embargo, siempre acaban estrellados
en la misma curva.
El colmo del funámbulo es sufrir una subrogación. Por ello esta
semana he visto muchos equilibrios extraños, propios y ajenos, en los que
estaban, por un lado, los derechos
personales y, por otro, una ingente cantidad de Evas, de personas en definitiva
que dependen de nuestro sucio equilibrio, porque ellos también transitan por la
cuerda floja. Quizá la diferencia del funámbulo de la intervención social con
esos otros obligados equilibristas, es que estos últimos, en ocasiones, no
tienen red que amortigüe su caída. Y de aquí surge otra metáfora más que, con
visión cenital, como la que ahora emplea el guapo Moreno, permite ver la red
que formamos tantos, con nuestras manos unidas
para evitar que unos caigan, y favorecer que muchos reboten y sigan su camino
por una imaginada cuerda floja.
Finalmente para dificultar nuestra profesión funámbula, en
la actualidad ni siquiera a los que practican este arte se les denominan de
esta forma. Por un modismo anglosajón se dice que hacen Slackline. Algo similar
ocurre con esos a los que se le llama Coach cuando en realidad son meros funámbulos
de la intervención social. Otro equilibrio más, en este caso de nuestra propia identidad.
Que nadie se caiga, o se tire.
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