En este caso, si
se permite la extravagancia, para contextualizar
esta metáfora sería adecuado pulsar el
enlace destacado en azul
y dejarse llevar por carreteras infinitas de nostalgia.
En Alsacia desde
hace un tiempo se buscan superhéroes, alter egos, personajes en definitiva que asuman
el vacío que están dejando las personas.
La propuesta surgió por parte de Doctor Empleo, un personaje creado para
la ocasión que desea tener un par
fantástico que le acompañe en sus andanzas a través del empleo.
Los superhéroes pertenecen a la cultura
popular, sin duda. El germen puede surgir de una mente privilegiada pero se
curten en la calle. Así que dando vueltas el Doctor Empleo por colocar un traje
a alguien, algo desesperado, llegó a consultar un listado infinito de
protagonistas de comics. Se empeñó en que fuera yo el elegido, pero uno que está
más por describir que por ser descrito, daba largas a esta propuesta. Las horas
muertas en la cueva se adornan con rayos de sol, con visitas inesperadas,
recurrentes. Acuden en ocasiones jóvenes acompañados de sus madres - porque los
masculinos parecen escondidos -, con la idea de que alguien les enderece. No sé
si en espera de un superhéroe, o simplemente de una piedra de la que brote la
chispa. Uno de esos días la pizpireta Sharon llegó con su madre, una mujer
sería, atenta y preocupada. Hablaron ambas largo y tendido junto a Judith, con
el propósito comentado. Al despedirse la madre se fijó en mí y vio a la
rencarnación de aquel personaje trasnochado llamado Micheal
Knight. Dejó entonces su seriedad a un lado para manifestar su ocurrencia y
colocarme el traje que esperaba el Doctor empleo. En la cueva los milagros
están a la orden del día. Al despedirse añadió, “y habrás dejado a Kit fuera”.
Pobre. No sabía que yo viajo en burra y me enfrento diariamente con el maligno
70. Aún irreal, aquello sin duda provocó la carcajada más estridente que se ha oído en la cueva.
Pero la sabiduría
popular es cierta y predictora. A la semana mi espalda se partió un poquito y el coche, puede
que fantástico, me acompañó a los lugares más insospechados.
Entre tanto, he
podido pensar, en la responsabilidad en el trabajo. En la importancia que
tienen las personas con las que trabajamos, en la necesidad última, por encima
de todo y de todos, de dar un servicio de calidad. Tenemos una ventaja, es
cierto, nadie nos evalúa, vamos que nadie se preocupa por nosotros, pero
también nos corresponde una inmensa responsabilidad de que la gente quede
satisfecha. Quizá hagan falta superhéroes. Quien me conoce sabe que ese papel
protagonista no va conmigo, pero en este mundo de metáforas se pueden
introducir giros que alimenten la reflexión.
Así que ya
puestos, le dije a Fran que íbamos a probar el coche fantástico, quizá el mío,
porque el disfraz ya lo llevo de serie. Fran visitó anteriormente una metáfora también
sonora llamada la del nenúfar
y el silbido. Él es de capacidades diferentes y de inserción laboral
protegida. Las empresas que interpretan esta protección normalmente se ubican donde popularmente Cristo perdió el
boli. Su acceso está escondido y, en algunos casos, como la empresa a la que
iba a ir Fran, se ubican en lugares tan misterios como Guadalajara. Así nos montados
en el coche fantástico, un volvo heredado para más señas. El trayecto fue
desconcertante. Fran y un inspirado
Michael Knight, yo mismo, nos pusimos a animar al Athletic de Bilbao, con un do de pecho
imposible para animar a los leones, mientras, nos llamamos por nuestros
diminutivos, y Fran soltaba tacos por su boca porque en su casa debe ser que no
le dejan, normal. Él se reía sin comprender aquella informalidad. Entonces recordé nuestra
responsabilidad y me alegré por intentar recuperarla. Además mi corazón sonreía
precisamente por la informalidad que Fran no entendía, por la risa, el absurdo, como última vía para el
aprendizaje. Bendito trabajo este en el que te puedes disfrazar de payaso a
lomos de un coche fantástico que transita por infinitas carreteras de
esperanza.
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