Aquel día antes
de ir a rezar a la cueva tuve que enfrentarme de nuevo con el 70. En lugar de
ir, volvía. Observé los desconchones que aparecían en la parte trasera del
articulado. Al adelantarle, por primera vi el rostro del conductor, su rictus
profesional, su mirada pérdida en el próximo semáforo, en la marquesina más
cercana. Le reté mentalmente. Qué podía hacer si no, todavía me quedaba medía
hora para llegar a casa. La alternancia del tráfico provocó que pasados unos
minutos sintiera su motor muy retrasado. En las paradas se agrupaban sus
futuros pasajeros, ajenos a la batalla disputada en la Ciudad Lineal. De tan
alejado que estaba el 70, iba avisando a los espectadores de la parada. Ya
llega, va por detrás, quise decir. En unos segundos podréis montaros. Al final
de la penúltima loma de Arturo Soria, antes de descender por la pavimentada
División Azul me creí ganador. Ingenuo, Mateo Inurria pica hacia arriba. Pasado
Duque de Pastrana, me adelantó. Apreté el culo. Me dolía la espalda. Aún estaba
cerca.
Sin embargo mi
cabeza en ese momento dormitaba en la
Cueva. Sorprendidos, allí comenzamos a añorar a un Dios. El espíritu siempre va
después de la carne y a Alsacia ya llegó el peculio. Las ciencias sociales,
aspiran a ser universales, cuando en realidad sólo han sustituido a las
religiones. Todo es cuestión de fe. De creer en lo que se intuye. La ficción lo
explica todo.
Nacho entra en mi
cabeza. Y en la Doctor Empleo y en la de Elsa. En orden inverso. Nacho siempre
fue ficticio, extraño. Otra persona de capacidades matizadas. Nacho nunca buscó
empleo. Él pensaba en su adolescencia retenida, en seguir haciendo lo que le
daba la gana. Entonces Elsa trabajaba sola con él y se reía, y pensaba. Lo
lógico es que Nacho nunca encuentre empleo. Fe.
Hasta el rabo,
todo es toro. De lo contrario echaríamos pan a los patos. Nacho se quema con la
leche caliente y grita. Te interrumpe. Habla de unos pájaros en forma de
lagartos. No le gusta que le manoseen el hombro. Paciencia.
Elsa, el Doctor
Empleo y yo estudiamos teología en una Facultad de Psicología. Por la mañana
maitines, al medio día el ángelus. Pasados los años, Nacho se acercó a la cueva
a rezar con Elsa. Más adelante, acudió con Doctor Empleo a una tienda en la
que venden perros verdes y regalan cachorros de gatos, de los que arañan,
porque hay muchos. Es cuestión de fe, de confianza. Mientras, Elsa fue a casa de
Nacho y entendió que todo es más normal, ajustado al tiempo y a las
circunstancias. Por mi parte, pedí cita en una orden religiosa, por si es
posible que Nacho se ordene feligrés de ese colectivo. Cuestión de Fe.
¿Quién quiere
buscar empleo?, ¿quién quiere crecer?, ¿quién quiere poseer para gastar?. En la
cueva hemos puesto una vela. Rezamos todos los días, aunque no lo parezca.
Intentamos educar y aprender. En los días en los que el viento enrarece el
clima, encendemos los ordenadores y la luz eléctrica. La ciencia social ha
llegado.
Vuelvo a casa.
Tengo que dejar Mateo Inurria a un lado, me espera Enrique Larreta. Estoy cerca
del 70, veo los desconchones. En el siguiente semáforo, el articulado irá hacia
Plaza de Castilla. Es mi último intento. Al lado del autobús un coche se cruza
y me impide el paso. No puedo. El articulado sigue su camino. Yo no. Mi camino
se desvía hacia la izquierda. Otro día será, o no. Es posible que haya llegado
el tiempo de rezar.
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