La cuesta de
enero, la llegada del crudo invierno, o vaya
usted a saber, son ideas trágicas impuestas tras el derroche de la
navidad. Tras escalar los picos de las celebraciones, toca descender hacia el
valle. La depresión geográfica se impone al igual que la bajada en el estado de
ánimo. Sin embargo, a pesar de mi inclinación hacia la melancolía, atravesar el
crudo invierno me genera ilusión. Todo sea porque al final de esta etapa me
toca cumplir años, o simplemente porque los días tienen más luz y empiezan a
surgir los primeros brotes de vegetación. No obstante comprendo perfectamente
el pesar.
En la cueva
diseñada por un arquitecto, que ya sé que no fue prestigioso, se respira un
ambiente de decadencia. El temido invierno se cuela por los rincones y las semanas
comienzan a alargarse. Aunque la crudeza del frío belicoso fue rusa,
constantemente pienso en el invierno en Alsacia como un hito más de una cruenta
batalla. No hay fusiles para defendernos porque no hay enemigos. Por no haber
no hay personas. Somos pocos. Mi único rival decididamente es el 70. Con este vehículo articulado pugno
diariamente montado en mi bicicleta. A pesar de que siempre salgo derrotado, en
ocasiones perdido el 70 entre tanto semáforo me permito darle paso y acto
seguido, tras detenerse el autobús, esprinto como un pistar, talla no me falta.
Venganza.
Mi sentir quizá
este matizado porque he estado ausente y según la teoría de Sherk, mejor fuera
que dentro; corazón que no ve, corazón
que no siente. Por eso me puede el optimismo y lo plasmo en esta metáfora, al
igual que la falta de referencia de un adolescente en concreto. A pocos he
podido ver. Quizá por eso he repasado metáforas anteriores y he conectado de
nuevo con Clint. Una cosa ha tenido que ver con la otra. Leyendo metáforas y
comentarios que alguno cuelga adyacentes a éstas, he recordado aquello del
camaleón que me dijo el propio Clint. Un matiz al traje de neopreno que se pone
el guapo Moreno. A vueltas con nuestra profesión, Clint decía que cuando
hablamos con algún joven nuestra tarea no es otra que la de mimetizarnos con el
ambiente, en este caso con la persona con la que hablamos/intervenimos. La
riqueza de esta cualidad nos permite tener criterios diferentes ante casos
similares y todo porque la dicotomía del negro y el blanco no aporta mucho,
nada más bien. Y esto sin perder la perspectiva y el criterio. El educador
camaleón se puede vestir de rosa rey mago un día y al siguiente engalanarse con
camisa de once varas, dispuesto a asumir las consecuencias.
Quizá ahora que el Doctor Empleo y el Padre perfecto
andan como putas por rastrojo, con
perdón, sería bueno que aplicaran la máxima del camaleón. Por eso aunque tengan
que llevar un traje gris, casi negro, no deberían dudar que pronto, muy
pronto, antes de lo que ellos se esperan,
llegará el momento de enfundarse un traje del color del arcoíris, algo así como
el neopreno perfeccionado.
Fantástico. El universo Alsacia se refleja a la perfección en este lago de palabras.
ResponderEliminarGran hallazgo. Seguiré leyendo Gigante amable
Alsacia, lleno de gigantes y hadas con gafas.Gracias.
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