A la semana
siguiente no hubo más metáforas y se quedaron las verdades al descubierto.
Aunque pese, en
ocasiones, las ventajas son mayores que los inconvenientes, y la desidia se
convierte en la principal enemiga. No puedo pensar que emplearse en el sector
de la educación social sea peor que hacerlo en otros, salvo cuando la comentada
desidia se posa en el alma laboral, entonces es posible que se pierda en la
comparación, inevitablemente. Como el avaro opulento y deprimido se considera infinitamente
pobre.
Mi profesión en
ocasiones me permite ponerme un embudo en la cabeza y viajar allá hacia donde
mi imaginación llegue. El embudo es un producto barato y perfectamente adaptado
a una de las cualidades que se le supone a los empleados de la educación
social: la creatividad. Esta semana, con el embudo por montera, estuve paseando
por el Orkla. Este río noruego es conocido por el mítico salmón que remonta sus
supuestas frías aguas, heladas. Cone la mirada furtiva, observando más hacia
dentro que para afuera, pude ver cómo cientos de peces se elevaban a contracorriente.
Estaba presenciando la manida metáfora del salmón.
Son muchos los
que ven en el antinatural destino del salmón, la capacidad de algunos para
combatir las desigualdades o ser la excepción ante la norma. Seguramente que el
proceder de este pescado se haya utilizado en infinitas ocasiones para hablar
del emprendimiento. Esta capacidad vista en perspectiva fue la excusa perfecta
contra la crisis, cuando carecíamos de dinero. Emprender por encima de todo, es
decir, nada, pero emprende. Aun así, los que utilizaron como señuelo al
emprendimiento, con la idea de pescar al salmón, no sabían de las virtudes de
aquél. El emprendimiento es una actitud que se puede enseñar pero claro, eso
nos haría más inteligentes; se podría incluir como material escolar pero no
tenemos dinero para mejorar la escuela.
Ante tanto
inconveniente y viendo que las gotas de sudor brotaban de mi cabeza, decidí
quitarme el embudo. En un parpadeo cambio el paisaje. Quedaron atrás los
fiordos noruegos. Estaba delante del lánguido Manzanares a su paso por Orcasur.
Estaba en un recodo del río cerca de la Caja Mágica. Había llegado allí con mi
bicicleta desde La Latina, luego tendría que continuar mi camino hasta Alsacia.
Comí allí unos explosivos garbanzos con
arroz y un resto de la cena de la noche anterior de la que recuerdo sus ingredientes.
Al terminar observé el río igual de furtivo que contemplaba antes el Orkla. Todo
estaba en calma. De los salmones no quedaba rastro, quizá porque nunca
existieron. Al poco tiempo apareció entre las turbias aguas del Manzanares una
culebrilla misteriosa. Me di cuenta de que ésta no intentaba avanzar ni retroceder.
Permaneció un buen rato culebreando en la horizontalidad del agua. Así la dejé una vez que di cuentas de los
garbanzos.
Desde Orcasur
hasta llegar a Alsacia se atraviesa por lo que fue antes el poblado de la Celsa, un
hermoso pinar en Entrevías y el parque lineal de Palomeras, pegado a la M-40. Después
sólo queda atravesar la Fuente Carrantona para llegar a la residencial
Alsacia. Llegué allí satisfecho a pesar de que no había conseguido los
objetivos que me propuse aquella mañana. Pensé en la mentira que encierra la
metáfora del salmón, y cualquier otra que pretende arreglar el mundo, incluidas
todas éstas. Emprende, y una buena mierda, pensé, que me enseñen bien a hacerlo.
En ocasiones -
puede que en todas - haya que creer en lo que tenemos cerca, por ejemplo en una
vulgar culebrilla que ni se deja arrastrar por la corriente, ni tiene que
retomar el río para llegar a no se sabe dónde.
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